jueves, 4 de septiembre de 2008

LOS CATALANES PERPLEJOS. Mano a mano con López Bulla



El picador colombiano Reinario Bulla Bulla todavía en activo.


Digo yo

Ya saben, si han seguido la prensa estos últimos días, que los sociólogos catalanes apuntan a que los residentes en el Principat están perplejos frente a lo que les pasa. No saben qué le pasa realmente al país, obviamente tampoco por qué, ni tan siquiera a donde han de ir a buscar el pan.
Los sociólogos, sesudos ellos, apuntan las causas. Desorientación política, dudas frente al futuro colectivo, efectos de la llegada de muchos inmigrantes.


Nunca he creído todo lo que dicen los sociólogos. Personalmente siempre miento en las encuestas y creo que la capacidad inventiva del personal cuando le preguntan cómo se siente es muy grande. También apunto que la desorientación debe ser un fenómeno permanente y que tal vez lo grave sea si aumenta descaradamente o desaparece bajo las botas históricas, de las que les hemos perdido la dirección, afortunadamente. Pienso, también, que seria importante ver esa perplejidad según sectores sociales, puesto que no es lo mismo que los del Barça estén perplejos a que lo estén los del Español, por poner un ejemplo poco conflictivo. ¿Se imaginan a los empresarios perplejos? O a los mismos guardias urbanos.


En fin, la noticia y el comentario tienen interés si los relacionamos con algo imprescindible para la moral de la tropa: qué dice el sargento y que explica el comandante. Ahí creo que esta el quid de la cuestión.


Hasta hace unos pocos años los líderes políticos emitían mensajes esclarecedores (independientemente de que mintieran o no dijeran la verdad) para el personal: González y Pujol, eran maestros en ello. Hoy sus correspondientes parecen, uno, pertenecer al silencio de los corderos y, otro, al cuento del pastor mentiroso y el lobo. Ciertamente si el comandante no explica qué cota hay que tomar, la cosa es grave para la tropa de asalto. Si además la clase de los sargentos anda a la greña sobre cómo debe cogerse el fusil, peor todavía. Esta, pienso yo, es la circunstancia que genera esa inquietud psicológica colectiva. El personal necesita directrices (esté de acuerdo con ellas o no), interpretación clara de los medios para alcanzarlas y recomendaciones morales que reconforten y den confianza en el proyecto. Tampoco es bueno que un conflicto dure eternamente, como la resolución estatutaria y el sistema de financiación de la Generalitat. El desgaste a largo plazo desbarajusta la moral más alta.


En definitiva, los sociólogos nos avisan que ni los líderes políticos, ni los estamentos representativos están haciendo bien los deberes. El personal necesita desayunar con noticias claras, indicaciones precisas y la constatación de que hoy hemos avanzado un poco. Esperemos que los que no disponen de voz y deberían tenerla, entiendan el mensaje.


Lluis Casas, peripatético.


Me responde JLLB


Mi querido amigo y maestro:

Comparto con usted la desconfianza hacia las encuestas y en aquella sociología de carácter mercenario, que aunque minoritaria me dicen que es muy influyente. Sobre la rigurosidad de las encuestas un poeta humorístico italiano de principios del siglo pasado, Trilussa, dejó dicho algunas cosas en dialecto romano acerca de la media aritmética sobre el consumo de pollos per cápita; de ahí que, como usted conoce, algunos nos refiramos a las estadísticas como el pollo de Trilussa. Sobre los sociólogos, ya lo ha visto usted, no soy tan radical: ustedes los economistas suelen tenerle una indiscriminada ojeriza a esos científicos sociales. Hago la excepción de nuestro común amigo el doctor Alós-Moner i Vila, nieto del gran medievalista de renombre universal, don Ramon Maria Alós-Moner. Nuestro común amigo es economista y sociólogo reputadísimo en entrambas disciplinas académicas.

