lunes, 26 de enero de 2009

BANALIDADES DE PERIODISTAS Y DE LOS MEDIOS








No hace muchos meses, en diciembre del 2007 en un artículo titulado “Lo que cuesta cambiar”, movido por una inquietud inexplicable les comenté que tenía la impresión que estábamos en un país en donde cualquier cosa nueva era muy difícil de promover, que los cambios, incluso los avalados por experiencias positivas y razonables en otros lugares, daban pie a interminables polémicas y a considerables trabas institucionales, políticas, económicas o sociales. Además muy fácilmente el debate, en demasiadas ocasiones falso: deriva hacia terrenos de escarnio, descalificación e intolerancia. No es una inquietud simplemente personal, fruto de una cierta depresión vital, sino constatada en muchas conversaciones con actores víctimas de esta más que probable enfermedad social que podríamos bautizar como conservadurismo autista.



Nadie debe llamarse a engaño; lógicamente cualquier cambio promueve adhesiones y oposiciones, sobre todo si afecta a la distribución del poder, del dinero o a las hegemonías ideológicas y culturales o, incluso, a simples molestias hacia costumbres consideradas inamovibles. Y ello ocurre tanto a escala menor, entre personas, familias y pequeños colectivos, como a gran escala cuando lo que se cuece es al por mayor. Cualquier agente de cambio (no de bolsa) debe tener en cuenta esas resistencias, oposiciones o conflictos globales. Ya desde el inicio de cualquier proceso de cambio ha de estar alerta y prever las reacciones que con más o menos interés van a causar sus acciones. ¿Qué les voy a decir sobre como reacciona el principal instrumento financiero del país si pretendo regular su fondo social o su acción inversora? O la reacción empresarial ante la demanda de contratos de trabajo dignos, con sueldos a la altura de los precios. Ello es natural, ya los clásicos que precedieron a los clásicos explicaban las reacciones entre intereses enfrentados.




Ahora bien, ¿qué decirles cuando no se vislumbran intereses definidos y la reacción es desmesurada, frontal, máxima por motivos, tal vez de orgullo o simple vanidad terrenal o de oscuridades incomprensibles, que a menudo las hay?Tenemos una derivada de esa enfermedad, derivada casi tan grave como la enfermedad misma. Es el freno psicológico autoimpuesto al cambio que se extiende entre los que están comandados a hacerlo. Frente a tantas broncas sobre todo, la pregunta es: ¿vale la pena arriesgarse? El resultado puede ser socialmente tremendo.De eso voy a hablarles a propósito de dos situaciones que se han desatado en torno al gobierno catalán estos días, el primero la reacción de algunos periodistas y medios frente a la solidaridad explicita de una de las tres fuerzas del gobierno a favor de la paz y de los palestinos, la otra sobre el dichoso 80 por hora que casualmente afecta a la misma formación.Empezaré por la segunda y lo haré independientemente de mi opinión concreta sobre ella. Los datos objetivos, aunque probablemente no todos los datos, son: la contaminación atmosférica en la zona metropolitana de Barcelona supera en muchísimo los mínimos exigidos por la UE. Esa exigencia europea no es simplemente una norma, sino que afecta a la salud, es causa de morbilidad y mortalidad detectada de cierta relevancia y conlleva responsabilidades penales para los responsables públicos del asunto. Lo que en conjunto no es una simpleza a mi parecer.




