martes, 6 de septiembre de 2011

LOS MALES DE ESTE AGOSTO



Abandonada ya la morera y después de unos pocos días de aislamiento pueblerino, sin conexión a las redes y relacionándome con el mundo exclusivamente a través del Barça (a dios gracias) y de TV3 (con bastante menos gracia), reemprendo la dura vida laboral (si es que en las actuales circunstancias se puede aplicar en mi caso ese concepto) para, también, volver a Parapanda con ganas de dar algunos cachetes aquí y allá. Algún día, alguien con maestría podrá hacer una historia de este mes de agosto pasado. Yo, con mis limitadas capacidades, ya he dejado escrito que ha sido un Agosto totalmente sorprendente, en donde los acontecimientos económicos, políticos e incluso militares han terminado por definir una canícula de gran agitación urbe et orbi. Que quede constancia tanto del hecho en sí, como de la necesidad del relato inteligente. En este ambiente me atrevo a aventurar que el tradicional otoño caliente tampoco será como otros. Los asuntos públicos, la situación económica, la huída hacia delante o hacia atrás de la reforma constitucional, así como muchos otros asuntos relevantes están dejando suficiente poso como para que no esperemos un otoño tranquilo de sol poniente y cafelito en la barra. Y eso no sólo por la convocatoria electoral del 20 de noviembre, que cuajará los asuntos pendientes en una cháchara electoral bronca y difícil de digerir y que no aportará ni soluciones, ni clarificaciones. Los votantes habremos de enfrentar el calendario para el Congreso y el Senado con las solas armas de la conciencia social y de la solidaridad humana. Voy a hacer una pregunta que puede resumir lo vivido estos dos últimos años: ¿Qué utilidad para el futuro han generado la multitud de medidas de ajuste en el gasto público, en los servicios de bienestar básicos, en la situación de los trabajadores, etc.? ¿Tenemos una mejor perspectiva de desarrollo? ¿El país ha mejorado su capacidad tecnológica, científica, empresarial? ¿Hay mayor conciencia colectiva y ciudadana?, ¿Los jóvenes tendrán mayores seguridades de futuro? En síntesis, ¿estamos en un punto de arranque para una sociedad mejor? Me temo que las respuestas no son obvias, ni probablemente tampoco positivas. La crisis y su gestión, estatal y europea, no nos están aportando optimismo futuro, al contrario están creando mayores dudas sobre el sistema democrático actual, sobre el verdadero poder que administra nuestras sociedades y sobre la capacidad de las estructuras democráticas de representación popular. Nunca antes (en todo caso en los últimos treinta años) ha quedado tan claro el panorama de la relación de poderes. El supremo (en términos de Roa Bastos) oculto se ha mostrado sin disimulos e incluso con excesiva desvergüenza: el chanchullo financiero especulativo ya tiene cara, sedes y nombres. Sus trampas, su influencia entre la política, sus instrumentos de dominación y sus mecanismos chantajistas están a la vista y se nos muestra orgullosamente impávido frente al sistema político representativo. La posible reacción frente a esa dictadura del dinero especulador no se está dando en la medida de lo necesario. Las víctimas ya nos son conocidas, el paro, la pobreza creciente, la humillación sindical, la debilidad intelectual, la prensa canallesca, la callada presencia de la empresa productiva (oculta, disimulante), la ruptura generacional, la dualidad social (o trialidad social), los miedos de la clase media y un larguísimo etcétera que son el relato de víctimas y verdugos. La perplejidad frente a una victoria de los causantes del mal: han destruido un sistema basado en los ajustes y el equilibrio de costes sociales, es doble, puesto que esos mismos que aluden a la primacía de lo privado y tienden a castigar lo público culpabilizándolo de la crisis, son los que pusieron las bases y todo el edificio que se desplomó en el 2007. Incluso la reacción de las bolsas y de la inversión está apuntando en signo contrario a lo que propugnan. Nos dicen que lo importante, lo decisivo no es la deuda, no es el déficit, es el crecimiento, es la ocupación, es la demanda. Todo tiende a establecerse para una nueva depresión, que será o no será, pero que en todo caso nos dejará una larguísima transición medida en años, muchos años, demasiados años. Eso mismo, ese estado semi estacionario de las economías occidentales, sirve tal vez para poner los fundamentos de la necesaria economía compatible con las limitaciones de recursos energéticos, con el cambio hacia una reducción del cambio climático, hacia un sistema de consumo adaptado a la nueva situación, etc. No lo parece, ni en eso el PODER es capaz de pensar y actuar. Estamos ante un poder que se reproduce exactamente tal como es, sin adaptación, sin cambio, sin renovación: la especulación por la especulación, caiga quien caiga. Otra víctima del proceso es la humanidad, entendida como cada uno quiera. Para mí, como el sistema evolutivo exclusivo del hombre: cultural, emocional, de comportamiento, de comprensión. Se impone la depredación, véase la actitud del gobierno catalán, de raíz cristiano demócrata, frente al pobre de solemnidad: el recorte, el trato brutal, la manipulación mediática del sistema de rentas de última garantía. CIU no tendrá perdón ni aquí y, tal vez, ni allí. El asunto lamina totalmente la hipotética capacidad de la derecha para sentirse próxima los débiles, a las victimas de otros. Pertenecen a una clase que ignora voluntariamente el dolor ajeno y los mínimos sentimientos de humanidad. La incapacita para el futuro de todos. A pesar de todo, siempre nos quedará Parapanda y sus parapandeses.




Lluis Casas, con aire acondicionado de nuevo.