miércoles, 2 de enero de 2013

SOCA(V)(BR)ÓN


Al hilo del despiste general que implica la Navidad y el año nuevo, con el alargo eléctrico añadido de reyes, omito todavía mi reingreso en las calamidades de casa, de Europa o del mundo y me remito a mi experiencia reciente en el uso de esa actividad inhumana que es el turismo. Actividad agotadora donde las haya y en la que caemos reiteradamente unos u otros cuando la economía doméstica o las amistades nos facilitan el asunto.

Tengo la opinión que el turismo, o de forma más genérica el viaje, es como el parto o la antigua mili: duele, pero se olvida y reincides sin darte cuenta en ello, recordando solo los aspectos vibrantes del asunto y olvidando el resto, un 95% aproximadamente.

Uno está hecho así para los desplazamientos habituales de los sólidos testudos, lentos, cercanos, conocidos y de fácil retorno. Pero la vida es la que es y resulta imposible desobedecer órdenes familiares y fortificarse en la sala de lectura para siempre.

Así que a lo hecho pecho y a esperar que el recuerdo de esfuerzos, trompicones, maletas perdidas y aviones atestados se diluya lo más lentamente posible. Deo gratias en estas celebraciones.

Lo de hoy, si es que cabe como actualidad, es el comentario sesudo sobre la política keynesiana que he observado en las calles del Buenos Aires querido, ¿cuando te volveré a ver?.

Si ustedes hacen un pequeño esfuerzo intelectual entre turrón y turrón y esperan con la copa llena de cava a que la memoria reemprenda alguna función útil y que el estómago lo permita con aquiescencia, estoy seguro que les vendrá de inmediato el recuerdo del efecto benéfico que tiene en la economía cualquier actividad por inútil que sea que tienda a crear trabajo y a retribuirlo. Aun a costa de impuestos o de deuda pública.

Dice la leyenda que el peculiar Lord Keynes afirmaba que en la depresión un grupo de trabajadores podía hacer agujeros y a continuación otro equipo taparlos. El resultado maravilloso era el crecimiento, la expansión, la reducción del paro, el ascenso del consumo y el consiguiente cabreo del paseante por las zonas afectadas. Consecuencia tendente a animar las almas aletargadas por el mal comer.

La cosa no es tan simple obviamente, pero tampoco mucho más complicada de lo que imaginan algunos. Pongo no a dios por testigo, sino a un más cercano, Paul Krugman, al respecto de la bonanza imprescindible del gasto público para substituir al influjo privado cuando este se va de vacaciones a paraísos fiscales.

Pues bien, como demostraran un par de fotos adjuntas, en Buenos Aires se aplica el método a conciencia y con un desparpajo que asombra y produce caídas con resultados fatales en ocasiones, tal que a la vez que se anima al sector de la construcción, se impulsa también el de la salud y el de la farmacia de guardia.

Esto que resulta tan simple así que uno se aleja del FMI y de los adláteres de la UE y de una parte consistente del BCE, se vuelve misterio y pecado cuando algún país europeo intenta reanimar la economía en base a la creación de ocupación y a costa de los dineros que tienden a escapar por las cloacas sin peaje de bancos centrales y ministerios de economía.

Cierto es que la Argentina de hoy no resulta ejemplarizante en más de una o de varias cosas, pero como el ejemplo no es único en Sudamérica, tiendo a pensar que el error, o más bien el influjo ideológico y de poder está más en este oriente del occidente americano que en otro sitio. Pensar simplemente en el amigo americano y sus intensos sufrimientos para reimpulsar su ocupación a pesar de la estulticia interesada de los republicanos, un partido que ha hecho un salto de tres siglos hacia atrás, no hace más que reforzar mi convencimiento.

Para su ilustración ahí va el sistema porteño y la advertencia que si cruzan la avenida del Libertador desde la estación del Retiro vigilen a la altura de los 150 metros un socavón de más de veinte centímetros de altura y de medio metro de anchura que el equipo de zapadores dejó abierto y olvidado. Puede ser que si miran atentamente vean las señales y los restos del pie izquierdo de un turista barcelonés empeñado en seguir las instrucciones del plano y no en atender debidamente las labores keynesianas.

Lluís Casas, mientras se recupera del jet lag mi com