viernes, 16 de enero de 2009

GAZA

Hace unos cuantos años, cuando había acuerdos y algunas esperanzas de mejora entre palestinos e israelíes hice un viaje a la zona. Ví todo lo que se enseña a los turistas y lo que uno, con la vista en buen estado, adivina entre las sombras. Como eran momentos de cierta esperanza y una más que consistente tranquilidad, la razón se expresaba en términos de que era posible una vida casi normal entre unos y otros. Si una vida casi normal incluye campos de concentración y limitaciones mil para el ejercicio de una actividad normal, incluido el bajar la cabeza frente a las numerosas líneas fronterizas que impone Israel. Pero, en ese momento, había cierta esperanza, insisto. Los palestinos debían hacer horas de cola para pasar de una calle a otra, pero también podían saltarse el asunto caminando diez minutos por el campo. Una situación que como hispánico comprendía muy bien. Ese estado esperanzado incluía, no hay que olvidarlo, la aceptación por parte palestina de su expulsión territorial. Esfuerzo material, moral y psicológico que nunca se valora.


Esa visita dejó algunos conocidos, mayormente israelíes por cuestiones lingüísticas, a los que anualmente saludo con la llegada del nuevo año. Para este, el asunto ha sido difícil. La familia israelí, de raíces recientes argentinas, nos expresó su angustia frente a las incidencias que causaban los cohetes de Hamas. Debían refugiarse de vez en cuando en las instalaciones preparadas para ello. Nuestra respuesta ha sido complicada, ¿qué decirles a personas que aprecias sobre lo que veías por televisión mientras leías su correo electrónico? ¿Qué los palestinos se lo pasaban muchísimo peor, qué no hay refugios posibles frente a un ejército sin límite, etc. Les ahorro mayores descripciones de mis dificultades.


No es el propio conflicto del que deseo escribir, sino de algo oscuro que ocurre aquí mismo, en este rincón contrario del Mediterráneo que debería por experiencia propia ser sensible al dolor y a la crueldad y a la deshumanización.

La deshumanización, la insensibilidad frente a los otros, han aparecido bajo la forma de tratar la guerra de Israel con una tolerancia impasible por parte de algunas personas y medios de comunicación. Cualquiera puede ser partidario de la versión bíblica judía del holocausto palestino, incluso eso puede llegar a entenderse. Pero negar lo que ven tus ojos no parece aceptable en personas que tienen a su alcance la libertad de ver sin sufrir. Y criticar a quien se sensibiliza y se expresa por una paz del vencedor, es, ya, superar los límites razonables. Esos comentaristas de todo, periodistas llenos de un orgullo sin causa, propagandistas de no se sabe qué. Simples opinantes de cobro, parecen olvidar lo que sucedió en la Europa y la España de 1936. Son parecidos a esos divulgadores ingleses que giraban la cabeza frente a los bombardeos franquistas de las ciudades republicanas. Que no querían enterarse sobre quien caían las bombas, ni porqué. Les bastaba la palabra comunismo o anarquismo para ocultar su razón y sus ojos. Posición que ocultaba, vaya que si, unos intereses políticos, ideológicos y materiales que no podían decirse en voz alta.


No me parecen distintos a los que, siendo nazis, calificaban de terroristas a los judíos noblemente sublevados del gueto de Varsovia.


No son distintos a esa jerarquía católica que ignoró el holocausto judío, el holocausto gitano, el holocausto ruso y el holocausto republicano. Una ignorancia mezclada con intereses y con cobardía. Simple inhumanidad.


Las razones de estado no son razones. Son justificaciones, casi siempre, de lo injustificable.