miércoles, 7 de enero de 2009

SOBRE EL ALTO LITORAL CATALÁN





Este nuevo año ha deparado a muchos un largo descanso laboral. En algunos casos se ha llegado a un puente de dos semanas, puente hecho a cuenta de otros festivos más estivales, a la recuperación de horas y demás formas de acuerdo laboral. En fin, que ha habido una tournée casi tan traumática como la de verano. A muchas empresas les ha ido de maravilla, reducción de la producción, ergo de los estocs y sin ninguna cuenta de alguún ERE. En fin, el panorama desde el final de las navidades y frente a un largo año repleto de dificultades sabidas unas y desconocidas otras, no es para empezar con el espíritu alegre y distendido. Las vacaciones largas de invierno han sido una terapia para lo que ha de venir.


En los últimos días vacacionales, a caballo entre el inicio de año y reyes, he visitado en plan turista de invierno distintas localidades de la costa ampurdanesa afectadas por los temporales de levante del día de san Esteban. El interés creado con la visita me impulsó a visitar también Blanes, una población más que afectada por un mar furioso y muy relacionada con Parapanda. El impulso no fue una curiosidad malsana, más bien la cercanía y la constatación de lo mal que el urbanismo municipal y autonómico se toma las cosas de la naturaleza. Nuestra costa, depredada por el turismo de masas y por la construcción sin regulación racional, se ha urbanizado hasta tal punto que no queda mucha costa libre del impulso constructor. No solo se trata de hoteles, apartamentos, campings, sino de paseos marítimos, puertos, aparcamientos y cientos de otras ocurrencias costeras. La obra en general no es en si misma ninguna excelencia, pocas zonas han cuidado la arquitectura, el ambiente anterior de pueblos y pequeñas ciudades que vivían de la pesca o en relación a ella. El estropicio es muy grande y todo el mundo lo conoce. A la bajeza arquitectónica se añade la imprevisión meteorológica. La construcción no ha considerado que los fenómenos naturales, lluvias torrenciales, tormentas marinas, vientos o una combinación de todos ellos, exigen un espació libre de trabas que evite males mayores.


El Mediterráneo es lo que es, imprevisible siempre, por lo tanto hay que prever. La normativa urbanística, que si tiene regulación y exigencia frente a esos fenómenos, no ha sido considerada adecuadamente, y no lo ha sido simplemente por el eslogan de no entorpecer el progreso que supone la especulación del suelo y la libre construcción frágil. No crean que ese eslogan sea producto de algunos constructores ufanos con su negocio. No señores y señoras, el eslogan ha estado (y está) en boca de insignes miembros del gobierno actual y de gobiernos anteriores. Les he contado en alguna ocasión una esperpéntica reunión gubernativa en la cual se echaba en cara la aplicación de la norma de afectación inundable (es el estudio previo a urbanización y obra sobre una zona bajo riesgo de inundación y la aplicación de las medidas correctoras para evitar daños posteriores), con la excelente intuición que eso paraba el país, es decir paraba las obras que se hacían en zonas inundables y que no preveían medidas de corrección. Y por ello los promotores protestaban.


Pues bien esto ha funcionado así durante décadas, tanto en tiempos no democráticos, como bajo el imperio de CIU y lo que vino después. Haga usted las obras que le convengan, Sr. Promotor, y no se preocupe de si llueve, nieva o el mar se cabrea. Luego la administración central, autonómica o local vendrá con obras, subvenciones y lo que haga falta, las veces que haga falta por los motivos conocidos. Así el país no se para. Los resultados están a la vista, todo y que en los últimos años ha habido fuertes inversiones reparadoras, en el Maresme, colmo de la tontería con las rieras, se ha mejorado mucho. Pero en general los desaguisados continúan. En Blanes, ciertamente, en un año se les ha estropeado la playa, el paseo y el aparcamiento tres veces. ¡Qué ya es decir!


Lo importante son las reacciones. Veámoslas. La prensa, tan bien pertrechada ella, tan crítica con los débiles, expone el desastre con todo lujo de imágenes. Valoración ninguna, búsqueda de opiniones divergentes ninguna. En todo caso algún medio insinúa que no hubiera habido tormenta si el conseller de interior hubiera estado frente al timón. Aquí acaba la cosa. Los responsables políticos simplemente expresan su sorpresa, disgusto y consternación. A continuación, si el hablante es del gremio de la piedra, arguye que hay que parar los pies al mar con larguísimos y costosísimos muelles externos. A nadie se le ocurre recomponer el urbanismo y dejar que las playas, zona natural de absorción de la tormenta, funcionen con el mínimo de trabas posibles. Los paseos se sitúen donde toca y los aparcamientos vayan a otro lado.


Es como el cuento de nunca acabar. Port Bou, un nuevo puerto, polémico durante su construcción, que ya sufrió los avatares de las tormentas antes de su puesta en marcha no ha sido obstáculo para el oleaje, no con sus 15 metros de altura. En Llançà, el interior del puerto, con su zona de subasta de pescado se ha ido al cuerno, cosa que ya ocurrió no hace mucho. Y así todo.


Creo yo que Blanes es el colmo de los colmos. En eso no se parece a Parapanda. Tres veces en un año son muchas veces para tropezar con la misma piedra. Blanes tiene el primer aparcamiento submarino para coches. Peculiaridad nada apreciada por los propietarios que periódicamente subastan sus vehículos a causa de la inmersión. Un camping, que ocupaba lo que no debía (aunque solo fuera como medida de prudencia) hoy tiene muelle directo al mar. De la caravana al baño, eslogan para la próxima temporada.


No crean el motivo de los estropicios, el país no separa por hacer las cosas consecuentemente. El urbanismo y la construcción pueden hacerse correctamente, cumpliendo las leyes legislativas y las naturales. Solo hay que proponérselo. El resultado es excelente, mejores playas, menos pagos de seguro, menos reparaciones o recomposiciones totales de la obra, menos accidentes, etc. En fin, una zona costera de mayor calidad.


Pues no, o las vamos a tener.


Lluís Casas a la suyo.