No seria necesario especificar a qué se refiere la cifra del título. Todos lo saben. Aunque permítanme evitar confusiones: se trata, evidentemente, de la cifra de parados en España justo el día de la celebración del Primero de Mayo. De hecho no llegan a cinco millones, pero poco le falta. Aunque la realidad está por encima de la cifra, en razón a los mecanismos estadísticos del control de los parados (si no se inscriben no cuentan, están desanimados) y, sorprendentemente, también por debajo, a causa de los empleos encubiertos de la economía sumergida, ahora más intensa que nunca. Mucho más, desde luego, de cuando aquel ministro inane, llamado Celestino, dijo que no alcanzaríamos la cifra de cuatro millones de personas.
Ya en otras ocasiones he comentado el papel de salvavidas del ambiente social que la economía sumergida realiza. Sin ella, la cifra de cinco millones seria más que explosiva. La economía informal, o como quieran llamarla, está por encima del 20% del PIB. Nadie lo sabe a ciencia cierta, porque nadie se ha ocupado seriamente de valorarla. Eso significa que al menos una quinta parte de la actividad económica podría estar bajo la aljofifa.
En cualquier caso, en España siempre ha sido así. Y, no sólo, en España, en otros países esa economía oculta también es importante y probablemente en todas las economías exista un porcentaje significativo del PIB manejándose discretamente al margen del fisco, la S.S. y los derechos de los trabajadores. Incluso hay quien mantiene que no hay que impedir esa forma de actividad, puesto que proporciona trabajo y en consecuencia ingresos a capas sociales que no conseguirían ni lo uno, ni lo otro por medios normales.
Si es por encima o por debajo, poco importa, no se trata ni de estadísticas, ni de acertar una adivinanza. Se trata de que aproximadamente una de cada cinco personas necesitadas de trabajo no lo tiene y depende de las ayudas públicas, del entorno familiar o, en último caso de la beneficencia. El embrollo puede resultar más que fatal, puesto que los parados se cuecen en estratos de población relativamente bien definidos: personas con escasa capacitación, jóvenes sea cual sea su preparación, mujeres y las edades del no vales nada, es decir mayores de 45 años. Ello hace que la concentración familiar del paro sea muy importante y que un número muy grande de familias se encuentre en un callejón sin salida, puesto que ninguno de sus miembros está ingresando un sueldo. La dependencia de las pequeñas cifras de los subsidios es una imagen familiar muy extendida, con un horizonte negro en perspectiva, el término del periodo que cubre la aportación pública y la desaparición de los (escuálidos) ahorros.
En este maldito embrollo, intervienen otras circunstancias agravantes, el endeudamiento familiar en razón a la hipoteca de la vivienda es la más importante, un elemento que juega a la descapitalización de las familias afectadas. Pierden incluso lo ya aportado y les exigen un valor inmobiliario de antes de la crisis.
Paul Krugman, al que cito a menudo, comenta últimamente que los grandes gestores de la economía mundial se han olvidado de los parados, cuya existencia es el aspecto más importante de la crisis. Por ello, las medidas de combate se centran en déficits y recortes y no en el impulso al crecimiento, esto es, a la creación de trabajo. El mercado de trabajo, su regulación, etc. que ha centrado tanto el debate los últimos meses ha demostrado que no es el instrumento adecuado para la recuperación. Por mucho que mareemos la normativa laboral, mientras el crédito siga inexistente en razón a la atonía bancaria, las empresas poco podrán incrementar la producción o los consumidores el consumo. Si no hay incremento de consumo, no hay incremento de la producción y de ello tampoco más puestos de trabajo (docet Keynes) .
En Catalunya, el cambio de gobierno y el corte total de la actividad pública que ha impuesto CIU se ha notado en las cifras de parados. El déficit público del gobierno de izquierdas hacía que la cifra de parados en Catalunya fuera menor que en otras comunidades. Hoy ya no es así. La retracción del gasto público ha alimentado el monstruo del paro.
