Me decido al comentario impulsado por el run-rún que circula entre dos aguas en los medios de comunicación y que estos, como es norma habitual de la casa esconden o no se enteran.
En run run nos habla de la operación cajas (nombre que propongo yo solito), operación que consiste en hacer posible lo que hasta ahora no lo ha sido, es decir la transformación de las cajas en entidades financieras privadas y con propietarios. Hoy estas entidades gozan de un peculiar estatuto, puesto que no tienen propietarios ad hoc, sino que son entidades sociales con fines altruistas, por decirlo (aproximadamente cursi) de alguna manera. De hecho no son de nadie, aunque diversos estamentos, un tanto medievales, hacen de consejo de accionistas. Es una situación de, diríamos, socialismo realmente existente.
Han sido muchas y variadas las intentonas por parte del submundo financiero estándar, con la colaboración de formaciones políticas y estamentos patronales para conseguir que estas entidades pasaran con armas y bagajes (y sobretodo con cuota de mercado y acumulación de beneficios) a formar parte del ejército financiero privado. Un poco copiando el estilo ruso de transferir a bajo coste la propiedad pública a manos privadas. Y todos contentos. En esa guerra y poco después de la normalización democrática, las entidades dependientes de la administración fueron adquiridas a bajo precio por el sector privado, laminando un sistema de financiación público directo con el ciudadano y las empresas. Después de aquello solo quedan las cajas, dado que el ICO y en nuestra casa el Institut Català de Finances no cuentan para casi nada. Como la reciente crisis de financiación ha puesto de manifiesto. La operación de transferencia de las entidades públicas fue un enorme error el cobrar por quedarse en pelotas financieras ha supuesto pan para hoy (un hoy de entonces) y hambre para mañana. Hambre e incapacidad para incidir en el mercado financiero.
La crisis inmobiliaria actual ha situado al sistema financiero español en una posición, digamos, incómoda. Incómoda a la espera del dictamen de la realidad, puesto que corre por ahí una pequeña deuda impagada de las inmobiliarias de 325 mil millones y otra familiar que está en torno al billón de los antiguos. Esa deuda terminará por cristalizar en una crisis financiera. De ahí el escaso interés por repartir crédito de que hacen gala las entidades. Acumulan reservas para lo que pueda venir. En ese paquete están, cómo no, las cajas. Éstas como corresponde a su público habitual tienen prestados muchos ceros a las familias y a las promociones locales. El agujero de las cajas es difícilmente asumible desde la perspectiva de la capitalización como una entidad privada y por lo tanto puede ser susceptible de mayores dificultades de estabilización. De ahí los procesos de concentración en marcha, de discutible marcha.
Ese es el momento en que la banca privada hará el movimiento definitivo, la compra de las cajas a través de mecanismos más o menos decorados para enredar al personal. Y lo están preparando.
El resultado, a parte de una pérdida considerable de fondos sociales, será un oligopolio a dos o tres del sistema financiero español. Y, eso, señores, es lo peor que puede pasar financieramente hablando al estado federal. En síntesis, el gobierno financiero del estado.
Por lo tanto, créanme, siéntanse copropietarios de las cajas que usan, ejerzan los derechos y defiéndalas de los buitres.
Lluís Casas, en el bosque de Sherwood.