Les escribo estas líneas con el mismo espíritu de indignación bíblica que las precedentes y con un sentimiento cercano al expresado sobre el caos de la sociedad autóctona, catalana o española.
Lo que escribo me lo ha provocado, de nuevo, el entramado financiero de la banca, en concreto esa noticia del BBVA sobre una pensión vitalicia de 3 millones de euros anuales a no sé qué Altísimo Cargo Corporativo (ACC). Un total previsto a perpetuidad que calculan que costará unos 55 millones de euros al banco: una minucia.
Traduzco las cifras para la mejor comprensión del asunto: 3 millones de euros anuales son una renta bruta de 500 millones de pesetas, es decir unos 36 millones al mes con 14 pagas. Aproximadamente un millón doscientas mil pesetas diarias. Como es una pensión privada, hay que sumarle la pensión pública que percibirá en su momento el afortunado, algo más de 2.000 euros mensuales si el periodo de cotización se ha completado a satisfacción de la norma. Es decir, ese individuo (en realidad no sé cómo llamarlo puesto que considero que la parte humanamente evolutiva que justificaría el término persona está bloqueada en esos casos) cobrará por dejar de trabajar (es un decir, puesto que tiene otros negocios previstos) el equivalente a lo que cobrarían 150 jubilados de los considerados normales y a plena cotización máxima.
Una retribución como la descrita se la dan para que deje de dar la lata al verdadero mandamás del banco en cuestión, cosa ciertamente de escándalo. Es una operación de cese que pertenece a otro mundo, más allá de la tierra y probablemente más allá de las galaxias. ¿Qué habrá hecho ese homínido para percibir ese emolumento? O, en realidad, ¿qué debe saber y tiene que callar para cobrar tamaña desmesura?
No crean ustedes que esos premios final de carrera son cosa excepcional. Abundan entre las empresas privadas y entre algunas entidades públicas. No, ciertamente, a ese nivel contributivo, pero si por conceptos que rondan la inconsistencia más solemne. Por mi edad tengo conocimientos de algunos que a edades tempranas se han “jubilado” de formas variadas con liquidaciones de aúpa y permiso para seguir trabajando, siempre y cuando…. Las condiciones impuestas son variables, pero todas rondan aquello de que en boca cerrada no entran galápagos. Las he visto en empresas de servicios, en entidades sanitarias, en el mundo inmobiliario, en muchos sectores, vaya. Aunque la desfachatez de la banca es realmente máxima en el uso del concepto del pago para que te calles.
Contrastar esa forma de actuar en estos momentos en que cientos de miles de familias viven el drama del paro y todos observamos de qué manera se hizo y se maneja la crisis es sentir el colmo de la indignación. El asunto es tan de escándalo que en proporción esas alegres chicas de Colsada que frecuentan con sus acompañantes de pago ciertos barrios barceloneses [JOHNSON canta REY DEL MOLINO SOY] son cuentos infantiles de la máxima inocencia.
La respuesta de algunos a la noticia consiste en decir sin decir, sea: nada. La prensa dejará el asunto más rápido que Messi la pelota; piensen en esos bien retribuidos anuncios financieros, esos congresos, esas becas, esas ayudas, esos créditos. Todo ayudará a que esa procacidad desaparezca rápidamente, no de la realidad sino de la realidad en los medios. Aludir al sistema fiscal desde el gobierno da más bien pena intelectual por no decir otra cosa. El pobre sistema fiscal se ha diseñado para permitir esas desfachateces, no es hora de llamarlo cuando se le han limado casi todas las asperezas respecto al poder del dinero.
El mismo banco aprieta a sus trabajadores para obtener rentabilidades (explotación en otra época) cada día mayores. Incluso cierran y abren selectivamente oficinas para ajustarse a la demanda mes a mes. Esos manejos permiten tener los fondos para retribuir de esa escandalosa manera lo no retribuible. Y el afectado lo acepta con gusto. Cosa no menor cuando hablamos de moral, de ética y de humanidades.
Lluís Casas como siempre.