Como en todas las crisis económicas que en el mundo han sido, nos pasaremos mucho tiempo discutiendo, proponiendo y criticando innumerables medidas en contra, para reducir el paro, para incrementar la inversión, etc. Nada hay de malo en ello y es una circunstancia perfectamente natural. En una crisis se debaten intereses económicos, intereses de poder, intereses ideológicos e incluso los intereses de mi primo en Parapanda. Recordarlo es bueno y útil. No vayamos a creer que todo lo que nos cuentan es a beneficio de todos. Un cierto tipo de periodismo, la política instalada y la mentalidad general han borrado de sus archivos eso que tanto costó construir: la vida son intereses de diversa índole y existen clases sociales, o si les produce urticaria el nombre, sectores sociales con intereses no precisamente coincidentes, tanto para el largo plazo, como para ahora mismo. Ahí está la banca para comprobarlo o lo que los buenos del sector inmobiliario pretenden, o simplemente, lo que los empresarios opinan sobre el despido. O, si se tercia, las montaraces propuestas de MAFO, cariñoso apocorístico de bar minimalista, que designa al Gobernador del Banco de España. De todo ello, quiero resaltar que hay muchas formas ligeras y contundentes para reducir los fiascos de la crisis y que los políticos, la prensa o nosotros mismos no paramos mientes en ellas. Ahí va una.
Pues bien en estas circunstancias de terror financiero aparecen noticias en torno a una vuelta atrás en el tiempo. Les explico interesadamente. No hace más de 3 décadas --en otro proceso de crisis que los que tenemos más de cien mil kilómetros en el motor podemos recordar con precisión, años setenta y ochenta— que las administraciones regularon su financiación empleando el peor de los métodos inventados por el hombre, el retraso sine die del pago a los proveedores. Se llegó a pagar a dos o tres años. Nada menos. Ello implicó la expulsión del mercado de los proveedores públicos a todas las empresas que no tenían asociada una financiación excelsa, es decir un banco preferente que compartiera riesgos simplemente temporales y se embolsara porcentajes del 50% sobre el costo del servicio o el producto. Empresas que coincidían en su dimensión pequeña o mediana para más INRI. Nadie podía distinguir con precisión qué costaba lo que la administración compraba y cuánto se incrementaba en razón a los costes financieros. Se crearon verdaderos monstruos basados en la especulación financiera, empresas-fantasma que sólo aportaban dinero para aguantar dos años y que encarecían bienes y servicios en porcentajes fabulosos. La administración pagaba por no pagar y las empresas de la producción real atadas a ese castigo divino del no saber cuándo se cobra eran entregadas atadas de pies y manos a los que disponían de circulante, bancos, cajas y otros productos de la época, un sistema prestamista y explotador.
Costó dios y ayuda rectificar, fueron años muy duros para explicar a políticos y administradores que era mejor cargar la financiación directamente sobre los hombros de la administración, pactar un término conocido para el pago con los proveedores y aligerar la factura y el IVA consecuente. El mercado, la producción, la construcción lo agradecieron y los costes fueron reduciéndose paulatinamente. Paralelamente, alguien tenía que explicar que todo programa que no contara con financiación no podía llevarse a la práctica. De esos tiempos vienen los corsés sobre endeudamiento, esos ratios de la UE que limitan el exceso (y a veces lo que no es exceso: la simple necesidad).
Hoy volvemos a las mismas. Relean El Periódico del sábado 7 de febrero y sabrán lo que les estoy diciendo. De todas maneras, hogaño hay novedades respecto a los setenta y ochenta. Hoy, el gobierno federal y algunas autonomías están inyectando dinero a espuertas en el sistema bancario para ayudar a impulsar el crédito. Esa inyección, si realmente los bancos lo revierten en forma de crédito, cosa más que dudosa, financia en una parte esa falta de pago, que la misma administración aplica. Una locura.
