En un verano tan repleto de disgustos y ante un otoño de no te menees, los asuntos que día a día han ocupado los titulares y la preocupación de los medios y de una parte del mundo político no se corresponden con la dura realidad económica y las amenazas inmediatas que la circundan y que se mueven en torno a cuestiones fundamentales para el hoy y el mañana.
No es que piense que la lengua, la constitución, el ensamblado judicial y la ley y el orden o, mismamente, el mourinhismo no merezcan la atención, la dedicación y la resolución. Dios me libre. Simplemente afirmo que una crisis de tan largo recorrido como la que sufrimos está desapareciendo de la atención y, tal vez, de la preocupación general, fuera de lo que malamente le ocurra a cada uno con su laburo, su hipoteca y su fin de mes; de manera que la crisis se vive cada vez más intensamente como problema particular y no como problema general y principal. Tampoco afirmo que el público en general no vea con ojos desorbitados cómo se está escapando de entre los dedos los fluidos democráticos, los sociales y la multitud de porvenires, sino que el cansancio, la impresión de incapacidad, la constatación de no tener opción, alejan a las personas de la acción, la reflexión y el debate más profundo, refugiándose, quien puede, en un día a día acomodado aunque no mucho. Mirando por la ventana la tormenta, esperando íntimamente que no vaya con él. Y si va con él, que no sea muy duro. De modo que sigue en el sofá, en la taberna o buscando trabajo de cualquier cosa.
De ahí esa multitud de falsos debates, de tontuelas tertulias, de primeras páginas repletas de mercados, cotizaciones en bolsa y preocupaciones bancarias. El esfuerzo en hacer aparecer en los medios y de hacer llegar al público que la crisis ha sido provocada por un modelo imposible, basado en la estúpida especulación, en el alejamiento de las bases de una economía productiva, de la destrucción de los mecanismos democráticos de distribución de la riqueza, del asalto a todos los poderes de esos pocos miles de personas que conforman mercados, bancos y ejecutivos políticos a su servicio. Oigan, los mercados tienen nombres y apellidos, son empresas de inversión, directivos concretos, patronos con nombre propio; lo dijo Chomsky: los mercados son la espuma de las grandes corporations. Son conocidos, están en un despacho insinuando que España no puede pagar para ganar un 0,05% más durante los siguientes dos días.
Los ciudadanos están aguantando frustrados y paralizados todos los envites que el oligopolio financiero les impone. Tal vez, la llegada de una quiebra masiva bancaria y la pérdida de ahorros, pensiones y asistencia están a la espera de dar el golpe final. No es que piense que podamos llegar a ello, sino que apunto que estamos en esa senda.
Es importante hacer aflorar el debate fundamental: ocupación, desarrollo (no exactamente crecimiento), reparto de costes y beneficios, prioridad al consumo social, reforma fiscal y modelo económico sustantivamente sostenible. En el debate están las ideas, están las formas de desarrollarlo, organización, política, ideología, cultura. Están los intereses.
Obviamente se necesita un mínimo de potencial social y político para imponer lo principal a lo accesorio (la deuda, el déficit), deshacer el enorme fraude neoliberal en torno al papel del sector público y constituir un nuevo avance democrático, social y europeo.
Probablemente ello no pueda hacerse sin replantear muchísimas ideas de rancio abolengo, posiblemente se daba lanzar al futuro cosas y pensamientos nuevos, formas organizativas sociales reformadas, nuevas que conecten con los inmensos cambios que los últimos treinta años han cambiado el mundo.
Nada de tirar la casa por la ventana, pero tampoco nada de preservar acomodadas ideas e intereses. El trabajo ha cambiado, la empresa ha cambiado, los patronos no son lo que eran, el mundo es casi uno, la tecnología se transforma y nos transforma cada dos días. Tal vez, ¿por qué no?, podemos sentirnos cercanos a ese momento en el pasado en que las nuevas clases, los obreros industriales y la burguesía, pusieron patas arriba el antiguo régimen. No es tan exagerado, no piensen. Miren el mundo hacia Asia, miren los chips, miren a la juventud con diez carreras y ochocientos masters, miren a las familias hoy. No creo que sea tan exagerado.
La crisis de sociedad (hasta esto hemos llegado) y su contradictoria evolución está en el límite de desbocarse y lanzarse a la locura como una manada de bisontes enloquecidos. No podemos ser espectadores cuando estamos en la línea de avance. No podemos dejar que venga un holocausto social como forma de remontar la crisis. Cosa que ya sucedió y todavía quedan testimonios directos.
