Como era previsible, el juez Garzón se ha lanzado al asalto de los últimos reductos franquistas de la memoria sobre la guerra civil y la represión fascista. No parecía, hace tan solo tres años, que esta cuestión irresoluta y medio oculta bajo las alfombras de múltiples gobiernos tuviera la resonancia mediática y sentimental (en el sentido más noble del término) que está teniendo. La prensa de todo tipo acoge, con distintos puntos de vista el problema, y les da una resonancia que por descontado nadie hubiera imaginado. Así estaba de mal enterrada nuestra guerra civil.
En otras ocasiones he comentado el asunto a raíz del fallecimiento de Gregorio López Raimundo o de la maldita enfermedad de Jordi Solé Tura. Hoy lo hago con las portadas mediáticas llenas de esa realidad mal e indebidamente oculta y por el reflejo de un acontecimiento personal reciente.
Por mi edad, no viví la guerra civil, que ha sido una gran protagonista de mi formación ideológica y ética, a la vez que era motivación de múltiples lecturas clandestinas primero y normalizadas democráticamente después. La viví también con gran distanciamiento en casa. Distanciamiento que puedo explicar tanto por motivos de represión, como por el gran retraimiento de quienes fueron testigos, actores y victimas. Todos ellos estaban en casa.
Esa distanciación forzada en lo más personal y familiar, pero en absoluto traumática para mi, está pasando a un estado en el que ya nadie puede rectificarla. Por enfermedad y en mayor medida por fallecimiento, mis familiares cercanos no pueden volver atrás en esa prudencia psicológica que les hizo no contar casi nada. Supongo, por lo que sé, que es una situación muy generalizable.
Desde la perspectiva del hoy, la mayoría de nuestros conciudadanos no pueden comprender la potencia de esa circunstancia histórica. Entreven sus significados por elementos relativistas, como la literatura internacional, que es un reflejo de la importancia del conflicto y de sus efectos sobre los que lo vivieron. Las anotaciones históricas, a miles, son otra constatación de su relevancia. Todo ello facilita, a quienes por nacimiento se han visto en otras circunstancias políticas y sociales, cierta aproximación a lo que aconteció. Pero el hecho de su hasta ahora parcial ocultación oficial por la democracia española no ha permitido a buen seguro mayor identificación con lo que fue la más intensa experiencia modernizadora y social de nuestra historia.
Desde la perspectiva del hoy, la mayoría de nuestros conciudadanos no pueden comprender la potencia de esa circunstancia histórica. Entreven sus significados por elementos relativistas, como la literatura internacional, que es un reflejo de la importancia del conflicto y de sus efectos sobre los que lo vivieron. Las anotaciones históricas, a miles, son otra constatación de su relevancia. Todo ello facilita, a quienes por nacimiento se han visto en otras circunstancias políticas y sociales, cierta aproximación a lo que aconteció. Pero el hecho de su hasta ahora parcial ocultación oficial por la democracia española no ha permitido a buen seguro mayor identificación con lo que fue la más intensa experiencia modernizadora y social de nuestra historia.
Todas esas cosas, Robert Kappa, Ernest Hemingway y tantos otros, no substituyen lo que podría llamarse la memoria familiar y el recuerdo claro y detallado de lo que cada familia experimentó. Yo mismo, que como ya he señalado, me sentí muy marcado por la guerra civil, lo fui principalmente por comprensión histórica y política, nunca con la misma intensidad en mi experiencia familiar.
Hace unos meses murió mi padre, soldado de la República por unos cortos meses, herido en el frente y afortunadamente extraviado para los dos ejércitos en la fase final de la derrota, con lo que pudo reintegrarse a la vida civil sin costes añadidos.
Nunca me explicitó esa experiencia, existían en casa datos sueltos que conformaban un relato breve y excesivamente conciso de su pequeña historia militar. Tampoco yo quise insistir, pensando que tal vez no era cosa que le fuera posible relatar. Así quedó el asunto durante muchos años.
Una larga enfermedad lo llevó hace unos meses al hospital y a su final. En los últimos instantes de consciencia antes de la sedación que lo mantuvo aislado del dolor y del entorno, se sumió en unas ensoñaciones que interpreté sin ninguna duda como su memoria del frente de guerra. Mi padre, que nunca pudo o supo explicarme sus vivencias en la guerra civil, murió en el frente de levante, luchando verbalmente con los rebeldes sesenta y ocho años después de finalizada esta. No reproduzco las palabras, que son signo de la dureza y crueldad de la guerra. Simplemente constato la tremenda marca que dejaron unos hechos y hasta donde puede llegar una memoria que nunca pudo expresarse personalmente o socialmente y que lo hizo finalmente en el trance de la muerte.
Lluis Casas