Por otro lado, los accidentes y su derivada la mortalidad del tráfico es alta, mucho más alta que la de otros países y de lo que toda lógica aceptaría, incluso en esas vías de cercanía a la urbe.Durante muchos años la inacción fue la norma. La situación cambió hace poco más de un año con la limitación a 80, que tuvo reacciones estrepitosamente contrarias en muchos colectivos y entidades. El Real Automóvil Club de Catalunya, sin ir más lejos y, también, en el mundo mediático por los espectaculares titulares que permitía. La lectura de titulares te lanzaba a la parálisis social por falta de 20 KM por hora. Incluso un servidor, Lluís Casas, se dio por aludido y produjo un comentario a propósito en el principal periódico digital de Parapanda que llevaba por título:” ¿Por que los empresarios no quieren ir a 80?”. Esto fue concretamente el julio del 2007.Tiempo después la valoración es la siguiente, se ha reducido la contaminación en algo más del 10%, los accidentes han disminuido en un 40% y el tiempo de desplazamiento en muchas franjas horarias densas se ha reducido. Incluso el honrado gremio de las grúas de vehículos se siente afectado, dada la disminución más que evidente de los encargos. Unos resultados indiscutidos, pero no reconocidos mediaticamente por aquellos que especulaban con lo que no sabían y apostaban por la catástrofe. Estas semanas se han impulsado nuevas acciones más intensas. La velocidad variable con límite en los susodichos 80.De nuevo las reacciones han sido esperpénticas, el RACC, faltaría más como propietario del alma automovilista y los periodistas y medios habituales en el frete del rechazo. De momento, frente a la medida, la razón arguye que deberemos esperar resultados tras unos meses y comprobar el funcionamiento. Ese pensamiento tan lógico, ligero, fácil de producir no ha sido seguido por esos confortables medios, ni por periodistas significados que quieren el fusilamiento antes del juicio. A propósito, cito una entrevista ejemplar, puesto que representa esa especie de oposición a todo, independientemente de lo que se trate: en TV3, en el programa “Els matins d’en Cuní”, éste con otras tres personas entrevista a un académico de la cuestión, formalizador del modelo matemático que sustenta las mediadas, director, si no me equivoco, de la supercomputación de la universidad. Docenas de veces, con insistencia machacona, los de la entrevista le exigían que dijera que al fin y al cabo a 90 o a 100 todo era igual, que para qué los 80. El personaje aguantó la andanada nada escrupulosa, ni, por cierto, respetuosa y se mantuvo en una ordenada argumentación: la limitación a 80 es adecuada, incluso en horas bajas de tráfico y ayuda a obtener niveles de contaminación menores.




Está probado y no es bueno superarla.La entrevista, que los servicios tecnológicos de Parapanda puede ofrecerles, abajo del todo, como link, terminó por agotamiento de los preguntantes de un modo un tanto brusco. Creo que producto del disgusto producido por un personaje tan poco manejable.Resultaba difícil de entender que unos periodistas tuvieran delante una persona experta, llena de consideraciones razonables, razonadas y constatables y que solo buscaran el gran titular: el autor científico reniega de su propuesta, los 80 no sirven de nada. No se produjo el titular, claro está, y lamentablemente tampoco se produjo la pedagogía de que era capaz el experto y que los periodistas evitaron.Ahí no parece haber intereses monetarios, o de poder. Hay simplemente, así me lo parece, un periodismo poco digno, vengativo, voraz y extraordinariamente vanidoso. Una interpretación mediática de una política sin la menor relación con las intenciones benéficas de la medida, la reducción de la contaminación y de los accidentes y las víctimas. En el fondo, incluso de forma no consciente, ese periodismo está diciendo más contaminación y más victimas, eso si, rápido, a 120 por hora.Como corolario, algunos munícipes metropolitanos que se han pasado media vida sin decir esa boca es mía a propósito de ese asunto, también se añadieron al carro hipercrítico, olvidando que eran los precursores de la medida. Las rondas de Barcelona tienen limitada la velocidad a 60 y 80, desde hace años y la propia ciudad está limitando la velocidad en determinados barios a 30. Un olvido que el presidente de la Generalitat les debió recordar, puesto que callaron de golpe.Gaza es el siguiente motivo y va por los mismos andurriales. Aunque es mucho más importante. Cualquier persona puede opinar a favor o en contra de israelíes o palestinos, así es el sistema democrático. La cosa cambia cuando el opinante tiene acceso preferente a los medios de comunicación y lo que dice no puede evaluarse como opinión meramente subjetiva. Ahí los periodistas tienen donde alimentarse, en sus facultades se enseña esa distinción como pilar del periodismo honesto. Tampoco es legítimo criticar la actitud personal y democrática de nadie, ni tampoco desprestigiar a un colectivo que hace expresión de su opinión, atribuyendo lo que no se ha dicho, o lo que no se ha hecho. El periodista en las condiciones indicadas debe saber separar adecuadamente la opinión propia de la información y huir de simples especulaciones tramposas. Lo contrario es simplemente desinformación y eso, me temo, está prohibido en verdadera democracia.El asunto tiene un cariz simplemente humano, las victimas inocentes. Centenares de ellas. Afortunadamente, la mayoría de las intervenciones a favor de la paz se hacen aquí desde esta perspectiva. Lo que me permite apuntar que, tal vez, los críticos con los defensores de la paz y de las victimas estén a favor de la guerra y de los muertos, siempre y cuando sean del bando contrario. ¿O no?




Lluís Casas, Castelldefels a 60 o menos