Ya saben aquel que dice que el patriotismo es el último refugio de un determinado tipo de chorizo. Para no liarla ya en la entradilla del artículo, les aclararé que hay patrias y patrias y patriotas y patriotas, como en todas las viñas del señor Codorniu.
La patria es de hecho simplemente el hogar social y cultural que cada uno tiene, escoge o se acostumbra. Por lo que es un tanto inconcreta y falta de señas de identidad exactas. Huelga decir que las patrias no merecen víctimas, ni verdugos, todo y que los producen en cantidad y con continuidad.
Ahora bien, es también evidente que desde hace mil años el asunto se utiliza para enfrentar, ocupar, desalojar y mil manejos más entre los grupos humanos. Tribus, imperios, naciones y todo lo demás. Cierto es también que el término y su áurea (enormemente adictiva) son elementos de la política de derechas (con abundantes excepciones hacia el otro lado), sean democráticas, autoritarias o llanamente fascistas.
El patriotismo, o patrioterismo, si ustedes quieren, existe también, como no, en la economía. Nos dicen que una empresa española tal o que una empresa alemana cual. Como ya debieron intuir la primera vez que se sintieron aludidos por tamaño lenguaje, las empresas son jurídicamente de don Alfonso, o de don Manuel, en el sentido propietario del asunto. Las empresas tienen sede territorial, claro está, pero su vinculación con la patria no está nunca muy clara. Las empresas de determinados grandes dignatarios industriales con sede en el territorio de combate franco-alemán en la guerra de 1914 nunca fueron bombardeadas, por una delicadeza de la internacional de los registradores de la propiedad, en aquellos tiempos muy bien organizada. No así las viviendas y las instalaciones afectas al pueblo llano, que como todo el mundo sabe, son objetivos principales y estratégicos para la victoria de cada patria.
¿A qué viene tamaña diatriba, se preguntarán ustedes? Simple, muy simple: REPSOL es la respuesta. Como lo fue no hace mucho una tal ENDESA.
Por suerte, El País ha puesto al descubierto el concepto patrio de unos cuantos al explicar con todo detalle una operación de asalto y captura de la empresa por parte de un inmobiliario cercano a la quiebra y una empresa patria de otra patria y otro continente.
El asunto es bueno, bonito, aunque no barato. SACYR, la inmobiliaria, con el beneplácito presunto de un sector del gobierno federal ha conseguido el placet para hacerse con una mayoría del capital de REPSOL, conjuntamente con PEMEX, la empresa pública mejicana del mismo sector que REPSOL y que también se sienta, sorpréndanse, en el consejo de administración de REPSOL. Como si Mouriño se sentara en representación de Chamartín en la junta del Camp Nou.
La maniobra pasa por llegar discretamente a un porcentaje de acciones, menor del 30% (para evitar el concurso público y la subida del precio de la acción), con lo que podrían cambiar la dirección (y de hecho la propiedad ejecutiva) de la empresa. Los medios para ello, no se me sulfuren, los créditos bancarios que SACYR y PEMEX obtendrían para tal fin (para otras cosas no hay crédito, ya lo saben ustedes).
El fin último, más allá del dominio empresarial, es una operación para limpiar el balance de SACYR, repleto de inmuebles y terrenos pendientes de pago, de cobro, de obra y de clientes por el lado inmobiliario. Por el lado petrolero, tomar el paquete tecnológico de REPSOL por pocos dólares y sin pagar impuestos.
La forma prevista es simple: una vez con el mando empresarial, trocear la empresa y venderla por partes con unos substanciosos beneficios. Finalmente, SACYR se salvaría, PEMEX se haría más sólida y REPSOL terminaría su vida activa e independiente.
Como ven, todo ello con grandes beneficios patrios. Una operación que tiene en cuenta los intereses nacionales, los objetivos estratégicos sobre tecnología y la buena aplicación de los recursos financieros para que el paro disminuya y la actividad empresarial crezca. Todo ello dentro del profundo sentido de colectividad del mundo empresarial, financiero y gubernamental.
