domingo, 25 de noviembre de 2012

TRASPASAR EL RUBICÓN



Hoy toca, como le tocó a Julio César en su día, atravesar el río Rubicón, el límite armado para todo general romano. Julio César fue en busca de su verdad política por encima de principios casi nunca mancillados, yo lo hago, mucho más cómodamente, en forma de confesión pública para mutuo conocimiento al albur de una fecha que marca el destino de los laborantes de forma indeleble. Unos pensando que la diosa Fortuna les ha sido favorable, otros sintiéndose repentinamente estreñidos.

Llevo ya algunos años, podría ser que ya sumaran bastante más de un quinquenio, dándoles la tabarra con artículos ahora sí, mañana también en este medio en el que el debate, la ironía y la más que necesaria siesta se dan la mano con alegría, sin perder por ello oportunidad, el sentido crítico y la benevolencia democrática.

Por si les interesa saberlo, la historia menor del asunto empezó cuando José Luis (Don José Luis López Bulla) me pidió una colaboración a propósito de las enormidades urbanísticas que se producían en aquel entonces por doquier, les hablo de mediados del 2005, cuando todavía, en palabras presidenciales madrileñas, estábamos a la caza de Gran Bretaña y habíamos superado a Italia con relativa comodidad. Éramos la estrella ascendente de la Champions del PIB.

Yo, en aquellos momentos tenía un cargo político en el primer gobierno de izquierdas que gobernó Catalunya (de lo que estoy más que orgulloso), cosa que exigía una cierta discreción en los menesteres de la emisión de opinión urbi et orbi. Y todo y que me tentaba muy mucho escribir sobre el asunto, el hecho de ser persona con ciertas dificultades para autocensurarse en sus opiniones (en tales casos es preferible callar) y tanto como para mantener mi libertad de expresión fuera del alcance de mi propia autocensura, como para no complicar más la vida a un  gobierno ya muy aturullado por los medios de la derecha,  se me ocurrió elegir un nombre figurado para el affaire. Como dicen los franceses un “nom de plume” que me permitiera ser y no ser, estar y desaparecer y, en definitiva, decir lo que pensaba y sabía con las menos restricciones posibles. Siempre cumpliendo teutónicamente con el deber del silencio por razón del cargo.

La elección del nombre alternativo y protector recayó en Lluís Casas, apodado también don Lluís Casas por el maestro armero de este blog, elevado a la condición de alcalde de Parapanda en ocasiones, a catedrático de la London School en otras y con el tiempo transformado en fotógrafo aficionado con blog propio. Curiosamente y sin saberlo, el nombre corresponde también a un, posiblemente, digno empresario inmobiliario.

La elección del nombre no puedo justificarla. Tal vez lo de Casas estuviera relacionado con el segundo apellido de mi padre, es decir el apellido de mi abuela (no quiero que se sienta menospreciada) o con el contenido del primer artículo, el submundo urbanístico e inmobiliario. Vayan ustedes a saber, ahora que uno ya no puede confiar en el Dr. Freud. Lo de Lluís todavía resulta más oscuro e incomprensible. Ni siquiera es un nombre que hubiera elegido para mi personalidad real de poderlo hacer y no tengo antecedentes que puedan explicarlo. Ahí tienen el caso por si alguien quiere hacer una tesis.

El primer artículo que se publicó (que se transformaría en una serie de cinco, si no me equivoco) se tituló “Catalunya, la Marbella difosa”. Lo escribí en catalán, la lengua vehicular propia y trataba de la especulación urbanística en Catalunya y de su peculiar forma de planteamiento: sin aspavientos, ni grandes fotos de enormes promociones, pero con parecidas tendencias corrompidas e idéntica destrucción del paisaje y del paisanaje, que daban por resultado tanto o más dinero que en otras zonas e igual de mal repartido. Como años después se pudo comprobar en Santa Coloma de Gramanet sin ir más lejos. Una forma de hacer absolutamente “nostrada” en la que la aparente discreción esconde la misma corrupción.

Don José Luis al recibirlo, me solicitó en aras de la comprensión del lector latino americano, muy abundante en el blog, que los hiciera en castellano. Una lengua más internacional e imperial que el lánguido catalán.

Me lo pensé con mucho cuidado y no tomé la decisión en función de la debida obediencia hasta que escribí el siguiente artículo ya en la lengua de amanuense de Juan Marsé y Manolo Vázquez Montalbán a modo de prueba sentimental con resultados como mínimo compresibles para los lectores y a costa de esfuerzos tolerables.

Lo curioso del caso es que volver a la lengua que, obligadamente, constituyó la base de mi formación escolar, cultural  y académica fue un placer. Yo hablaba en catalán en mi entorno familiar y vecinal desde siempre, pero en la escuela todo se hacía por decreto franquista en castellano (sorprendentemente excepto las clases de francés e inglés que se salvaron de la criba, probablemente por desconocimiento patológico de los censores educativos del momento, que duró 40 años, nada menos), de modo y manera que mi capacidad de expresión escrita estaba mucho más consolidada en la lengua adoptada por obligación que en la adquirida por nacimiento.

