Si recuerdan la canción de Salvatore Adamo (finales de los sesenta), sabrán que finalmente ella no fue a la cita esa noche. La metereología tiene imponderables que ni el amor puede superar. La nieve frustró ese amor, al menos por esa noche. Adamo lo sabía muy bien cuando escribió la canción. Lo malo es que los que le escuchábamos en un entonces ya lejano no nos fijamos adecuadamente en el mensaje oculto, el meteoro, sino en la lánguida espera de la chica. En realidad todos esperábamos una chica que no venía, aunque sin tener, la mayoría, la personal excusa de la nieve. Más o menos como ahora mismo, con nieve, con excusa y sin chica.
Mi amigo de Parapanda me dice que me he pasado con el artículo sobre la nevada. Tal vez tenga razón, aunque albergo mis dudas. Si se refiere a que no aportaba crítica substancial de la acción pública, eso es otra cosa. En eso tiene toda la razón. Aunque, justo seria el reconocerlo, de refilón colé que todo es mejorable y que el mundo eléctrico es una mafia. Comentarios que de todos modos son del todo punto insuficientes. Para enmendarlo les traduciré algunas conversaciones oídas o participadas con gentes conocedoras del asunto y que todavía no han dormido des de el lunes en una cama. También les diré que frente al aluvión de crítica primaria reacciono en contra. ¡Qué le vamos a hacer!
Primero, la critica. Una cosa es la crítica política, parlamentaria, partidista si ustedes quieren, pero legitima, efectuada cuando el operativo ha terminado y hay constancia tanto de que los ciudadanos están en casa como que la moral de la tropa también está a salvo. Ese espacio temporal, un prudente y aconsejable espacio temporal, hay que protegerlo, todos deben protegerlo en bien no solo de la realidad, que cuesta verla y hacerse con ella, como en bien del futuro. El ruido mediático e inmediato no es bueno para la acción operativa, ni para la reflexión que conduce a los cambios. La crítica, imprescindible, en todo caso, debe hacerse con cierto conocimiento de causa y sin echar el niño junto con el agua sucia.
Segundo, los recursos. Hasta hoy no existe en España, ni en Catalunya un sistema de protección civil integrado y preparado para grandes catástrofes o emergencias que superen los estándares habituales, cosa que afecta a la Generalitat, al todos los ayuntamientos y al estado federal. Esa es una realidad que no debe ocultarse, pero que tampoco debe arramblar con lo que existe, grandes operativos competentes con buen equipamiento, mecanismos de coordinación entre ellos y un cierto grado de acción preventiva y planes de actuación que se han ido desplegando recientemente. Si se pregunta a un vecino donde está la comisaría o el CAP, la respuesta es segura. Lo saben. Si se pregunta por la protección civil, el despiste es total. Ni la administración, ni los administrados están preocupados por esa función más allá del momento preciso en que un gran lío hace aparecer ese término un tanto ambiguo. Es una signatura pendiente para todas las administraciones y para la consciencia social que no lo exige. Insisto en lo dicho, operativos hailos y buenos, coordinación entre ellos también, pero de eso a pretender que podemos dar una respuesta a situaciones imprevistas de gran dimensión es otra cosa. Esa cosa vale dinero, mucho dinero, es decir impuestos y normativa, es decir obligaciones para todos. Frente a esa realidad, siempre aparece el ahorro práctico una semana después de pasadas las horas canutas. El olvido hace poco por impulsar la protección civil. Se resume muy fácilmente, ¿Cuántas limpianieves hemos de tener disponibles, maquinaria, conductores, etc.? ¿Las mil actuales (es un decir) o seis mil? Decir una u otra cosa es muy distinta, significa que si decidimos mil en función de lo que ha ocurrido en los últimos diez años, puede aparecer una necesidad puntual y grave a la que no se pueda atender en términos más o menos inmediatos. Si la respuesta es seis mil, aunque durante años no haga ninguna falta, deberemos desviar recursos de otras actividades o incrementar los impuestos en un porcentaje no precisamente pequeño. Una buena administración hará una opción de equilibrio, tendrá más recursos de los habitualmente necesarios, pero no llegará a cubrir el presunto holocausto de cada diez años. El alcalde de Londres lo dijo de forma aplastante. Se gestionan recursos y tiempo. Eso debemos plasmarlo de forma que la responsabilidad política quede clara. Socialmente asumimos unos riesgos con tratamientos distintos, en unos actuamos con todos los medios, en otros hacemos lo que podemos. Es una elección política y social. Como en la salud y en otras tantas cosas simplemente.
