miércoles, 11 de junio de 2008

LAS 65 HORAS SEMANALES O LA RUPTURA DEL PACTO SOCIAL


Algunos de ustedes se preguntaran si un encabezamiento de esa magnitud corresponde a la realidad o a alguna neurastenia propia de un autor completamente sumergido en el desvarío. Puede ser que quienes se planteen esa última posibilidad tengan razón, pero arguyo que tengo a mano muchos ejemplos sobre el asunto y que este puede argumentarse debidamente. Otra cosa será hablar de los tiempos, el calendario y de las múltiples variables que pueden afectar a esa frase contundente y a su evolución futura.

La idea surge de un poso largo de acciones que he archivado convenientemente y la reciente aprobación por parte de la UE de un horario directamente esclavista, 65 horas en algunos casos, con el apoyo tanto de la derecha, como de alguna izquierda. Todo hay que decirlo, España no apoyó la medida y ésta todavía debe pasar por el parlamento europeo, donde tendrá, eso espero, un trámite harto difícil.

Voy a enumerarles primero en que me baso para afirmar lo que va al inicio:

Va en primer lugar lo que es estratégico, los sindicatos, el sindicalismo, el movimiento organizado de los trabajadores, su presencia social, su capacidad de influencia y negociación. Su temple y capacidad de respuesta cuando van mal dadas. Este es un negocio que ha padecido lo suyo en los últimos treinta años. La presión de la derecha europea, véase a doña Margarita Tatcher como ariete de la embestida, reduciendo el papel sindical y apoyando todo lo que garantiza al empresario una mayor capacidad de acción y negociación. El resultado está a la vista, reducción del número de trabajadores sindicados, dificultad para llegar a nuevos colectivos que negocian las condiciones de trabajo individualmente, trabajo a domicilio, trabajo intelectual, todo el trabajo material e inmaterial. La reacción sindical ha sido muy variada, pero en general defensiva y poco exitosa. Hay que constatar una fuerte retirada en todo el frente, aunque este no se ha hundido. Hay esperanza.

La evolución de lo que llamábamos el sector público, factor de cohesión entre el beneficio privado y los objetivos públicos. Ahí la destrucción creativa ha sido más intensa que en el mundo sindical. El sector público económico prácticamente ha desaparecido. Incluso si argumentamos sobre la Volkswagen o alguna empresa energética, el resultado es de pérdida absoluta. No soy de los que creen en que el Estado sea un gran empresario. Nada de eso. Pero, en cambio, si pienso que el Estado no debe dejar de ejercer como empresario putativo en sectores estratégicos y en el desarrollo territorial y científico y tecnológico. Hoy solo estamos en el paquete tecnológico.

Otro campo importante es el de la regulación económica, el laissez faire no hace la felicidad de la mayoría, y por ello el Estado debe velar por esos intereses en variados campos, el principal es el financiero. La existencia del banco de España y del banco central europeo, así como de otros reguladores estatales y globales, no han impedido que cíclicamente las ansias de beneficios urgentes y bochornosos acabe como el rosario de la aurora. La crisis actual es una buena muestra de ello y no está lejos la que hace una decena de años asoló el sudeste asiático. La historia económica está llena de ejemplos. Ejemplos que confirman todos ellos que las crisis financieras las pagan los que no deben y que no existe la destrucción creativa. Las complejidades de hoy día en ese terreno harían palidecer al banquero Roschild. Se pude vender algo inexistente, como una expectativa de producto o de simple beneficio, y terminar esta en manos de alguien a 10.000 millas, que nunca conseguirá enterarse de que va la cosa. Los reguladores deben impedir que esa ansia de beneficio entorpezca el desarrollo económico y lo que denominamos la economía real: el comerció, la agricultura, la industria y los servicios tangibles útiles y demostrables. Lo otro es pan para hoy (de hecho pan con jamón de Jabugo) y hambre para otros en algún momento.

La Fiscalidad, los defraudadores y la ruptura de la progresividad fiscal. Esto no es broma, se trata de desplazar lenta, pero segura, la carga fiscal del Estado hacia terrenos en donde los que más tienen, más pueden ahorrarse de la factura fiscal personal o empresarial. Cito el impuesto de patrimonio, los malabarismos permitidos con el IRPF, el impuesto de sociedades, la plus valúa, el IAE, etc. Evitar la fiscalidad directa, buscar artilugios mentales para justificar porque los ricos no deben pagar impuestos (puesto que se argumenta que son magos con la creación de puestos de trabajo y la riqueza para otros). No verificar la realidad de las declaraciones fiscales, evitando la defraudación de altura (hacia el interior o hacia el exterior en los paraísos fiscales). La ruptura es ya de tomo y lomo, los trabajadores y en definitiva los que dependen de un salario cotizan al euro, a los demás les permiten huir con la legalidad garantizada.

Las prestaciones sociales, el bono o el cheque. Unos servicios públicos para todos. También en ese terreno se rompe la baraja. El coste de los servicios sociales (sanidad, educación, servicios sociales y otros parecidos) son servicios que dependen del coste de la mano de obra (¡!!) y cuya productividad no puede seguir a otros sectores. Por ello su coste unitario sube permanentemente. La argucia de decir que no podemos pagar servicios para todos significa que solo los paupérrimos tendrán acceso a ellos (unos ellos en pleno estado de desidia) y los demás iremos como corderitos a hacernos un seguro o a una escuela privada. El camino de en medio está plagado de cheques bonificadores de servicios privados que trabajan para el estado. Busquen, escuelas concertadas, hospitales, residencias, etc. Ahí está el agujero negro que atrae a las clases medias en la errónea creencia que así les irá mejor.

Salarios y beneficios, un difícil equilibrio. Ese es otro truco de magia. En los últimos diez años y a pesar de un crecimiento de la ocupación, con una gran participación femenina, el peso del salario ha bajado en torno a diez puntos. Puntos que ha recuperado el beneficio. No creo que haga falta comentar mayormente la cuestión: ingenieros a 1000 euros, los famosos mileuristas, hacen el caldo gordo a los beneficios.

Termino aquí el comentario dejando para el final la ruptura del horario de trabajo pactado hace cien años. Si todo lo anterior no es suficiente, ahora están pensando en mantenernos ocupados hasta la muerte y durante 65 horas a la semana.

El parecido con el ambiente de finales del siglo diecinueve es abrasador. Algo habrá que hacer. Se acuerdan de las huelgas.


Lluis Casas, apocalíptico e integrado, puesto que no he hablado de revolución. No me lo tomen a mal. (The Parapanda's University)