No crean que vaya a hablarles de Walter Veltroni y del lío en que se ha metido ese tinglado del partido democrático. Ni de esa elección con calendario fijo que le ha substituido momentaneamente. No voy a hacerlo, pues es materia de diversas tesis doctorales sobre psicología y antropología social y por ello resulta harto complicado meterse en ello y salir indemne. Voy a escribirles, eso si, sobre una cierta hipótesis de la izquierda y lo hago a las órdenes del editor, que cada uno cargue con su propia responsabilidad.
A menudo a lo largo de la historia, la izquierda se ha escindido, absorbido, reabsorbido y vuelto a escindir en un largo proceso que no se detiene ni ante las fronteras físicas o políticas (las que fueren), ni ante la historia concreta de cada cual, ni ante los momentos en que una crisis o una guerra exigían pocas derivas internas y mucha política con palabras mayores. Hemos disfrutado de pequeños períodos de calma, de los que siempre preceden a las tormentas. Más nos vale constatarlo de entrada.
La hipótesis es que izquierda no hay una y no la ha habido nunca, ni la habrá. Sino que ha habido, hay y habrá varias izquierdas con componentes parecidos o distintos y con espíritus complementarios o contradictorios. Solo una cosa une a las izquierdas, el deseo de cambio, la opción de progreso entendida como bienestar social para todos y el poco apego teórico a los poderes establecidos y a los poderosos. Y esos elementos en grado muy variable según de que izquierda hablamos. De lo que se trata es de trabajar con esa circunstancia como un dato que pese a su inestabilidad permanece en el tiempo. Es como una peonza que gira, es decir cambia de posición, pero se mantiene inalterable respecto al suelo.
Dado que la izquierda es plural por antonomasia. Recuerden el socialismo primigenio del 19 y el anarquismo que le acompañó. Las distintas derivas socialistas, socialdemócratas, socialistas de izquierda que les siguieron. El socialismo maduro de las primeras décadas del 20, con el comunismo de la mano, con los espartakistas acompañándoles un tramo. Y recuerden otras izquierdas ligeramente burguesas y republicanas o actualmente las bases ecologistas que tienen ya un movimiento de alcance europeo. O los nacionalismos de izquierda que han plagado la historia desde el 19, con ejemplos importantes recientes, citando de memoria el partido de Melson Mandela por si fuera necesario. Por no hablar, claro está del propio trotskismo aun latente a pesar de la desaparición de Trotsky y de Stalin. E incluso de unas derivadas un tanto complejas en las que interviene la religión, cristianos por el socialismo o los partidos-gobierno con raíces en la religión de Mahoma, como en Siria, el anterior Irak o la opción democrática iraní de los 60, por no citar el primer movimiento político palestino. El comentario lo hago extensivo a un mundo de extraordinaria importancia que se extiende en torno a los partidos organizados, el mundo social de la izquierda que siempre ha sido el síntoma perfecto hacia su éxito o su fracaso. Y dejó al final la componente sindical de las izquierdas, que vive en el mismo ambiente de cierta pluralidad. Componente sindical que todo y su vinculación orgánica, más o menos explícita históricamente, es una de las bases independientes de la política de izquierdas. El muestrario, como ven, es extenso, variado y complejo, pero no viene más que a demostrar esa hipótesis que quiero transformar en tesis (aunque no hoy, obviamente). La izquierda es variada y variable.
Vaya, que a la izquierda le va la diversidad organizativa y discursiva. Y que luchar contra ello en pos de una unificación, absorción o descomposición de otros es una idea concreta con escasos éxitos profundos. Debo reconocer que a la diversidad organizativa se le añade, para dificultar las cosas, multitud de diferencias de variado calibre que demasiado a menudo se transforman en armas arrojadizas entre sus correligionarios. Y de ahí a la guerra de guerrillas no hay más que un paso. Es obvio que a la izquierda no la une el interés económico, la ideología de la defensa de clase, por decirlo a lo bruto. Y esto es un problema. Otro añadido, es la base ideológica como pegamento orgánico, débil muy a menudo por lo diversificada que puede llegar a ser la ideología y por la importancia desmesurada de los detalles. Tenemos pues ahí una cosa cierta, que la unión es difícil y poco estable.
