Vuelvo con mi manía de ensalzar la figura de Don Ildefons Cerdá. Hace ya algún tiempo expresé mi incomprensión y mi crítica frente al poco caso que la ciudad de Barcelona hacía al insigne urbanista. Cosa que hoy no puede mantenerse y, por ello, me alegra reconocer ese error de apreciación. A día de hoy, he visitado ya tres exposiciones sobre el hombre, su tiempo y sus propuestas de reforma. Todas en Barcelona y además encadenadas. Por lo que sé, no existe un mando único en las celebraciones y tal acumulación ha sido producto del azar y de la inquietud de algunas personas e instituciones. La Diputación en Les Dressanes, el Ayuntamiento en el Museu d’Historia y en el Centre de Cultura Contemporània. Tres de momento, mientras que en Parapanda ya llevan catorce. Lamento, de todas maneras, que no sean exposiciones más estables que permitan la visita escolar y escolástica con comodidad y tiempo. Ahí apuntaría que tanto el personaje, como la época y el proyecto del Eixample merecerían algo permanente.
La suma de las tres ofertas da una idea al visitante del enorme significado reformista del homenajeado y de la consistencia de sus propuestas que han resistido no solo el paso del tiempo, sino otras fuerzas mucho más poderosas, como la presión de la propiedad, los vericuetos políticos, el cambio tecnológico en el transporte (el vehiculo a motor privado y colectivo) y la sanidad colectiva (abastecimientos, colectores, etc.). Entre otras muchas cosas. Incluso han superado la prueba de la carga y descarga de las mercancías urbanas, de la pequeña industria y del comercio al por mayor.
Lamentablemente, a parte de la onomástica concreta que se celebra este año, Don Ildefonso vive la plácida vida de los insignes olvidados. Diariamente millones de personas circulan por los espacios que el imaginó e impulsó, disfrutando de una ciudad que nadie antes había imaginado así. Pero claro está, pocas, muy pocas personas son conscientes de ello. De hecho, que yo sepa, ni siquiera existe algún producto editorial que esté al alcance del personal. No se si hay tesis o estudios universitarios a mano. Pero si sé que la divulgación del hombre y de su tiempo no existe. A parte, claro está, del esfuerzo puntual de ahora. Una divulgación que, a parte de la propia barcelonesa o catalana por razones obvias, debería trasladarse más allá del Ebro, en ambos sentidos, hacia España y hacia Europa. El personaje y el momento histórico se lo valen. Es, sin lugar a dudas, el momento en que se definen los itinerarios de futuro del capitalismo y del movimiento socialista.[1]
Don Ildefons fue, tal vez, el catalán más importante para sus compatriotas de la segunda mitad del siglo XIX y lo sigue siendo en la práctica diaria callejera de hoy mismo. Incluso me atrevería a decir que en otro país se hubiera transformado en una eminencia continental. Pero, hoy y aquí, casi nadie le conoce y aún muy pocos ciudadanos saben lo que el hizo para todos. Un ejemplo del trato que nuestra pacata sociedad ha dado a muchos insignes olvidados. En cambio, según mi criterio, sobre Don Antoni Gaudí, un personaje torturado, mero decorador de las viviendas de las clases pudientes y de las infraestructuras de la iglesia, lo sabemos todo y cada día. Incluso los visitantes japoneses que toman por un jardín público lo que no es más que la fallida urbanización para la élite de la élite, es decir el Parque Güell.
Cuando Barcelona se planteó el salto de sus murallas medievales y decidió entrar en el mundo moderno con fábricas, clase obrera, intelectualidad libre, etc. lo hizo de la mano de Don Ildefons. Lo hizo a lo grande, tanto desde la perspectiva tecnológica, como social. Y eso se produjo como caso casi único en España. Don Ildefons manejó no solo los instrumentos de la ingeniería y de la arquitectura, sino la estadística, la salud pública, el tratado social y la prospectiva. El Eixample fue concebido con ideas que hoy son más vigentes que nunca, infraestructuras urbanas, accesibilidad, vivienda de calidad para todos, espacio público e interclasismo urbano. Esa perspectiva tuvo que imponerse a otras menos despejadas de mente y de intereses limitativos. Incluso se apoyó para ello en las contradicciones políticas entre Madrid y Barcelona. Don Ildefons también fue político y manejó, por lo visto, con habilidad esa falta de sintonía permanente entre el centro y, en este caso, la periferia en Barcelona.
Don Ildefons murió algo extraditado y no retornó hasta pasadas décadas y por medios un tanto sorprendentes. Hoy descansan sus restos en un cementerio que mira al mar junto a otros iconoclastas y transformadores de la ciudad. Mira al mar y está de espaldas a la ciudad que transformó y modernizó.
Lluís Casas
[1] Aquí tienen el pensamiento político que impulso esa época y del cual Don Ildefonso es el exponente social: “Un buen camino es una maquina que economiza el trabajo, abarata los productos, multiplica los cambios (...) Creer que puede progresar la industria y la agricultura de una nación sin que se hagan antes o mejoren los caminos, canales y puertos de mar y demás medios de facilitar las comunicaciones, es creer que puede lograrse un fin sin poner los medios para conseguirlo.
Santiago Luis Dupuy, corregidor de Barcelona