lunes, 16 de junio de 2008

LA ECONOMIA Y EL LUJO



Hace tiempo que me rondan por las meninges unos cuantos comentarios a propósito de lo que antes de la contrarrevolución llamábamos el excedente. Como es tan grande y tan variado su uso, y en un intento de aparecer en el HOLA o en todo caso en MEN, opto por dedicar mi atención solo a una parte del susodicho: lo que podríamos llamar la economía del lujo. Dicho de otro modo, lo que la sociedad produce y no necesita (en apariencia o según opiniones) para su razonable existencia y bienestar actual y futuro, derivando hacia la producción y el consumo de bienes y servicios poco relacionados con las necesidades existenciales básicas, ni siquiera un listón por encima de las básicas.

Antes de que repliquen al enfoque y a la terminología pensando en un buen vino o en un pijama de seda les diré que asumo que lo dicho corresponde a conceptos resbaladizos y poco concretos. Pero apelo a la racionalidad del lector para la comprensión cabal de lo que escribo.

Aclaro para el sector formado por los materialistas históricos que ciertamente el uso del excedente tiene que ver también con la inversión y el futuro de la sociedad. También es una referencia a los keynesianos, hoy esturreados por esos mundos en busca de algún objetivo concreto. Pero creo que esa línea analítica es otro asunto.

La concreción del deseo de comentar la cosa se materializa con el debate tonto de los cocineros mediáticos en este nuestro sorprendido país: un grupo de seres en el cúmulo del lujo, la propaganda y el dinero, incapaces de la ironía, la crítica y del laissez faire. Hoy día una cena en el Bulli, cuesta tres meses de salario medio por comensal y una lista de espera superior a la de sanidad, creo que más de un año. Aunque, todo hay que decirlo, dan un certificado de asistencia válido para las revistas del corazón y para el curriculum de idiota mayúsculo. El colmo mediático es que un periódico de información general consuma totalmente su portada con estas sandeces. Pero, atiendan, detrás hay un negocio más que excelente y que reparte dividendos, atiende mucho dinero, ofrece mucha imagen e instrumenta influencia social.

En otro orden de cosas tenemos la reducción de la participación salarial en el reparto de las rentas, que tiene efectos directamente derivados hacia el lujo y si mucho se empeñan hacia la caridad confundida como filantropía de la desgravación. Estas últimas frases no son demagogia (aunque creo que no está prohibida), sino reflejo del devenir del capitalismo no regulado en los últimos veinte años. De algún modo el exceso de beneficio privado se reparte en un mayor control económico y social por una parte y por otra en una alegría de vivir que raya el absurdo. De ese reparto quedan excluidas muchas políticas sociales y económicas que tienden a una racionalización del consumo, al respecto por el medio ambiente, a la aceptación de la necesidad del reparto de la tarta en otros rincones del mundo, etc.

No tiendan pues a relegar eso del lujo a una mera deriva mental. Si miran, aunque sea de reojo, a la historia observarán como ese componente social va y viene al albur de la capacidad de organización social (sindicatos, etc.) y de una moral pública responsable. Lujo es directamente proporcional a explotación, si me aceptan un término que tampoco está prohibido.

Siguiendo con las aclaraciones, y por si acaso, les advierto que nada tengo que decir del disfrute de un buen traje, de la buena mesa o de la diaria alimentación adecuada y de calidad, pero creo que son asuntos distintos al que planteo. Para ello pongo por testigo a nuestro malogrado Manolo Vázquez Montalbán. El si podía ir al Bulli, aunque sus debilidades culinarias iban por otros derroteros. Tenía permiso del proletariado mundial y del cognotariado de clase.

Lo que deseo explicarles tiene que ver con las consecuencias de un excedente mal aplicado, que va en exceso hacia ese concepto intemporal del lujo. Intemporal, pues creo poder constatar que ha sido independiente de regímenes, sociedades o modos de producción. Con ello reconozco lo humano del asunto y la imposibilidad de evitarlo con medios razonables. Apelo a Cleopatra y a sus baños en leche de burra o a los cientos de pares de zapatos de aquella filipina.

Ahora bien, una cosa es el lujo como expresión de las debilidades humanas y otra cosa es su tolerancia con respecto a la economía, la fiscalidad y como paradigma del comportamiento social, e incluso, en el colmo del radicalismo, con referencia a esos millones de seres faltos de casi todo. Para señalarles a lo que voy, solo les ofrezco una mirada critica hacia el final del siglo XVIII, hacia esas sociedades europeas aristocráticas que vivían excelentemente bien de una explotación brutal de sus pueblos y de unos regímenes que consideraban menos que un perro a todo ser humano que no llevara el Sir, el Von o el Don. El repaso histórico de los actores incluye incluso, como aviso para navegantes, a la misma inteligencia racionalista que puso las bases de la guillotina y de la actual Europa (incluso Mr. Guillotin era un racionalista, su objetivo con el invento fue ahorrar dolores y chapuzas).