Querido amigo: yo no creo que exista una perplejidad específicamente catalana. En ese sentido sería clarificador que hiciéramos la distinción entre los conceptos “perplejidad” y, si me permite el vulgarismo, “cabreo” de naturaleza política. Aunque puesto a decir heterodoxias, sin ser excesivamente hereje, la perplejidad tiene un volumen mucho más amplio que el cabreo político de aquellos catalanes que estén cabreados políticamente. Es más, estimo que la perplejidad (o, por mejor decir, las perplejidades) están, con mayor o menor relieve, repartidas por todas las latitudes del mundo occidental o, hablando con más propiedad, noroccidental. Así pues, dejo aparte el cabreo político porque: es otra cosa y ya lo he tratado hace pocos días en este mismo blog. Hablaré, maestro, de las perplejidades.

De la perplejidad de cada persona en particular ante los grandes cambios, perdón por el énfasis, epocales que estamos viviendo desde hace ya algunas décadas. A saber: de ese cincuentón que, en el ecocentro de trabajo, le cambian el chisme con el que aproximadamente se había acostumbrado por un nuevo chirimbolo tecnológico; de esa persona que, a nueve o diez años de jubilarse, le despiden (como está sucediendo ahora, aprovechando que el río Genil pasa por Parapanda) y sabe –con perplejidad y temor— que no hay posibilidad, a su edad, de volver a colocarse; de esos padres que, educados en la cultura de la ética del trabajo, observan en sus hijos unos valores diferentes; de esas personas que, para sus adentros, observan los movimientos migratorios y se sienten, lo expresen o no públicamente, azorados; de esas mujeres que, con perplejidad y odio legítimo, ven cómo la violencia machista alcanza cotas dramáticas y ven las dificultades de los poderes públicos en abordar ese horror; perplejidad ante ese preocupante nivel de violencia juvenil que –para mayor abundamiento— es videodigitado y publicado en Internet; perplejidad porque lo que es fundamental para el perplejo aparece –o tiene esa sensación— como irrelevante para el Estado. ¿Debo seguir, don Lluis?

Lo curioso del caso es que nuestros intelectuales no están debidamente al tanto de estos graves asuntos. A algunos de ellos parece irles de maravilla aquella sentencia de Boetius: “si tacuisses philosophus manisses” [Si te hubieras callado seguirías siendo un filósofo]

Puede ser que todavía sea demasiado pronto para leer adecuadamente esta gran ruptura de civilización, esta época axial, en palabras de Karl Jaspers. O puede que, a pesar de que todavía es pronto, haya una notable distracción ante tantas perplejidades, a sus causas y efectos. En todo caso, la generalizada opinión de que “vamos a la deriva”, a parte de que no tiene originalidad alguna, esconde la necesidad de pensar. Que no es original lo demuestra que, desde Esquilo hasta nuestros días –pasando por Los Buddenbrook-- es frecuente oír a un personaje (por lo general de clases acomodadas) que se lamente cinco veces al día de que “las cosas van mal y que esto no es lo de antes”. En todo caso, esta expresión no la han hecho históricamente sólo los filisteos, también las clases populares --perplejas y atemorizadas, incluso ante los cambios que tendencialmente les favorecían—exclamaban de vez en cuando que “¿dónde vamos a parar?”. ¿En la suya no, don Lluis? Porque en la de un servidor era moneda corriente. Con una cosa harto chocante: cuando sacaba buenas notas (perdón, siempre) mi madre adoptiva, la tita Pilar, no decía ni pío; pero cuando no iba a misa exclamaba: “Animicas mías del Purgatorio, ¿dónde vamos a parar?”.

En resumidas cuentas, entiendo que estas perplejidades son “universales” y tan catalanas como de los Montes de Toledo y de la ribera del Duero, de la Borgoña y Montepulciano… Y ahora, egregio maestro, le dejo con Trilussa, famoso por su pollo. Le saluda desde Parapanda, JLLB




Sai ched'è la statistica? É 'na cosache serve pe' fa' un conto in generale

de la gente che nasce, che sta male, che more, che va in carcere e che sposa.
Ma pe' me la statistica curiosaè dove céntra la percentuale,

pe' via che, lì, la media è sempre egualepuro co' la persona bisognosa.

Me spiego: da li conti che se fannoseconno le statistiche d'adesso

risurta che te tocca un pollo all' anno:e, se nun entra ne le spese tue,

t'entra ne la statistica lo stesso perché c'è un antro che ne magna due.