No voy a hablarles de historia, ni siquiera de lo que ocurrió en aquel inicio de 1939, al contrario, voy a hacer comentario ficción en relación a un más que hipotético cambio en el poder municipal barcelonés.
El comentario me surge a propósito de ciertas incapacidades políticas y técnicas que se observan desde hace tiempo en el puesto de mando de la Casa Gran, detectadas ya desde el abandono por parte de Pasqual Maragall de la vara de alcalde y que se han hecho consistentes a lo largo de estos años. Y de la plasmación en las encuestas de movimientos de votos significativos.
He de decir que nunca he sido un fan acrítico del gran Pasqual, por lo tanto lo que sigue no es nostalgia ad personam, sino exigencia de alta política en la plaça de Sant Jaume. Por otro lado, es necesario reconocer su liderazgo potente y popular. Liderazgo que escondía algunos vacíos y ciertas políticas ajenas a una izquierda responsable pero consistente. Otros artículos míos sobre el urbanismo barcelonés y barcelonista les pondrán sobre alguna pista de lo que intento explicar.
Las dos sucesiones, la de Joan Clos y la del actual alcalde Jordi Hereu, no han conseguido reequilibrar el liderazgo y han desviado energías y capacidades hacia objetivos inexistentes en la realidad o alejados de las necesidades reales de la ciudad. La línea alcanzada por Maragall, en la que Barcelona se situaba como una ciudad nueva, con propuestas, consecuciones y objetivos de gran calado ha terminado por agotarse por falta de ímpetu, renovación y probablemente simple capacidad.
A la decaída vara de alcalde se añaden otros condimentos que hacen la situación política y electoral barcelonesa más apetitosa. Sin lugar a dudas, la no incorporación de ERC al cartapacio gobernante genera dificultades añadidas, disgustos que en otro caso se resolverían en casa y que abren vías de agua por la que se cuela, no sin torpezas, la oposición permanente de CIU. No solo la ausencia de ERC es significativa, sino el papel de ICV_EUIA, socio permanente en el gobierno, parece ciertamente desdibujado en esta última fase. Hay que reconocer que ICV a lo largo de la historia del gobierno de la ciudad ha aportado votos y también mucho sentido común, determinando las políticas de bienestar social y frenando los liberalismos socialdemócratas sueltos en la plaça de Sant Jaume.
Hoy la alternancia en su dirección pone problemas para su visualidad como socio único y preferente. Esta es una ocasión, la de ser socio único, en la que ICV tiene larga experiencia. Anoto para los estudiosos que con solo dos concejales ICV lograba no hace muchos años cambiar presupuestos horas antes de su aprobación. Parece que el incremento de regidores no ha sido bien digerido, o simplemente los duros acuerdos de gobierno eran más fáciles con don Pasqual. Un acierto más para él, que sabía ilustradamente la fuerza real de una coalición de izquierdas.
El gobierno de una gran ciudad está siempre lleno de contrastes, contradicciones y decisiones que dejan lastre. La virtud del gobernante es que el resultado sea siempre de acumulación de asentimiento electoral, cultural y político hacia las opciones de gobierno y que el cambio se note. Esto se ha cumplido en parte en Barcelona desde 1979. Aunque ha habido movimientos arriba y abajo, estos no han descabalgado, hasta hoy, al jinete (o a los jinetes). Ya Maragall perdía votos y concejales, pero su lucha electoral era contra Jordi Pujol, mediante interpuestos continuos. Debo resaltar, por si alguien no se acuerda, que Artur Mas se gradúo en la oposición permanente en el ayuntamiento, de ahí su innegable buen hacer actual como oposición parlamentaria. Hoy, sin Jordi Pujol, la lucha electoral es más plana y por ello la pérdida de votos es más grave y difícil de remontar. Es un conflicto entre humanos, no entre dioses del Olimpo.
Esta territorialidad cotidiana, esta falta de elementos identificadores del ciudadano con su ciudad y con su gobierno alientan los cambios. Si Barcelona, malgré Woody Allen, es una ciudad más, sin relevancia más que para los turistas, los acreditados electoralmente pueden cambiar de papeleta sin sufrir dolor alguno, ni temer un disgusto la noche electoral. Todo es más fácil para el cambio.
Insisto pues en la cuestión del liderazgo. Sin el, sin un alcalde con la vara levantada y las ideas dispuestas, sin inculcar ilusión política, Barcelona se transforma en un distrito. Lo que cuenta es el aparcamiento al lado de casa. Todo es doméstico, cercano, familiar y la política urbana de la principal ciudad de Catalunya, y también del Mediterráneo, se decide en el altar de los dioses domésticos. Nada para el Olimpo.