¿Estamos hoy en situación pareja? No, no lo creo, puesto que los fundamentos del estado social de derecho, con el pacto social correspondiente, o incluso de sus derivadas menores, garantizan un grado de igualdad ante la ley y, en una parte del planeta, una vida para la mayoría hasta cierto punto decorosa. Pero dentro de ese supuesto hay modos y modos. Ahí están los inventos de las sociedades razonables para evitar los desmanes, como la fiscalidad progresiva, el sistema de pensiones o los acuerdos en torno a salarios decentes y adaptados a productividad y a los beneficios y un largo etc.

También acepto que el lujo es un subsector económico, con industria, puestos de trabajo, legislación laboral, etc. Y que tiene un peso no despreciable en el PIB. Otra cosa es lo que significa ese trozo de PIB a efectos de bienestar social real.

No crean que esté preocupado por ello como problema metafísico. En absoluto. Lo estoy en términos relativos. No tengo nada que decir del lujo si no hubiera necesidades alternativas que exigiesen las capacidades que ese sector absorbe. Capacidades en términos de gasto familiar, financiación empresarial, en fin lo que podríamos denominar recursos sociales desviados. Si les parece excesivo el planteamiento les propongo que tengan un momento de lucidez planetaria y antepongan lujo y todo lo que pasa en el mundo ahora mismo.

Hechas las aclaraciones voy al núcleo del asunto.

La primera pregunta es el peso de ese “sector” económico. Lo desconozco, pero con una breve descripción de sus posibles delimitaciones podríamos hacernos una idea de magnitud. ¿Qué es producción y consumo de lujo?

Lo que podríamos llamar el mundo Montecarlo, yates, casinos, fórmula uno, hoteles fuera de las estrellas, la moda parisina, la restauración de la guía Michelin. Todo lo que podríamos agrupar en torno a la consideración social y económica de profesiones de éxito: altos ejecutivos financieros, algunos grandes deportes, una parte de la farándula. Lo que sería el mundo del motor, vehículos por encima de los 50.000 euros (una cifra elegida de modo poco científico, pero explicativa), aviones de empresa, etc. Si hacen la lista de los posibles vehículos afectados y la comprueban por la calle observaran que no es poca cosa. El subsector de la construcción con residencias de más de 300 metros y veintiséis baños, el arte como especulación económica y de prestigio. La artesanía de las joyas diamantinas. Y en fin el Paseo de Gracia por poner un territorio colateral a San Gervasio.

Todo ello tiene un peso económico indiscutible y ciertamente importante. Sus ramificaciones llegan más allá de la clase pudiente, puesto que es el ejemplo social al que adherirse. La cosa tiene a menudo visos de ridículo espantoso, como el que hacen algunos utilizando para sus labores cotidianas ese vehículo utilitario como es el Hummer, variante civil del militar americano de más de dos toneladas y un consumo por encima de los veinte litros. La visión de semejante tanque circulando por la Diagonal produce risa. El estúpido conductor necesita una escalera para acceder a el y no puede aparcar en ningún sitio. Dentro del mismo sector no es aventurado incluir el Ferrari o Maserati de oficina, que exigen tener unas lumbares de circo para introducirse en ellos. Cualquier incidencia circulatoria significa el sueldo del mes, si llegas a 6.000 euros. Eso si, llegas rápido a la oficina, más o menos como en un taxi. Esos ejemplos de vehículos no están faltos de seriedad, al contrario el coche tiene unos significados de prepotencia, generadores de envidia, son actos demostrativos del valor de uno. Toda una lección de psicología social.

No seguiré con más ejemplos, doy por explicado lo que significa el lujo económicamente y me dedicaré a hablarles del porque de su necedad económica una vez vista su necedad social.

El lujo existe porque alguien dispone de recursos ociosos, puesto que no prevé incrementar su riqueza (inversión), no los necesita para su mantenimiento diario y cotidiano (consumo Standard) y no los necesita para su futuro (ahorro). La salida es aligerar la cartera con productos exclusivos y carísimos. De ello podemos deducir que esa parte del excedente social podría recuperarse fácilmente mediante el sistema fiscal. Los impuestos sobre la renta, sobre el patrimonio pueden ir directos a ello. Los impuestos sobre sociedades, sobre las plus valúas también tienen recursos para ello. En fin, si el lujo está como está no es por falta de instrumentos económicos y fiscales, sino por elección política. En algunos países existe un sobreimpuesto sobre las grandes fortunas, un ejemplo del que aprender. El lujo es una especie ociosidad económica, como las manos muertas de antaño. Fincas económicas dedicadas a nada o a la caza.

La reducción del consumo suntuario afectaría, claro está, al sector especializado, pero no por ello se produciría una crisis. Los recursos que socialmente se desvíen irán a parar a impulsar inversiones públicas y al gasto social. Incluso se pueden derivar a incrementar la productividad social a través de la investigación y el desarrollo tecnológico. Siempre en todos los caso esos flujos económicos finalizarían en les empresas activas, por lo que los puestos de trabajo simplemente se generarían en otros distintos.

Finalmente, les pregunto: ¿por qué se tolera la malversación social que supone ese consumo suntuario? ¿No tiene nada que decir un hombre espartano como Rouco Varela, ampliamente conocido y apreciado sólo en muy reducidos círculos de la ciudad de Parapanda?

Lluis Casas, abriendo el tarro de las mejores esencias.