Lluis Casas, francamente insumiso.
No es que piense que la lengua, la constitución, el ensamblado judicial y la ley y el orden o, mismamente, el mourinhismo no merezcan la atención, la dedicación y la resolución. Dios me libre. Simplemente afirmo que una crisis de tan largo recorrido como la que sufrimos está desapareciendo de la atención y, tal vez, de la preocupación general, fuera de lo que malamente le ocurra a cada uno con su laburo, su hipoteca y su fin de mes; de manera que la crisis se vive cada vez más intensamente como problema particular y no como problema general y principal. Tampoco afirmo que el público en general no vea con ojos desorbitados cómo se está escapando de entre los dedos los fluidos democráticos, los sociales y la multitud de porvenires, sino que el cansancio, la impresión de incapacidad, la constatación de no tener opción, alejan a las personas de la acción, la reflexión y el debate más profundo, refugiándose, quien puede, en un día a día acomodado aunque no mucho. Mirando por la ventana la tormenta, esperando íntimamente que no vaya con él. Y si va con él, que no sea muy duro. De modo que sigue en el sofá, en la taberna o buscando trabajo de cualquier cosa.
De ahí esa multitud de falsos debates, de tontuelas tertulias, de primeras páginas repletas de mercados, cotizaciones en bolsa y preocupaciones bancarias. El esfuerzo en hacer aparecer en los medios y de hacer llegar al público que la crisis ha sido provocada por un modelo imposible, basado en la estúpida especulación, en el alejamiento de las bases de una economía productiva, de la destrucción de los mecanismos democráticos de distribución de la riqueza, del asalto a todos los poderes de esos pocos miles de personas que conforman mercados, bancos y ejecutivos políticos a su servicio. Oigan, los mercados tienen nombres y apellidos, son empresas de inversión, directivos concretos, patronos con nombre propio; lo dijo Chomsky: los mercados son la espuma de las grandes corporations. Son conocidos, están en un despacho insinuando que España no puede pagar para ganar un 0,05% más durante los siguientes dos días.
Los ciudadanos están aguantando frustrados y paralizados todos los envites que el oligopolio financiero les impone. Tal vez, la llegada de una quiebra masiva bancaria y la pérdida de ahorros, pensiones y asistencia están a la espera de dar el golpe final. No es que piense que podamos llegar a ello, sino que apunto que estamos en esa senda.
Es importante hacer aflorar el debate fundamental: ocupación, desarrollo (no exactamente crecimiento), reparto de costes y beneficios, prioridad al consumo social, reforma fiscal y modelo económico sustantivamente sostenible. En el debate están las ideas, están las formas de desarrollarlo, organización, política, ideología, cultura. Están los intereses.
Obviamente se necesita un mínimo de potencial social y político para imponer lo principal a lo accesorio (la deuda, el déficit), deshacer el enorme fraude neoliberal en torno al papel del sector público y constituir un nuevo avance democrático, social y europeo.
Probablemente ello no pueda hacerse sin replantear muchísimas ideas de rancio abolengo, posiblemente se daba lanzar al futuro cosas y pensamientos nuevos, formas organizativas sociales reformadas, nuevas que conecten con los inmensos cambios que los últimos treinta años han cambiado el mundo.
Nada de tirar la casa por la ventana, pero tampoco nada de preservar acomodadas ideas e intereses. El trabajo ha cambiado, la empresa ha cambiado, los patronos no son lo que eran, el mundo es casi uno, la tecnología se transforma y nos transforma cada dos días. Tal vez, ¿por qué no?, podemos sentirnos cercanos a ese momento en el pasado en que las nuevas clases, los obreros industriales y la burguesía, pusieron patas arriba el antiguo régimen. No es tan exagerado, no piensen. Miren el mundo hacia Asia, miren los chips, miren a la juventud con diez carreras y ochocientos masters, miren a las familias hoy. No creo que sea tan exagerado.
La crisis de sociedad (hasta esto hemos llegado) y su contradictoria evolución está en el límite de desbocarse y lanzarse a la locura como una manada de bisontes enloquecidos. No podemos ser espectadores cuando estamos en la línea de avance. No podemos dejar que venga un holocausto social como forma de remontar la crisis. Cosa que ya sucedió y todavía quedan testimonios directos.
Lluis Casas, francamente insumiso.