Endesa, monopolio público.
Endesa monopolio privado.
Endesa monopolio público…italiano
Endesa monopolio privado.
Endesa monopolio público…italiano
No hace muchos meses nuestros dirigentes políticos y económicos nos divirtieron con la primera parte de un espectáculo bufo de primera magnitud. La venta frustrada de Endesa a Gas Natural tuvo un interludio alemán (EON) y un entreacto mixto, ahora en su segunda parte, vemos un final felice, totalmente a la italiana (ENEL). Esa comedia representa la verdadera mentalidad y carácter del capitalismo hispánico y de la alta política madrileña. Es el resultado práctico de la verdadera conciencia de nuestro estado y de su más alto empresariado.
Endesa para no ser francesa (es decir, catalana) quiso ser alemana y terminó siendo parcialmente italiana, por no ser alemana. Y hoy ya es plenamente italiana. Y a todos los efectos prácticos propiedad de un supuesto estado italiano. Estado presunto, insisto, pero estado.
En todo el largo y proceloso procedimiento han quedado al descubierto las vergüenzas de muchos actores de la pieza. Unos están perfectamente identificados por la prensa. Otros ocultan habilidosamente cara y nombre al respetable público, pero constan en nóminas y prebendas para los futuros historiadores de nuestra penumbra actual.
El resultado de tan larga actuación ha sido que un pretendido estado moderno, el español para más señas, ha dejado en manos de otro estado tan moderno como el, el italiano, una empresa estratégica en un sector estratégico, la energía. Y lo ha hecho en un momento sumamente delicado en los asuntos energéticos. Además, la empresa es prácticamente monopólica en sus territorios de implantación, entre ellos en Catalunya a través de un nombre ficticio, FECSA. No puedo dejar de citar otra obra bufa más reciente, entre Repsol y un amante ruso con los bolsillos agujereados.
La larga historia de Endesa puede resumirse para los interesados en la novela negra en muy pocas líneas. Endesa tiene su pasado, como todas las malas heroínas noveladas, fue durante el franquismo una empresa pública que actuaba en régimen de monopolio allí donde tenía sus instalaciones y sus redes. Una gran empresa que emprendió grandes obras hidráulicas al modo de la periclitada, pero renaciente, filosofía del régimen, con manu militari y todos a cobrar comisiones y participaciones. Fue un estado dentro del estado y actuó en consecuencia. Ahí se formaron, se deformaron y se reformaron algunos insignes del régimen y algunos de sus futuros herederos o pensionistas.
Con la llegada de la democracia pocas cosas cambiaron para Endesa hasta la entrada del capitalismo hispano en la UE. Ahí socialistas y después populares actuaron como lo hicieron anteriormente con las grandes empresas públicas: las subastaron en beneficio de un hipotético libre mercado inexistente en la realidad. Unos y otros con maneras autoritarias, no idénticas pero parecidas, vendieron el patrimonio nacional, es decir el de todos, de muy mala manera para el colectivo que no cuenta y muy bien para el colectivo que siempre ha contado. Se hicieron muy buenos negocios (entre otros, vaya por dios, la banca pública que hoy añoramos) y el pastel se fue a casa de inversores privados. Con el pastel se fueron intactos en la práctica, el monopolio y la forma de hacer y deshacer de la empresa. Sin que la pretendida liberalización del mercado energético notara la diferencia. Todo ello tiene un aire a estados del este europeo que no da para respirar. Hoy en día todavía ocurre que a un pretendido cliente de Endesa puede pasarle de todo. Incluso no obtener conexión eléctrica si no paga tres veces más de lo adecuado. Incluso ocurre que Endesa con ciertas colaboraciones puede dejar sin suministro una ciudad de tres millones de habitantes por una simple chispa. Y no pasa nada importante. De hecho, nunca ha pasado nada. Eso lo saben todos ustedes, lectores a la luz de la bombilla eléctrica.
Algunos de los actores de la comedia, actores natos de la comedia del arte a la italiana, representaron papeles ignominiosos, pero sólidos. Uno, un tal Pizarro, nombre de rancio abolengo entre los piratas patrios más despiadados, se erigió en defensor de los inversionistas de Endesa, cual un caballero andante y transformó una posible compra venta en un sitio nacional. Claro está que su origen cercano al Ebro, origen un tanto olvidado, no vayan a creer, puede llegar a justificar su afán por considerarse sitiado. El tal Pizarro logró casi vender Endesa a una empresa altamente participada por el sector público alemán, la mencionada EON. Algunos españoles todavía prefieren ser rojos antes que… rotos. El tal Pizarro obtuvo premio, claro está en forma de la típica comisión de venta y también su premio gordo, siendo en las últimas elecciones el segundo del PP por Madrid, una muestra de la compresión del mundo económico que tienen esos señores y la señora del PP. Pizarro fue a la guerra y cayó fulminado por un tío Solbes, al que le faltaba un ojo, en un tris tras, frente a millones de espectadores que comprendieron la calidad de cada ofertante al instante. La operación tenía tan mala pinta y generó tanto escándalo que el tibio y tímido gobierno socialista la frenó y logró desviar el asunto hacia una inmobiliaria amiga, Acciona, y hacia otra empresa equivalente a EON, pero italiana, la mencionada ENEL. El asunto quedó pendiente de segundas nupcias. A las que ahora mismo asistimos plenos de entusiasmo y emoción y bajo el palio de las dulces palabras sin sentido de la vicepresidenta.
¿Hay alguna cosa que deducir de todo ello?