No piensen los lectores que me he trastornado, que he perdido el juicio y el pensamiento crítico. Sigo pensando que Barcelona pude gobernarse desde la izquierda, con políticas de izquierda que incorporan cercanía y familiaridad. Pero necesita más, necesita ambición internacional, presencia física en el mundo. Y eso no se hace sin liderazgo. No es bailando en una carroza que se obtiene ese liderazgo, como hacia Clos. O creando falsos acontecimientos. Hacen falta acontecimientos ciertos y útiles, hacen falta apuestas hacia el exterior que cambien el interior.
Hoy, alguien está aconsejando mal al actual alcalde, que parece querer convertir la gestión municipal en su eslogan: Barcelona 2.0. Otro error mayúsculo. Eso solo interesa en Esade. Ni en Washington, ni en Paris. Ni, por descontado, en el Carmelo. Refugiarse sólo en la gestión, tal vez en la buena gestión, es más que un solemne error, es huir del debate político, es decir que no se tienen ideas, es afirmar que no hay modelo de ciudad. Hereu se abandona a algo cuasi imposible, imponerse por ser un gran gestor. El electorado valora eso, si es valorable, al final de la lista de los requerimientos. Ya Clos quiso elevarse sobre una gestión financiera post olímpica estricta y solvente. Lo que era valorable en un teniente de alcalde se transformó en un coste como líder del consistorio.
Hoy Barcelona tiene cuentas saneadas, pero está falta de ideas. La gestión financiera se hizo con enormes costos de cerebros, que fueron alejados del poder de decisión en beneficio de gerentes que ocuparon los lugares que no les correspondían. No reniego de la gerencia pública, al contrario, son ferviente partidario. Lo malo es substituir lo político por la cuenta de resultados y las ideas por el si señor, a mandar, para eso estamos. Esas cuentas son hoy una enorme oportunidad política, esos recursos disponibles son hoy, en plena crisis, alimento espiritual de la acción fuerte de gobierno. No para malgastar, ni para repartir a modo de ZP, sino para hacer ciudad y ciudadanos. Me asombra que no se hayan dado cuenta, pero para eso hay que tener concejales, no gerentes.
La oposición permanente, CIU, dado que el PP no cuenta más que como resta de votos, avanza poco a poco. El tiempo, tres años, la crisis tres años y la falta de ideas y personalidad les harán el trabajo mucho más fácil. Al menos eso creo yo. Y Barcelona es un ejemplo, hasta hoy, para la izquierda diversa. Nunca una ciudad de su importancia y en su contexto socioeconómico ha sido gobernada tantos años y con tanto acierto por personas provinentes de los distintas familias de izquierda. La izquierda debe recuperar ideas y capacidad política, aun hay tiempo.
Lluís Casas comendador.
El comentario me surge a propósito de ciertas incapacidades políticas y técnicas que se observan desde hace tiempo en el puesto de mando de la Casa Gran, detectadas ya desde el abandono por parte de Pasqual Maragall de la vara de alcalde y que se han hecho consistentes a lo largo de estos años. Y de la plasmación en las encuestas de movimientos de votos significativos.
He de decir que nunca he sido un fan acrítico del gran Pasqual, por lo tanto lo que sigue no es nostalgia ad personam, sino exigencia de alta política en la plaça de Sant Jaume. Por otro lado, es necesario reconocer su liderazgo potente y popular. Liderazgo que escondía algunos vacíos y ciertas políticas ajenas a una izquierda responsable pero consistente. Otros artículos míos sobre el urbanismo barcelonés y barcelonista les pondrán sobre alguna pista de lo que intento explicar.
Las dos sucesiones, la de Joan Clos y la del actual alcalde Jordi Hereu, no han conseguido reequilibrar el liderazgo y han desviado energías y capacidades hacia objetivos inexistentes en la realidad o alejados de las necesidades reales de la ciudad. La línea alcanzada por Maragall, en la que Barcelona se situaba como una ciudad nueva, con propuestas, consecuciones y objetivos de gran calado ha terminado por agotarse por falta de ímpetu, renovación y probablemente simple capacidad.
A la decaída vara de alcalde se añaden otros condimentos que hacen la situación política y electoral barcelonesa más apetitosa. Sin lugar a dudas, la no incorporación de ERC al cartapacio gobernante genera dificultades añadidas, disgustos que en otro caso se resolverían en casa y que abren vías de agua por la que se cuela, no sin torpezas, la oposición permanente de CIU. No solo la ausencia de ERC es significativa, sino el papel de ICV_EUIA, socio permanente en el gobierno, parece ciertamente desdibujado en esta última fase. Hay que reconocer que ICV a lo largo de la historia del gobierno de la ciudad ha aportado votos y también mucho sentido común, determinando las políticas de bienestar social y frenando los liberalismos socialdemócratas sueltos en la plaça de Sant Jaume.