Tercero, la información. La administración no puede saberlo todo (y la mayoría tampoco lo queremos). La información sobre sucesos masivos deja importantes lagunas totalmente inevitables. Ningún método tecnificado puede absorber el volumen de información que genera una gran emergencia, incluso cuando no hay victimas. La administración ha de conseguir tener la información relevante para no perder la capacidad de conducción del suceso, pero nadie puede pretender que lo conozca todo. No es posible, aunque se debe intentar conocer, como ya he dicho, lo relevante. Si RENFE no sabe donde tiene sus trenes, poco podrá hacer el operativo hasta que se sepa. Si FECSA no sabe cuantas torres hay dañadas, lo mismo. Esas lagunas deben llenarse sobre la marcha de la mejor manera posible y al final rectificar las causas de la falta de información en esos casos significativos. La información es una asignatura pendiente de la administración, pero debemos reconocer en frío que se muy difícil satisfacerla. Probablemente la acción conjunta con los medios se el único camino. La administración debe saber y debe explicar lo suficiente para que los ciudadanos puedan decidir cabalmente y para dar la tranquilidad suficiente para soportar el espacio y el tiempo hasta la llegada de la ayuda. Ahí, los medios hacen bien poco. Llevados por el espíritu de crítica son capaces de hacer desaparecer a diez mil personas que están actuando con frases de una simpleza increíble. En una catástrofe, la prensa y sobre todo la radio cubren un espacio informativo en positivo. La crítica llegará cuando todos estén en casa. En una rueda de prensa que contemple ocurrió lo siguiente: una periodista, que disponía de la grabación de una persona retenida por la nevada, preguntó: ¿quedan personas retenidas? La respuesta fue: según la información disponible no consta que quede nadie retenido. Aunque no tenemos información exhaustiva. El titular fue inmediato: la administración engaña.
Cuarto, la prevención. Este es el instrumento más eficaz y barato frente a los grades desbarajustes. Significa que administración, servicios públicos, ciudadanos y prensa deben saber que hacer y que no hacer ante todo aquello que ha sido previsible. Siempre que se pueda. Aunque no vale pretender que todo es programable, puesto que no hay una gran emergencia que se repita y por ello protocolos y planes tiene un papel relevante pero no exclusivo y entonces el operativo improvisa dentro de un gran marco de acción, la administración debe conseguir incluir en la preocupación ciudadana el concepto de prevención y el cumplimiento de las recomendaciones. Claro que la prevención es difícil e incomprendida. El ciudadano, las empresas, etc. no aceptan el aviso de riesgos para que ellos mismos tomen las decisiones sensatas. No quieren cerrar, no quieren dejar el vehiculo, quieren ver la tormenta marina a pocos metros. Cuando la desgracia es evidente exigen medidas coercitivas para evitar decidir. Alguien ha pretendido que la solución preventiva es cerrar el país. Hoy eso no parece posible y dentro de dos semanas diremos que es una absoluta tontería. Ese tipo de prevención, cierres, no circulación, etc. necesita de ejercicio constante y no es país, afortunadamente, para practicarlo. Recuerdo a los lectores que un maestro de la predicción metereológica tuvo que dejar las ondas por predecir unas tormentas en la costa en periodo vacacional que después no se produjeron. La presión del sector hotelero fue apabullante. No lo olvidemos. La predicción es un riesgo en si misma, pero también lo es por la afectación que produce.
Quinto, una emergencia nunca es una sola emergencia. Una emergencia es un compuesto complejo de muchas emergencias, con componentes variables, unas dependientes de la administración y otros muy independientes. Eso vale para el apagón que se sumó a la nieve. Y ahí sale el asunto primoroso del poder de las empresas privadas que gestionan servicios públicos, agua, gas, electricidad, comunicaciones, transporte, bancos, etc. Poco a poco, el ligero poder administrativo sobre ese mundo (que siempre ha sido muy poco) se ha ido difuminando. Lean en El País de hoy (17 de marzo) el artículo del ex ministro Joan Majó, lean y lean entre líneas. A medida que las empresas suministradoras se convierten en extranjeras, como ENDESA, grandes multinacionales, como Telefónica, o entes monopólicos y poderes absolutos, como los bancos la cosa se pone cada vez más difícil. (Una crisis bancaria no es distinta a una crisis por una nevada, simplemente es mucho más importante. Aunque los medios y los propios ciudadanos no tienen el mismo tipo de respuesta o exigencia para una que para con la otra). ENDESA es una piedra en el desarrollo económico, lo es por su hegemonía en un sector en donde la competencia es imposible o casi. Lo fue con el apagón de Barcelona y lo ha sido ahora en Girona. Mañana puede serlo en otra parte. Lo de la MAT como elemento clave de la crisis es de risa, ya me perdonarán algunos crédulos, e incluso es un argumento que funciona al revés, ¿porque los que deben invertir ponen tantos problemas a aceptar las propuestas del territorio? ¿Quién ha retrasado qué?