Por qué sucede esto, me dirán ustedes. Sucede porque los mecanismos de salida de la crisis han tendido a favorecer al capital financiero, que no crea por si mismo trabajo, en detrimento del crédito a las empresas y a los consumidores. Hoy es más que claro que el submundo financiero se ha convertido en el ideólogo y el político orgánico exclusivo del capitalismo. Los grandes empresarios de la industria, el comercio, el turismo, etc. no cuentan apenas nada para decidir las estrategias económicas catalanas, españolas, europeas o mundiales. Si observan con atención, sus voces no se oyen en la prensa, excepto para preguntar qué hay de lo mío. ¿Fomento, la gran patronal, existe todavía?
En la mayoría de países, la recuperación es un hecho. Tal vez débil, tal vez de una forma contradictoria, pero aparecen cifras en positivo mes a mes. En España, eso no es así. Al retraso en enfrentar la crisis, le sucede el retraso en iniciar la recuperación. En España por debajo del 2,5% de incremento del PIB (cifra aproximada) no se crean nuevos puestos de trabajo. El crecimiento hasta ese 2,5 % se realiza en base a incremento de la productividad, reducción de stocks, etc. Por lo que el camino que nos queda es todavía muy largo y penoso.
Podría haber sido distinto, evidentemente. En primer lugar si los gobiernos hubieran controlado la burbuja inmobiliaria, la burbuja financiera, el endeudamiento familiar, etc. hubiera sido distinto. Si mientras se generaban ingresos fiscales provinentes de la actividad totalmente loca y sin sentido de la vivienda y de las promociones inmobiliarias, no hubieran recortado los impuestos estructurales y rebajado la presión fiscal a ricos y a las empresas, ahora todo sería distinto.
Finalmente, después de perder un tiempo precioso, tocará meter mano a los impuestos y exigir a los que más tienen una aportación fiscal considerada normal en el mundo civilizado. Ello derivará en que las cuentas públicas sufran menos y generan mayor demanda. También habrá que actuar consiguiendo que las aportaciones públicas al mundo financiero lleguen a donde deben de llegar a familias y empresas que las necesitan y que son las que impulsaran la economía.
Mientras tanto, cuanto se habrá perdido en términos de humanidad, de dureza vital, de angustia frente al mañana. Pero todo eso no está en el balance. Por lo que no tiene ninguna importancia. ¿No es así?
Lluis Casas, contemplando el espectáculo.
Ya en otras ocasiones he comentado el papel de salvavidas del ambiente social que la economía sumergida realiza. Sin ella, la cifra de cinco millones seria más que explosiva. La economía informal, o como quieran llamarla, está por encima del 20% del PIB. Nadie lo sabe a ciencia cierta, porque nadie se ha ocupado seriamente de valorarla. Eso significa que al menos una quinta parte de la actividad económica podría estar bajo la aljofifa.
En cualquier caso, en España siempre ha sido así. Y, no sólo, en España, en otros países esa economía oculta también es importante y probablemente en todas las economías exista un porcentaje significativo del PIB manejándose discretamente al margen del fisco, la S.S. y los derechos de los trabajadores. Incluso hay quien mantiene que no hay que impedir esa forma de actividad, puesto que proporciona trabajo y en consecuencia ingresos a capas sociales que no conseguirían ni lo uno, ni lo otro por medios normales.
Si es por encima o por debajo, poco importa, no se trata ni de estadísticas, ni de acertar una adivinanza. Se trata de que aproximadamente una de cada cinco personas necesitadas de trabajo no lo tiene y depende de las ayudas públicas, del entorno familiar o, en último caso de la beneficencia. El embrollo puede resultar más que fatal, puesto que los parados se cuecen en estratos de población relativamente bien definidos: personas con escasa capacitación, jóvenes sea cual sea su preparación, mujeres y las edades del no vales nada, es decir mayores de 45 años. Ello hace que la concentración familiar del paro sea muy importante y que un número muy grande de familias se encuentre en un callejón sin salida, puesto que ninguno de sus miembros está ingresando un sueldo. La dependencia de las pequeñas cifras de los subsidios es una imagen familiar muy extendida, con un horizonte negro en perspectiva, el término del periodo que cubre la aportación pública y la desaparición de los (escuálidos) ahorros.