Así sea.
Lluis Casas en la gasolinera, según se sale de Parapanda camino de Matarenys.
La patria es de hecho simplemente el hogar social y cultural que cada uno tiene, escoge o se acostumbra. Por lo que es un tanto inconcreta y falta de señas de identidad exactas. Huelga decir que las patrias no merecen víctimas, ni verdugos, todo y que los producen en cantidad y con continuidad.
Ahora bien, es también evidente que desde hace mil años el asunto se utiliza para enfrentar, ocupar, desalojar y mil manejos más entre los grupos humanos. Tribus, imperios, naciones y todo lo demás. Cierto es también que el término y su áurea (enormemente adictiva) son elementos de la política de derechas (con abundantes excepciones hacia el otro lado), sean democráticas, autoritarias o llanamente fascistas.
El patriotismo, o patrioterismo, si ustedes quieren, existe también, como no, en la economía. Nos dicen que una empresa española tal o que una empresa alemana cual. Como ya debieron intuir la primera vez que se sintieron aludidos por tamaño lenguaje, las empresas son jurídicamente de don Alfonso, o de don Manuel, en el sentido propietario del asunto. Las empresas tienen sede territorial, claro está, pero su vinculación con la patria no está nunca muy clara. Las empresas de determinados grandes dignatarios industriales con sede en el territorio de combate franco-alemán en la guerra de 1914 nunca fueron bombardeadas, por una delicadeza de la internacional de los registradores de la propiedad, en aquellos tiempos muy bien organizada. No así las viviendas y las instalaciones afectas al pueblo llano, que como todo el mundo sabe, son objetivos principales y estratégicos para la victoria de cada patria.
¿A qué viene tamaña diatriba, se preguntarán ustedes? Simple, muy simple: REPSOL es la respuesta. Como lo fue no hace mucho una tal ENDESA.
Por suerte, El País ha puesto al descubierto el concepto patrio de unos cuantos al explicar con todo detalle una operación de asalto y captura de la empresa por parte de un inmobiliario cercano a la quiebra y una empresa patria de otra patria y otro continente.
El asunto es bueno, bonito, aunque no barato. SACYR, la inmobiliaria, con el beneplácito presunto de un sector del gobierno federal ha conseguido el placet para hacerse con una mayoría del capital de REPSOL, conjuntamente con PEMEX, la empresa pública mejicana del mismo sector que REPSOL y que también se sienta, sorpréndanse, en el consejo de administración de REPSOL. Como si Mouriño se sentara en representación de Chamartín en la junta del Camp Nou.
La maniobra pasa por llegar discretamente a un porcentaje de acciones, menor del 30% (para evitar el concurso público y la subida del precio de la acción), con lo que podrían cambiar la dirección (y de hecho la propiedad ejecutiva) de la empresa. Los medios para ello, no se me sulfuren, los créditos bancarios que SACYR y PEMEX obtendrían para tal fin (para otras cosas no hay crédito, ya lo saben ustedes).
El fin último, más allá del dominio empresarial, es una operación para limpiar el balance de SACYR, repleto de inmuebles y terrenos pendientes de pago, de cobro, de obra y de clientes por el lado inmobiliario. Por el lado petrolero, tomar el paquete tecnológico de REPSOL por pocos dólares y sin pagar impuestos.
La forma prevista es simple: una vez con el mando empresarial, trocear la empresa y venderla por partes con unos substanciosos beneficios. Finalmente, SACYR se salvaría, PEMEX se haría más sólida y REPSOL terminaría su vida activa e independiente.
Como ven, todo ello con grandes beneficios patrios. Una operación que tiene en cuenta los intereses nacionales, los objetivos estratégicos sobre tecnología y la buena aplicación de los recursos financieros para que el paro disminuya y la actividad empresarial crezca. Todo ello dentro del profundo sentido de colectividad del mundo empresarial, financiero y gubernamental.
Así sea.
Lluis Casas en la gasolinera, según se sale de Parapanda camino de Matarenys.