La crisis eléctrica (la más importante) fue por dos motivos, hundimiento de docenas de torres de transporte y falta de alternativa al suministro. Lo uno es, tal vez, inevitable en razón a costes y climatología (ahí se asumió un riesgo calculado), pero lo otro es simplemente desidia como factor de negocio. O, simplemente como práctica jurídica, un simple chantaje. Hoy día, el abastecimiento eléctrico, sin negar posibles beneficios de la interconexión, puede hacerse desde lugares cercanos con múltiples fuentes de generación. El tercer componente es la reacción de la empresa frente al desaguisado. No informa, no actúa con diligencia, no vuelca los medios necesarios de forma enérgica. Eso, ya lo sabíamos desde Barcelona. La administración también y no puso remedio entonces,
En fin, la critica pasa, resumiendo, por lo siguiente:
- Errores en el sistema de comunicación al ciudadano, tanto antes de la nevada, como en el curso de los operativos.
- Acuerdos con los medios para que estos se conviertan en medios de información que ni desvirtúen las operaciones y colaboren en ellas.
- Falta de decisiones sobre el sistema de protección civil (que nadie reclama en normalidad).
- Falta de presión sobre las empresas que gestionan los suministros básicos para que tengan sistemas de emergencia, como para que las inversiones cumplan con la ley.
Y finalmente una reflexión, en las zonas en donde un meteoro es habitual no hay crisis, la vida, las personas, las empresas, etc. se adaptan a lo conocido. Cuando el meteoro cae donde no es habitual, nadie, ni nada podrá evitar molestias, accidentes y afectaciones varias en la vida de todos. Me cuentan que este fin de semana, en una población afectada, un comerciante esperaba frente a su negocio que el ayuntamiento le quitara la nieve de la acera.
Lluís Casas
[1]“... tu ne viendras pas ce soir”
Mi amigo de Parapanda me dice que me he pasado con el artículo sobre la nevada. Tal vez tenga razón, aunque albergo mis dudas. Si se refiere a que no aportaba crítica substancial de la acción pública, eso es otra cosa. En eso tiene toda la razón. Aunque, justo seria el reconocerlo, de refilón colé que todo es mejorable y que el mundo eléctrico es una mafia. Comentarios que de todos modos son del todo punto insuficientes. Para enmendarlo les traduciré algunas conversaciones oídas o participadas con gentes conocedoras del asunto y que todavía no han dormido des de el lunes en una cama. También les diré que frente al aluvión de crítica primaria reacciono en contra. ¡Qué le vamos a hacer!
Primero, la critica. Una cosa es la crítica política, parlamentaria, partidista si ustedes quieren, pero legitima, efectuada cuando el operativo ha terminado y hay constancia tanto de que los ciudadanos están en casa como que la moral de la tropa también está a salvo. Ese espacio temporal, un prudente y aconsejable espacio temporal, hay que protegerlo, todos deben protegerlo en bien no solo de la realidad, que cuesta verla y hacerse con ella, como en bien del futuro. El ruido mediático e inmediato no es bueno para la acción operativa, ni para la reflexión que conduce a los cambios. La crítica, imprescindible, en todo caso, debe hacerse con cierto conocimiento de causa y sin echar el niño junto con el agua sucia.