En este maldito embrollo, intervienen otras circunstancias agravantes, el endeudamiento familiar en razón a la hipoteca de la vivienda es la más importante, un elemento que juega a la descapitalización de las familias afectadas. Pierden incluso lo ya aportado y les exigen un valor inmobiliario de antes de la crisis.
Paul Krugman, al que cito a menudo, comenta últimamente que los grandes gestores de la economía mundial se han olvidado de los parados, cuya existencia es el aspecto más importante de la crisis. Por ello, las medidas de combate se centran en déficits y recortes y no en el impulso al crecimiento, esto es, a la creación de trabajo. El mercado de trabajo, su regulación, etc. que ha centrado tanto el debate los últimos meses ha demostrado que no es el instrumento adecuado para la recuperación. Por mucho que mareemos la normativa laboral, mientras el crédito siga inexistente en razón a la atonía bancaria, las empresas poco podrán incrementar la producción o los consumidores el consumo. Si no hay incremento de consumo, no hay incremento de la producción y de ello tampoco más puestos de trabajo (docet Keynes) .
En Catalunya, el cambio de gobierno y el corte total de la actividad pública que ha impuesto CIU se ha notado en las cifras de parados. El déficit público del gobierno de izquierdas hacía que la cifra de parados en Catalunya fuera menor que en otras comunidades. Hoy ya no es así. La retracción del gasto público ha alimentado el monstruo del paro.
Por qué sucede esto, me dirán ustedes. Sucede porque los mecanismos de salida de la crisis han tendido a favorecer al capital financiero, que no crea por si mismo trabajo, en detrimento del crédito a las empresas y a los consumidores. Hoy es más que claro que el submundo financiero se ha convertido en el ideólogo y el político orgánico exclusivo del capitalismo. Los grandes empresarios de la industria, el comercio, el turismo, etc. no cuentan apenas nada para decidir las estrategias económicas catalanas, españolas, europeas o mundiales. Si observan con atención, sus voces no se oyen en la prensa, excepto para preguntar qué hay de lo mío. ¿Fomento, la gran patronal, existe todavía?
En la mayoría de países, la recuperación es un hecho. Tal vez débil, tal vez de una forma contradictoria, pero aparecen cifras en positivo mes a mes. En España, eso no es así. Al retraso en enfrentar la crisis, le sucede el retraso en iniciar la recuperación. En España por debajo del 2,5% de incremento del PIB (cifra aproximada) no se crean nuevos puestos de trabajo. El crecimiento hasta ese 2,5 % se realiza en base a incremento de la productividad, reducción de stocks, etc. Por lo que el camino que nos queda es todavía muy largo y penoso.
Podría haber sido distinto, evidentemente. En primer lugar si los gobiernos hubieran controlado la burbuja inmobiliaria, la burbuja financiera, el endeudamiento familiar, etc. hubiera sido distinto. Si mientras se generaban ingresos fiscales provinentes de la actividad totalmente loca y sin sentido de la vivienda y de las promociones inmobiliarias, no hubieran recortado los impuestos estructurales y rebajado la presión fiscal a ricos y a las empresas, ahora todo sería distinto.
Finalmente, después de perder un tiempo precioso, tocará meter mano a los impuestos y exigir a los que más tienen una aportación fiscal considerada normal en el mundo civilizado. Ello derivará en que las cuentas públicas sufran menos y generan mayor demanda. También habrá que actuar consiguiendo que las aportaciones públicas al mundo financiero lleguen a donde deben de llegar a familias y empresas que las necesitan y que son las que impulsaran la economía.
Mientras tanto, cuanto se habrá perdido en términos de humanidad, de dureza vital, de angustia frente al mañana. Pero todo eso no está en el balance. Por lo que no tiene ninguna importancia. ¿No es así?
Lluis Casas, contemplando el espectáculo.