También hay que constatar que ha habido, hay y habrá izquierdas hegemónicas. Este es un dolor de muelas con el que hay que contar del mismo modo que el que produce la variedad. La hegemonía se ha hecho de multitud de formas, con violencia de género, por abandono conyugal o por autismo histórico y me dejo unas cuantas formas más. Se ha hecho en periodos de democracia formal y en periodos de tensión incluso callejera. Con resoluciones verbales y a tiros. Hay que entender que la hegemonía electoral, algo que se produce a menudo, no se corresponde con la hegemonía de pensamiento, con la hegemonía total (al modo de los partidos de derecha). Los votos pueden ir por un lado y las posiciones ideológicas por otro e incluso la influencia ideológica o cultural. Véase si no el caso del PSOE e IU y del entorno de izquierda alternativa a la socialdemocracia española que existe un poco por todas partes, en Cataluya, Aragón, Euzkadi, etc.
El breve y un tanto extraviado repaso histórico creo que es suficiente. Como resumen apocalíptico puedo finiquitar con lo que sigue: hoy mismo en diversas partes las izquierdas comparten o bien oposición o bien el gobierno, incluso en algún lugar están a la vez en la oposición y en el gobierno. En muchos lugares lo que se da por decir partido es una amalgama de ellos que por circunstancias diversas permanecen pegados entre si. Me viene a la memoria Cuba, por ejemplo, en donde el acento nacional, la defensa cultural y el rechazo al imperialismo estadounidense marcan un movimiento que todo y llamarse comunista es algo muchísimo más amplio Y así todo.
¿Tiene ello algo que ver con la crisis italiana? Si a mi parecer. La izquierda hegemónica italiana, el PCI, inició una fuerte transformación que abarcó territorios poco susceptibles de barullo. Lo que era más un movimiento en donde convivían con dificultades sensibilidades distintas quiso estructurarse de nuevo abriéndose, y sacrificando alguna esencia, hacia la derecha o el centro derecha. Un movimiento hecho a raíz de la componente histórica de la democracia cristiana y de la necesidad de estructurar, por fin, un estado que merezca tal nombre. Error mayúsculo basado en el débil pensamiento de que la historia ha terminado. Es obvio que no ha sido así y el esfuerzo ha dado lugar a organizaciones que no logran rehacer su cohesión anterior ni incorporar las tendencias democráticas de centro. Los USA no se hicieron en un día y las enormes fuerzas que obligan al dúo partido americano llevan 200 años componiéndose y eliminando por el peso del dólar electoral a la izquierda más tradicional, eso y la pura y dura represión cuando ha hecho falta. La mirada a América, muy italiana ella, no se lleva bien con una Europa que tiende a la complejidad y a la variedad. Ni que sea por las lenguas.
De ello deduzco, para no cansarles, que lo que toca (con la crisis como acelerador) es urdir el cesto de las alianzas de izquierda mediante un programa político, social y económico y presentarlo en toda su variedad y complejidad. Las gentes de izquierda deben auto respetarse y con ello colaborar en el cambio social y cultural. Sabiendo ya, como sabemos, la dificultad de asaltos a palacios de invierno o verano. Las tentaciones hegemónicas, que siempre las habrá, es mejor abandonarlas o controlarlas, no se mide el éxito de todos por los votos o diputados de uno, la hegemonía de un sector se hace a costa del peso global de la izquierda siempre, aunque momentáneamente parezca lo contrario. La vinculación en la acción política hacia los sectores de centro será consecuencia de esa conjunción y de una alternativa de gobierno que no niegue el cesto de la izquierda.
LLuís Casas, analista orgánico