Hoy la alternancia en su dirección pone problemas para su visualidad como socio único y preferente. Esta es una ocasión, la de ser socio único, en la que ICV tiene larga experiencia. Anoto para los estudiosos que con solo dos concejales ICV lograba no hace muchos años cambiar presupuestos horas antes de su aprobación. Parece que el incremento de regidores no ha sido bien digerido, o simplemente los duros acuerdos de gobierno eran más fáciles con don Pasqual. Un acierto más para él, que sabía ilustradamente la fuerza real de una coalición de izquierdas.
El gobierno de una gran ciudad está siempre lleno de contrastes, contradicciones y decisiones que dejan lastre. La virtud del gobernante es que el resultado sea siempre de acumulación de asentimiento electoral, cultural y político hacia las opciones de gobierno y que el cambio se note. Esto se ha cumplido en parte en Barcelona desde 1979. Aunque ha habido movimientos arriba y abajo, estos no han descabalgado, hasta hoy, al jinete (o a los jinetes). Ya Maragall perdía votos y concejales, pero su lucha electoral era contra Jordi Pujol, mediante interpuestos continuos. Debo resaltar, por si alguien no se acuerda, que Artur Mas se gradúo en la oposición permanente en el ayuntamiento, de ahí su innegable buen hacer actual como oposición parlamentaria. Hoy, sin Jordi Pujol, la lucha electoral es más plana y por ello la pérdida de votos es más grave y difícil de remontar. Es un conflicto entre humanos, no entre dioses del Olimpo.
Esta territorialidad cotidiana, esta falta de elementos identificadores del ciudadano con su ciudad y con su gobierno alientan los cambios. Si Barcelona, malgré Woody Allen, es una ciudad más, sin relevancia más que para los turistas, los acreditados electoralmente pueden cambiar de papeleta sin sufrir dolor alguno, ni temer un disgusto la noche electoral. Todo es más fácil para el cambio.
Insisto pues en la cuestión del liderazgo. Sin el, sin un alcalde con la vara levantada y las ideas dispuestas, sin inculcar ilusión política, Barcelona se transforma en un distrito. Lo que cuenta es el aparcamiento al lado de casa. Todo es doméstico, cercano, familiar y la política urbana de la principal ciudad de Catalunya, y también del Mediterráneo, se decide en el altar de los dioses domésticos. Nada para el Olimpo.
No piensen los lectores que me he trastornado, que he perdido el juicio y el pensamiento crítico. Sigo pensando que Barcelona pude gobernarse desde la izquierda, con políticas de izquierda que incorporan cercanía y familiaridad. Pero necesita más, necesita ambición internacional, presencia física en el mundo. Y eso no se hace sin liderazgo. No es bailando en una carroza que se obtiene ese liderazgo, como hacia Clos. O creando falsos acontecimientos. Hacen falta acontecimientos ciertos y útiles, hacen falta apuestas hacia el exterior que cambien el interior.
Hoy, alguien está aconsejando mal al actual alcalde, que parece querer convertir la gestión municipal en su eslogan: Barcelona 2.0. Otro error mayúsculo. Eso solo interesa en Esade. Ni en Washington, ni en Paris. Ni, por descontado, en el Carmelo. Refugiarse sólo en la gestión, tal vez en la buena gestión, es más que un solemne error, es huir del debate político, es decir que no se tienen ideas, es afirmar que no hay modelo de ciudad. Hereu se abandona a algo cuasi imposible, imponerse por ser un gran gestor. El electorado valora eso, si es valorable, al final de la lista de los requerimientos. Ya Clos quiso elevarse sobre una gestión financiera post olímpica estricta y solvente. Lo que era valorable en un teniente de alcalde se transformó en un coste como líder del consistorio.
Hoy Barcelona tiene cuentas saneadas, pero está falta de ideas. La gestión financiera se hizo con enormes costos de cerebros, que fueron alejados del poder de decisión en beneficio de gerentes que ocuparon los lugares que no les correspondían. No reniego de la gerencia pública, al contrario, son ferviente partidario. Lo malo es substituir lo político por la cuenta de resultados y las ideas por el si señor, a mandar, para eso estamos. Esas cuentas son hoy una enorme oportunidad política, esos recursos disponibles son hoy, en plena crisis, alimento espiritual de la acción fuerte de gobierno. No para malgastar, ni para repartir a modo de ZP, sino para hacer ciudad y ciudadanos. Me asombra que no se hayan dado cuenta, pero para eso hay que tener concejales, no gerentes.
La oposición permanente, CIU, dado que el PP no cuenta más que como resta de votos, avanza poco a poco. El tiempo, tres años, la crisis tres años y la falta de ideas y personalidad les harán el trabajo mucho más fácil. Al menos eso creo yo. Y Barcelona es un ejemplo, hasta hoy, para la izquierda diversa. Nunca una ciudad de su importancia y en su contexto socioeconómico ha sido gobernada tantos años y con tanto acierto por personas provinentes de los distintas familias de izquierda. La izquierda debe recuperar ideas y capacidad política, aun hay tiempo.
Lluís Casas comendador.