Lo cierto era que, además e independientemente de mis lecturas en cualquiera de los dos idiomas, hacía mucho tiempo que no utilizaba la pluma, la máquina de escribir o el ordenador para hacerlo en castellano. Nada en mi entorno me exigía a ello, el trabajo en la administración municipal o autonómica fue siempre en catalán. El entorno próximo que exigía otro tipo de escritura más de lo mismo. Así que terminé por disfrutar con la recuperación de un mecanismo de comunicación escrita que había quedado en la reserva. Y comprobé, sorprendido, que me espabilaba tal vez mejor con la escribanía castellana. No hay rencor por ello.

Las derivas del tripartito en la segunda legislatura me expulsaron del cargo al que me habían nombrado (una historia que tal vez merezca en su día un largo comentario), pero en pocas semanas volvía a estar en situación parecida, aunque en otro departamento del gobierno. Por lo que la personalidad de Lluís Casas no se vio afectada, ni tampoco, claro está,  su producción escrita.

La cosa debía terminar con el final, claramente previsto, de la expulsión electoralde la izquierda del gobierno. Cosa que a mí me afectaba solo parcialmente, puesto que he sido funcionario de carrera, mediante oposiciones libres y adquirido el carácter de autonómico mediante concurso. Esperaba pues una solución, obligada legalmente, que configurara mis últimos años de ejercicio profesional con cierta decencia. Como esa solución consistió en meterme en un despacho sin ventana y otorgarme la categoría de altamente peligroso, he gozado durante casi dos años de emolumentos muy altos (los derechos adquiridos que nadie podía eliminar) por un trabajo inexistente. Eso sí, mi carácter centro europeo creado en base a mi inicial licenciatura de ingeniería técnica, hizo que cumpliera a rajatabla los horarios y el resto de las exigencias formales del cargo público, ofreciéndome a trabajar en aquello que me correspondiera, pero no en otra cosa. Con respuestas a mi iniciativa surgidas de la profunda sordera sectaria.

Por la cercanía del Rubicón existencial que tenemos a los 65 (los que conservamos el noble título de trabajadores en activo, cada vez más restringido), me permití la licencia de seguir el eslogan, tan mal entendido, de los liberales del diecinueve: “laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même”, o en versión más castiza: “para lo que me queda en el convento,…” Tal vez fuese una decisión acomodaticia y poco militante, pero el abalanzarme en la soledad contra enemigos tan conspicuos no lo he hecho nunca. Dejo el suicidio para tiempos más exigentes. Todo llegará.

En esas circunstancias y, como por pura lógica debe entenderse, aumentó el aspecto crítico de los artículos por lo que mantuve a don Lluís al frente de la empresa y de la firma, aunque sin necesidad de refugios fiscales en Suiza o en la isla de Mann.

Ahora que las circunstancias han dado el giro casi definitivo con mi pase a la reserva, hasta la efemérides final (crucemos los dedos), podría substituir al mentado don Lluís por el nombre verdadero del escribidor y, por lo tanto, recibir los coscorrones correspondientes de los lectores en la cabeza real y no en la imaginada.

Pero no va a ser así. Como tantas veces ocurre, el personaje absorbe al autor y se hace con él. Don Lluís ha escrito tanto y durante tanto tiempo que no me permite que lo substituya a riesgo de una cierta conflagración que no estoy en condiciones de mantener. El tío se aprovecha de las circunstancias y yo me doblego a ellas. Qué vamos a hacerle, siempre he sido un reformista.

Pero de todos modos, con la habilidad que da la edad, la experiencia y la miopía, hemos llegado a un acuerdo entre caballeros, un “gentleman agreement”, como dirían más victorianamente los ingleses con el carácter de que su incumplimiento pone en riesgo el honor y la vida.

El acuerdo es simple, y creo que, en definitiva, bastante cuerdo y justo. Yo, por mi parte, podré comunicar a todos los lectores mi verdadera identidad (aunque pienso que ya es conocida por muchos), pero continuaré con la firma de siempre, que tanto agrada a don Lluís.
Una solución cómoda para todos y que clarifica al autor y a su personaje.

Pues bien, ahí va la solución al enigma. Enigma que por otro lado ha dado en generar conclusiones sorprendentes y que me alagan a más no poder. Entre otras, alguien pensó que don Lluís era don Fabián Estapé (nacido en Port Bou, al lado de mi residencia exterior en Colera), otros atribuían la verdadera autoría a don José Luis, cosa que creo más razonable. En fin, yo me hubiera alegrado de que me hubieran confundido con el Capitán Trueno o en su caso, y puestos a elegir con Peter Strauss, afortunado acompañante de Candice Bergen en el film “Soldado Azul” de Ralph Nelson. Nada de ello ha habido por desgracia.

El que hoy firma es Enric Oltra i Querol, para servirles en todo aquello que dispongan y que yo pueda alcanzar. Si a alguien no le consta el conocimiento, puede dirigirse al Facebook o al Google, en donde tropezará con las mismas piedras y personas con las que he tropezado yo a lo largo de mi vida, puesto que no hay ningún secreto que valga la pena exponer o esconder.

Enric Oltra Querol es Lluís Casas, este un tanto desmejorado después de la confesión del primero.