Yo si lo creo. Y no los voy a dejar sorprendidos si lo expreso. Para mí, todo huele a falta de estado. A falta de verdadero estado. A falta de un estado moderno y consciente, no solo de la parafernalia del poder, sino de los entresijos de la economía y del bienestar de todos y de los enormes riesgos que corremos sin la valentía que la defensa de nuestro futuro colectivo implica. En esa falta de estado, incluyo obviamente al gobierno y a su aparato, pero también y con muchísimo relieve a una oposición, el PP, totalmente fuera de tiempo y hora.
Lluis Casas a oscuras
Endesa para no ser francesa (es decir, catalana) quiso ser alemana y terminó siendo parcialmente italiana, por no ser alemana. Y hoy ya es plenamente italiana. Y a todos los efectos prácticos propiedad de un supuesto estado italiano. Estado presunto, insisto, pero estado.
En todo el largo y proceloso procedimiento han quedado al descubierto las vergüenzas de muchos actores de la pieza. Unos están perfectamente identificados por la prensa. Otros ocultan habilidosamente cara y nombre al respetable público, pero constan en nóminas y prebendas para los futuros historiadores de nuestra penumbra actual.
El resultado de tan larga actuación ha sido que un pretendido estado moderno, el español para más señas, ha dejado en manos de otro estado tan moderno como el, el italiano, una empresa estratégica en un sector estratégico, la energía. Y lo ha hecho en un momento sumamente delicado en los asuntos energéticos. Además, la empresa es prácticamente monopólica en sus territorios de implantación, entre ellos en Catalunya a través de un nombre ficticio, FECSA. No puedo dejar de citar otra obra bufa más reciente, entre Repsol y un amante ruso con los bolsillos agujereados.
La larga historia de Endesa puede resumirse para los interesados en la novela negra en muy pocas líneas. Endesa tiene su pasado, como todas las malas heroínas noveladas, fue durante el franquismo una empresa pública que actuaba en régimen de monopolio allí donde tenía sus instalaciones y sus redes. Una gran empresa que emprendió grandes obras hidráulicas al modo de la periclitada, pero renaciente, filosofía del régimen, con manu militari y todos a cobrar comisiones y participaciones. Fue un estado dentro del estado y actuó en consecuencia. Ahí se formaron, se deformaron y se reformaron algunos insignes del régimen y algunos de sus futuros herederos o pensionistas.
Con la llegada de la democracia pocas cosas cambiaron para Endesa hasta la entrada del capitalismo hispano en la UE. Ahí socialistas y después populares actuaron como lo hicieron anteriormente con las grandes empresas públicas: las subastaron en beneficio de un hipotético libre mercado inexistente en la realidad. Unos y otros con maneras autoritarias, no idénticas pero parecidas, vendieron el patrimonio nacional, es decir el de todos, de muy mala manera para el colectivo que no cuenta y muy bien para el colectivo que siempre ha contado. Se hicieron muy buenos negocios (entre otros, vaya por dios, la banca pública que hoy añoramos) y el pastel se fue a casa de inversores privados. Con el pastel se fueron intactos en la práctica, el monopolio y la forma de hacer y deshacer de la empresa. Sin que la pretendida liberalización del mercado energético notara la diferencia. Todo ello tiene un aire a estados del este europeo que no da para respirar. Hoy en día todavía ocurre que a un pretendido cliente de Endesa puede pasarle de todo. Incluso no obtener conexión eléctrica si no paga tres veces más de lo adecuado. Incluso ocurre que Endesa con ciertas colaboraciones puede dejar sin suministro una ciudad de tres millones de habitantes por una simple chispa. Y no pasa nada importante. De hecho, nunca ha pasado nada. Eso lo saben todos ustedes, lectores a la luz de la bombilla eléctrica.
Algunos de los actores de la comedia, actores natos de la comedia del arte a la italiana, representaron papeles ignominiosos, pero sólidos. Uno, un tal Pizarro, nombre de rancio abolengo entre los piratas patrios más despiadados, se erigió en defensor de los inversionistas de Endesa, cual un caballero andante y transformó una posible compra venta en un sitio nacional. Claro está que su origen cercano al Ebro, origen un tanto olvidado, no vayan a creer, puede llegar a justificar su afán por considerarse sitiado. El tal Pizarro logró casi vender Endesa a una empresa altamente participada por el sector público alemán, la mencionada EON. Algunos españoles todavía prefieren ser rojos antes que… rotos. El tal Pizarro obtuvo premio, claro está en forma de la típica comisión de venta y también su premio gordo, siendo en las últimas elecciones el segundo del PP por Madrid, una muestra de la compresión del mundo económico que tienen esos señores y la señora del PP. Pizarro fue a la guerra y cayó fulminado por un tío Solbes, al que le faltaba un ojo, en un tris tras, frente a millones de espectadores que comprendieron la calidad de cada ofertante al instante. La operación tenía tan mala pinta y generó tanto escándalo que el tibio y tímido gobierno socialista la frenó y logró desviar el asunto hacia una inmobiliaria amiga, Acciona, y hacia otra empresa equivalente a EON, pero italiana, la mencionada ENEL. El asunto quedó pendiente de segundas nupcias. A las que ahora mismo asistimos plenos de entusiasmo y emoción y bajo el palio de las dulces palabras sin sentido de la vicepresidenta.
¿Hay alguna cosa que deducir de todo ello?
Yo si lo creo. Y no los voy a dejar sorprendidos si lo expreso. Para mí, todo huele a falta de estado. A falta de verdadero estado. A falta de un estado moderno y consciente, no solo de la parafernalia del poder, sino de los entresijos de la economía y del bienestar de todos y de los enormes riesgos que corremos sin la valentía que la defensa de nuestro futuro colectivo implica. En esa falta de estado, incluyo obviamente al gobierno y a su aparato, pero también y con muchísimo relieve a una oposición, el PP, totalmente fuera de tiempo y hora.
Lluis Casas a oscuras