Vengo a sorprenderles comentándoles algunas cosillas que entre unos y otros trajines han quedado olvidadas y que en el duro fragor de la, con perdón, crisis actual es conveniente repasar. Me refiero a ciertas relaciones entre las infraestructuras del país y los enormes costes que tenemos por su escasa y poco acertada planificación, costes que están en gran parte en el origen de la mentada, con perdón otra vez, crisis de nuestros días.
Un factor relevante de la crisis es el coste energético: el petróleo y el gas mayormente. Eso es importante no sólo por una cuestión de costes o precios, o como quieran ustedes llamarlos (puesto que a pesar de su papel estratégico son susceptibles de especulación como cualquier otro producto del mercado), costes que podría pensarse como una fase circunstancial, sino también por su escasez inmediata y futura que marca una senda de encarecimiento cierta. Esa escasez no viene determinada solamente por la disminución de las existencias (a todas luces limitadas a dos o tres quinquenios), sino también por la entrada en los mercados de muchos países que demandan combustible a ritmos de crecimiento feroces y convierten las circunstancias en algo parecido al terror energético.
Se preguntaran ustedes qué papel pueden tener las infraestructuras hispánicas frente a ese fenómeno tan global. Mucho, puedo responderles y voy a explicarme con cierto detalle aunque, dado el caso, no exhaustivamente. Les expongo una lista de actuaciones de carácter político y estratégico que tienen individualmente y en conjunto una gran capacidad de modificar lo que podríamos llamar el modelo energético español y que reducirían significativamente lo que el periodismo ha dado en llamar la factura energética, factura en divisas puesto que es con nuestro exterior peninsular.
En primer lugar citaré (aunque no es estrictamente una infraestructura sí es un factor base) el siempre pendiente ajuste de la demanda de energía. Es decir la reducción del consumo sin afectar al modelo en uso. Eficacia en los aparatos y sistemas de producción para que consuman menos por unidad de servicio. Aplicar aislamientos térmicos en los edificios, eliminar las bombillas del siglo pasado, por ejemplo. También está pendiente de desplegarse un sistema tarifario que aliente el ahorro. De igual modo, hace falta establecer campañas de concienciación ciudadana eficaces. El impulso a vehículos poco consumidores en sustitución de los modelos depredadores también ayudaría. Y un largo etcétera que consta prácticamente entero en las recomendaciones de Al Gore: tal como están los tiempos no es desaconsejable citarle, incluso en Parapanda.
En segundo lugar, cabe desarrollar sistemas de producción y distribución más eficaces y ahorradoras. Primando las empresas del sector que efectúen las inversiones necesarias para ello. No crean que es poco, una gran inversión que se paga a si misma. Recuerden el apagón barcelonés del verano pasado y una constatable ineficiencia en el transporte eléctrico.
Después podemos incrementar las fuentes de producción. Las energías eólica y fotovoltaica, dado que disponemos de fuentes inagotables de ambas y un país perfectamente pertrechado para ello. En España podríamos depender casi exclusivamente para consumos urbanos y para las pequeñas empresas de las energías llamadas alternativas, ello conlleva un enorme ahorro en importación de petróleo y gas. Esa reducción de nuestra dependencia exterior es de gran importancia frente a las fluctuaciones del mercado especulador de la energía.
En tercer lugar podríamos crear las infraestructuras alternativas al transporte por carretera. Es sabido el enorme derroche energético que comporta depender casi exclusivamente del transporte por carretera de las mercancías como ocurre en España. El desarrollo del ferrocarril como elemento de transporte humano entre las ciudades y los centros de trabajo y el impulso a la utilización ferroviaria como substituto del transporte por carretera, nos convertirían en grandes ahorradores de combustible y afectarían palpablemente a una mejor salud pulmonar.
Lo dicho anteriormente debería haberse hecho hace años y ahora estaríamos navegando con menos temblores. Ahora bien, como no se hizo, habrá que hacerlo ahora. Si esas acciones se emprenden son además elementos de dinamización económica y de mejora de la productividad, de la investigación y el desarrollo tecnológico. Sólo tengo un pero: que estamos en manos de gobiernos y empresarios especialistas en especular con la vivienda y el suelo. ¿Son susceptibles de reciclaje?