Si las administraciones mantuvieran los compromisos de pago en términos razonables, su coste bajaría y se ahorrarían una parte de la inyección financiera a los bancos, que como no la derivan hacia el mercado no cumple su función. Es decir una excelente medida anti crisis es mantener los compromisos de pago. Excelente porque la financiación extra llega donde tiene que llegar directamente y las empresas pueden liberar parcialmente su acceso (en parte vedado) a la banca.
La conclusión es simple, hay muchas medidas blandas de gran eficacia anti crisis, que no tienen respaldo mediático, pero que aportan mucho más de lo que parece. Les comentaré otras sin falta. No crean que todo lo que podemos hacer es pagar a Monsieur Botín.
Lluis Casas de compras en los Grandes almacenes.
Pues bien en estas circunstancias de terror financiero aparecen noticias en torno a una vuelta atrás en el tiempo. Les explico interesadamente. No hace más de 3 décadas --en otro proceso de crisis que los que tenemos más de cien mil kilómetros en el motor podemos recordar con precisión, años setenta y ochenta— que las administraciones regularon su financiación empleando el peor de los métodos inventados por el hombre, el retraso sine die del pago a los proveedores. Se llegó a pagar a dos o tres años. Nada menos. Ello implicó la expulsión del mercado de los proveedores públicos a todas las empresas que no tenían asociada una financiación excelsa, es decir un banco preferente que compartiera riesgos simplemente temporales y se embolsara porcentajes del 50% sobre el costo del servicio o el producto. Empresas que coincidían en su dimensión pequeña o mediana para más INRI. Nadie podía distinguir con precisión qué costaba lo que la administración compraba y cuánto se incrementaba en razón a los costes financieros. Se crearon verdaderos monstruos basados en la especulación financiera, empresas-fantasma que sólo aportaban dinero para aguantar dos años y que encarecían bienes y servicios en porcentajes fabulosos. La administración pagaba por no pagar y las empresas de la producción real atadas a ese castigo divino del no saber cuándo se cobra eran entregadas atadas de pies y manos a los que disponían de circulante, bancos, cajas y otros productos de la época, un sistema prestamista y explotador.
Costó dios y ayuda rectificar, fueron años muy duros para explicar a políticos y administradores que era mejor cargar la financiación directamente sobre los hombros de la administración, pactar un término conocido para el pago con los proveedores y aligerar la factura y el IVA consecuente. El mercado, la producción, la construcción lo agradecieron y los costes fueron reduciéndose paulatinamente. Paralelamente, alguien tenía que explicar que todo programa que no contara con financiación no podía llevarse a la práctica. De esos tiempos vienen los corsés sobre endeudamiento, esos ratios de la UE que limitan el exceso (y a veces lo que no es exceso: la simple necesidad).
Hoy volvemos a las mismas. Relean El Periódico del sábado 7 de febrero y sabrán lo que les estoy diciendo. De todas maneras, hogaño hay novedades respecto a los setenta y ochenta. Hoy, el gobierno federal y algunas autonomías están inyectando dinero a espuertas en el sistema bancario para ayudar a impulsar el crédito. Esa inyección, si realmente los bancos lo revierten en forma de crédito, cosa más que dudosa, financia en una parte esa falta de pago, que la misma administración aplica. Una locura.
Si las administraciones mantuvieran los compromisos de pago en términos razonables, su coste bajaría y se ahorrarían una parte de la inyección financiera a los bancos, que como no la derivan hacia el mercado no cumple su función. Es decir una excelente medida anti crisis es mantener los compromisos de pago. Excelente porque la financiación extra llega donde tiene que llegar directamente y las empresas pueden liberar parcialmente su acceso (en parte vedado) a la banca.
La conclusión es simple, hay muchas medidas blandas de gran eficacia anti crisis, que no tienen respaldo mediático, pero que aportan mucho más de lo que parece. Les comentaré otras sin falta. No crean que todo lo que podemos hacer es pagar a Monsieur Botín.
Lluis Casas de compras en los Grandes almacenes.