Don Lluis Casas y José Luis López Bulla
Unas dos semanas atrás publicábamos un comentario en este mundo digital con una frase de fuerte evocación: la ruptura del pacto social. Hoy vamos mucho más lejos y encabezamos el articulillo con una palabra de gran contenido histórico, económico y político: esclavos, que a mi parecer tiene una motivada actualidad.
En la memoria profunda de los europeos (incluimos los países de raíz europea) esa palabra tiene hondos significados; ahí es nada la depredación sobre el continente negro que algunos antepasados continentales realizaron (1). Unos antepasados que no están tan lejos. El Congo, propiedad personal de Leopoldo de Bélgica, vivió (qué país tan civilizado) algo peor que los judíos con los nazis, tanto en número como en desproporción de fuerzas reales, vivencia que se hizo permanente hasta ahora mismo. Tampoco está tan lejos “nuestra” Guinea Ecuatorial, patria no sólo de Copito de Nieve, sino también de muchas tribus desaparecidas en combate (no precisamente noble) con nuestra guardia civil colonialmente caminera. Ejemplos los hay en todo continente que tenga un cierto colorido solar.
Como el mundo da muchas vueltas, una persona que en otros tiempos hubiera terminado como obra de mano esclava en Virginia, puede mañana presidir el estado más influyente del mundo. ¡Qué cambio, podríamos exclamar!
Ese contraste civilizado entre lo que fue y lo que parece que pueda ser, tiene que valorarse en lo que ha costado. Que ha sido mucho, muchísimo. Y también matizarse, como toda valoración inteligente. En otra hora, ningún blanco europeo era susceptible de directa esclavitud. Sus derechos lo impedían. Como factor de equilibrio geopolítico, la esclavitud se aplicó a los demás colores de la gama humana, bajo el dulce eslogan de que nuestra evolución nuestro y dios (sanctus, sanctus, sanctus) habían resuelto que unos seres superiores, los blancos, pudiesen decidir por otros que no habían logrado esa plenitud de desarrollo, divina ofrenda a los rostros pálidos. Graciosa manifestación de superioridad que era grandemente celebrada e impulsada por todas las iglesias habidas y por haber. En la gama de los subhumanos cabían todos los diferentes en color, tamaño y otras características craneales. Era la justificación de una inmensa e infame explotación del hombre por el hombre (expresión que incluye mayormente a las mujeres) aplicada sobre el prefijo de la superioridad blanca. Dicho austeramente y con prontitud: la economía del racismo.
En realidad se jugaban dos partidas a la vez: la racial hacia los subhumanos y la estrictamente económica (de clase, para que me entiendan) hacia lo que en un tiempo fueron llamados proletarios o siervos de las muy distintas glebas, fueran del color o tamaño que fueran. Ahí los blancos pobres no tenían privilegios, aunque sí podían considerarse superiores a los de color. Circunstancia que no era de índole práctica, por razones obvias. En conjunto y concluyendo, la explotación de unos por otros, como ya he dicho.
Hoy caminamos de nuevo hacia ese horizonte o así me lo parece. Cabe la explotación sin distinción de matices dentro de lo que las leyes permitan y cabe el racismo sobre todo el que vista, sea o parezca distinto. El racismo, más o menos explícito, tiene características disolventes: de la vergüenza, del honor, de la prudencia y del resto de las cualidades cardinales. Las fronteras actuales (limitadas a los humanos pobres) quiebran legalidades, constituciones y declaraciones de derechos. Los adultos son encerrados como malhechores, los niños tratados como apestados. Pueden ser rumanos o magrebíes. Ecuatorianos o nigerianos. No hay color que valga. Tan hipócritas llegamos a ser, o talvez tan finos estilistas, que distinguimos entre el negro rico y el negro pobre. A uno lo celebramos en la red hotelera y al otro lo expulsamos. Manejamos la posibilidad de impedir que vivan en familia en un continente en donde esa frase aún llena la boca de los políticos de derecha. El miedo se ha adueñado de tal manera de la mayoría de los políticos que producen verdaderos engendros racionales. Aunque creo que afortunadamente la mayoría de ciudadanos todavía no han sufrido ese síndrome de altanera estulticia. Incluso algunos políticos con mando en plaza y en honor a la más rancia tradición socialdemócrata, piensan pagar para que se vayan. Propuesta práctica donde las haya. Solo cuesta dinero. El parlamento europeo se convirtió ayer en un Auschwitz premonitorio, con los votos vergonzantes de algunos socialistas, putativos o no.
En el mundo de lo humano todo es posible, la dignidad y la indignidad, una al lado de
Hemos visto en directo los horrores del éxodo africano con destino peninsular. Hemos visto el éxodo asiático, indio, latinoamericano, rumano. Unos más duros que otros, pero todos éxodos humanos. Nada hace mella en esas personas con representación democrática.
Edificando muros mucho peores del que en los 80 fue destruido, el muro burocrático, el muro policial, la cárcel (con otro nombre), el muro de expulsiones de niños y de familias y finalmente la creación de un éxodo de expulsados sin destino. A todo nos acostumbraremos y muchos lo celebrarán, pensando que todo esto es nuestro, el trabajo, el país, el aire, sin darse cuenta que ellos son otros parias susceptibles de 65 horas, de reducción de la pensión de jubilación, del abandono de la vejez, del efecto de la inflación y de la crisis, de la explotación como el resto.
Todo ello está llegando a un grado que exige réplica política y social, que exige acción inteligente y urgente. Se nos están cargando lo construido muy duramente durante 150 años. Los argumentos hoy son totalmente descarnados: la competividad para unas cosas, el gasto público para otras, el tipo de interés para todas.
Ciertamente las soluciones no son muchas, pero deben quedar excluidas las que rompen los derechos fundamentales. Porque, como última razón, nunca salió a cuenta.
Lluis Casas, mediador. José Luis López Bulla, capataz de este blog
(1) Ver Luis de Sebastían y Samuel Eto'o en "África, pecado de Europa" (Editorial Trotta, Madarid 2007, 17 euros)