Segundo, los recursos. Hasta hoy no existe en España, ni en Catalunya un sistema de protección civil integrado y preparado para grandes catástrofes o emergencias que superen los estándares habituales, cosa que afecta a la Generalitat, al todos los ayuntamientos y al estado federal. Esa es una realidad que no debe ocultarse, pero que tampoco debe arramblar con lo que existe, grandes operativos competentes con buen equipamiento, mecanismos de coordinación entre ellos y un cierto grado de acción preventiva y planes de actuación que se han ido desplegando recientemente. Si se pregunta a un vecino donde está la comisaría o el CAP, la respuesta es segura. Lo saben. Si se pregunta por la protección civil, el despiste es total. Ni la administración, ni los administrados están preocupados por esa función más allá del momento preciso en que un gran lío hace aparecer ese término un tanto ambiguo. Es una signatura pendiente para todas las administraciones y para la consciencia social que no lo exige. Insisto en lo dicho, operativos hailos y buenos, coordinación entre ellos también, pero de eso a pretender que podemos dar una respuesta a situaciones imprevistas de gran dimensión es otra cosa. Esa cosa vale dinero, mucho dinero, es decir impuestos y normativa, es decir obligaciones para todos. Frente a esa realidad, siempre aparece el ahorro práctico una semana después de pasadas las horas canutas. El olvido hace poco por impulsar la protección civil. Se resume muy fácilmente, ¿Cuántas limpianieves hemos de tener disponibles, maquinaria, conductores, etc.? ¿Las mil actuales (es un decir) o seis mil? Decir una u otra cosa es muy distinta, significa que si decidimos mil en función de lo que ha ocurrido en los últimos diez años, puede aparecer una necesidad puntual y grave a la que no se pueda atender en términos más o menos inmediatos. Si la respuesta es seis mil, aunque durante años no haga ninguna falta, deberemos desviar recursos de otras actividades o incrementar los impuestos en un porcentaje no precisamente pequeño. Una buena administración hará una opción de equilibrio, tendrá más recursos de los habitualmente necesarios, pero no llegará a cubrir el presunto holocausto de cada diez años. El alcalde de Londres lo dijo de forma aplastante. Se gestionan recursos y tiempo. Eso debemos plasmarlo de forma que la responsabilidad política quede clara. Socialmente asumimos unos riesgos con tratamientos distintos, en unos actuamos con todos los medios, en otros hacemos lo que podemos. Es una elección política y social. Como en la salud y en otras tantas cosas simplemente.
Tercero, la información. La administración no puede saberlo todo (y la mayoría tampoco lo queremos). La información sobre sucesos masivos deja importantes lagunas totalmente inevitables. Ningún método tecnificado puede absorber el volumen de información que genera una gran emergencia, incluso cuando no hay victimas. La administración ha de conseguir tener la información relevante para no perder la capacidad de conducción del suceso, pero nadie puede pretender que lo conozca todo. No es posible, aunque se debe intentar conocer, como ya he dicho, lo relevante. Si RENFE no sabe donde tiene sus trenes, poco podrá hacer el operativo hasta que se sepa. Si FECSA no sabe cuantas torres hay dañadas, lo mismo. Esas lagunas deben llenarse sobre la marcha de la mejor manera posible y al final rectificar las causas de la falta de información en esos casos significativos. La información es una asignatura pendiente de la administración, pero debemos reconocer en frío que se muy difícil satisfacerla. Probablemente la acción conjunta con los medios se el único camino. La administración debe saber y debe explicar lo suficiente para que los ciudadanos puedan decidir cabalmente y para dar la tranquilidad suficiente para soportar el espacio y el tiempo hasta la llegada de la ayuda. Ahí, los medios hacen bien poco. Llevados por el espíritu de crítica son capaces de hacer desaparecer a diez mil personas que están actuando con frases de una simpleza increíble. En una catástrofe, la prensa y sobre todo la radio cubren un espacio informativo en positivo. La crítica llegará cuando todos estén en casa. En una rueda de prensa que contemple ocurrió lo siguiente: una periodista, que disponía de la grabación de una persona retenida por la nevada, preguntó: ¿quedan personas retenidas? La respuesta fue: según la información disponible no consta que quede nadie retenido. Aunque no tenemos información exhaustiva. El titular fue inmediato: la administración engaña.
