El gobierno federal ha tardado una eternidad (en política eso significa más de un día y en economía más de un año) en entrar en lo que su competencia exige: la plasmación de planes de reactivación económica. Tal como nos tiene acostumbrados este gobierno, las medidas se suceden y se contradicen en segundos, acumulándose unas sobre otras en extrañas construcciones que huyen de cualquier forma lógica comprensible. Pese a todo, algo se va haciendo y parece ser que ahora más en serio, dentro de lo que cabe.
La última oferta ahora mismo es el llamamiento al submundo inmobiliario para que nos saque de la crisis. Todo hay que decirlo, esa llamada ha estado matizada. Se reclama al sector no especulativo y se ofrecen ventajas diversas para la rehabilitación, en la creencia que eso va a mover cientos de miles de puestos de trabajo.
No me sorprende en absoluto esa llamada de auxilio a quien es el provocador de la crisis. Era de esperar cuando ideas y capacidades están por debajo de lo necesario e incluso por debajo de lo suficiente. De hecho en diversas ocasiones he advertido de esa tentación dentro de las esferas económicas, sean gubernamentales o no.
Lamento decirle al respetable público que esas predicciones de empleo no se van a cumplir, desgraciadamente. En primer lugar porque la rehabilitación, tan necesaria, tiene costes de producción elevadísimos. No por las obras en si mismas, ni por los costes monetarios, sino por los procedimientos complejos que conlleva reformar lo existente. En general, dentro de las viviendas a rehabilitar existen seres, incluso algunos de ellos humanos. Y eso, señores, no permite mecanismos ni ágiles, ni rápidos. Insisto en que hay que hacerlo, faltaría más. Hay ahí un enorme estoc de viviendas que permitirían una renovación substancial del parque disponible sin machacar más el territorio. Pero de eso a pensar que a gritos y con rebajas del IVA se va a actuar con eficiencia, van demasiados saltos lógicos, a mi parecer. Existen lagunas normativas, financieras y falta efectiva de reservas de vivienda alternativa para los actuales ocupantes. Un largo etcétera habría que añadir a continuación.
Por lo tanto, si la llamada va en serio no puede más que terminar en la reactivación de lo que ya conocemos: desgravaciones fiscales, créditos a las familias, etcétera para que vayan al mercado. El problema, si este acaba siendo el camino, es que antes de construir de nuevo habrá que colocar lo existente. Que es mucho. Por lo que por ese lado tampoco veo una gran animación en perspectiva. Lo dicho, mal asunto, si va en serio.
Por lo demás, qué puedo decirles si la gran patronal propone como medida eficaz la esclavitud de la juventud. Salario mínimo, sin costes de despido, sin seguridad social, etc. De hecho sería un contrato bastante más barato que la simple esclavitud, que exige alimentación y cama, como mínimo. Y si se trata de gladiadores, incluso armas y entrenamiento, por no citar ciertos placeres previos al “morituri te salutant”. Ya he advertido muchas veces (parezco una abuela) que la patronal (especialmente la cúpula) está hecha de una materia un tanto extraña para el siglo que vivimos. Pura piedra, desde el cerebro a los pies. Lo que impide todo movimiento creativo. Y una ansia de desmesurado beneficio a costa de todo que supera la imaginación más desenfrenada. Ni el comisario Adamsberg (lean a Fred Vargas, si no la conocen) podría averiguar el por qué.
Con estos mechinales, lo del acuerdo social será efectivamente un acuerdo social entre cuatro. Ni la oposición (por nombrarla de alguna manera) ni la cúpula de la patronal van a un entendimiento útil. Sea el que fuere. De modo que, me parece a mí, podríamos caer en la trampa de sacrificar derechos sociales y salarios a cambio de nada.
Lluís Casas buscando a Espartaco desesperadamente.