Cuarto, la prevención. Este es el instrumento más eficaz y barato frente a los grades desbarajustes. Significa que administración, servicios públicos, ciudadanos y prensa deben saber que hacer y que no hacer ante todo aquello que ha sido previsible. Siempre que se pueda. Aunque no vale pretender que todo es programable, puesto que no hay una gran emergencia que se repita y por ello protocolos y planes tiene un papel relevante pero no exclusivo y entonces el operativo improvisa dentro de un gran marco de acción, la administración debe conseguir incluir en la preocupación ciudadana el concepto de prevención y el cumplimiento de las recomendaciones. Claro que la prevención es difícil e incomprendida. El ciudadano, las empresas, etc. no aceptan el aviso de riesgos para que ellos mismos tomen las decisiones sensatas. No quieren cerrar, no quieren dejar el vehiculo, quieren ver la tormenta marina a pocos metros. Cuando la desgracia es evidente exigen medidas coercitivas para evitar decidir. Alguien ha pretendido que la solución preventiva es cerrar el país. Hoy eso no parece posible y dentro de dos semanas diremos que es una absoluta tontería. Ese tipo de prevención, cierres, no circulación, etc. necesita de ejercicio constante y no es país, afortunadamente, para practicarlo. Recuerdo a los lectores que un maestro de la predicción metereológica tuvo que dejar las ondas por predecir unas tormentas en la costa en periodo vacacional que después no se produjeron. La presión del sector hotelero fue apabullante. No lo olvidemos. La predicción es un riesgo en si misma, pero también lo es por la afectación que produce.
Quinto, una emergencia nunca es una sola emergencia. Una emergencia es un compuesto complejo de muchas emergencias, con componentes variables, unas dependientes de la administración y otros muy independientes. Eso vale para el apagón que se sumó a la nieve. Y ahí sale el asunto primoroso del poder de las empresas privadas que gestionan servicios públicos, agua, gas, electricidad, comunicaciones, transporte, bancos, etc. Poco a poco, el ligero poder administrativo sobre ese mundo (que siempre ha sido muy poco) se ha ido difuminando. Lean en El País de hoy (17 de marzo) el artículo del ex ministro Joan Majó, lean y lean entre líneas. A medida que las empresas suministradoras se convierten en extranjeras, como ENDESA, grandes multinacionales, como Telefónica, o entes monopólicos y poderes absolutos, como los bancos la cosa se pone cada vez más difícil. (Una crisis bancaria no es distinta a una crisis por una nevada, simplemente es mucho más importante. Aunque los medios y los propios ciudadanos no tienen el mismo tipo de respuesta o exigencia para una que para con la otra). ENDESA es una piedra en el desarrollo económico, lo es por su hegemonía en un sector en donde la competencia es imposible o casi. Lo fue con el apagón de Barcelona y lo ha sido ahora en Girona. Mañana puede serlo en otra parte. Lo de la MAT como elemento clave de la crisis es de risa, ya me perdonarán algunos crédulos, e incluso es un argumento que funciona al revés, ¿porque los que deben invertir ponen tantos problemas a aceptar las propuestas del territorio? ¿Quién ha retrasado qué?
La crisis eléctrica (la más importante) fue por dos motivos, hundimiento de docenas de torres de transporte y falta de alternativa al suministro. Lo uno es, tal vez, inevitable en razón a costes y climatología (ahí se asumió un riesgo calculado), pero lo otro es simplemente desidia como factor de negocio. O, simplemente como práctica jurídica, un simple chantaje. Hoy día, el abastecimiento eléctrico, sin negar posibles beneficios de la interconexión, puede hacerse desde lugares cercanos con múltiples fuentes de generación. El tercer componente es la reacción de la empresa frente al desaguisado. No informa, no actúa con diligencia, no vuelca los medios necesarios de forma enérgica. Eso, ya lo sabíamos desde Barcelona. La administración también y no puso remedio entonces,
En fin, la critica pasa, resumiendo, por lo siguiente:
- Errores en el sistema de comunicación al ciudadano, tanto antes de la nevada, como en el curso de los operativos.
- Acuerdos con los medios para que estos se conviertan en medios de información que ni desvirtúen las operaciones y colaboren en ellas.
- Falta de decisiones sobre el sistema de protección civil (que nadie reclama en normalidad).
- Falta de presión sobre las empresas que gestionan los suministros básicos para que tengan sistemas de emergencia, como para que las inversiones cumplan con la ley.
Y finalmente una reflexión, en las zonas en donde un meteoro es habitual no hay crisis, la vida, las personas, las empresas, etc. se adaptan a lo conocido. Cuando el meteoro cae donde no es habitual, nadie, ni nada podrá evitar molestias, accidentes y afectaciones varias en la vida de todos. Me cuentan que este fin de semana, en una población afectada, un comerciante esperaba frente a su negocio que el ayuntamiento le quitara la nieve de la acera.
Lluís Casas
[1]“... tu ne viendras pas ce soir”