Repetiré la cita para que no busquen en Google, en este blog
entre algunos escritos del que firma, en los libros de referencia, etc. De modo
que resulte fácil el recuerdo o el conocimiento. La cita dice así,
aproximadamente: “El bien no existe, existe la bondad”. El autor no es
nada sospechoso de una caridad meliflua (hay otras caridades, que merecerían
otro nombre). Fue un hombre de letras, periodista, escritor, político,
comunista, ruso, judío y respondía al nombre de Vasili Grossman (“El libro
negro”, “Por una causa justa”, “Todo fluye”, “Años de guerra”, “Un escritor en
guerra” y de donde extraigo la cita, la enorme “Vida y destino”. También
Jonathan Littell en “Les Benignes” (la tengo en versión catalana), reproduce
casi íntegramente la cita.
En ambos casos, sus autores sitúan la frase en un entorno de
pacifica conversación, entre dos comunistas el primero y entre un nazi y un
comunista el segundo. El encuentro en ambos casos es desigual, uno ejerce de
carcelero y el otro de prisionero y en los dos, la presunta víctima es la que
expresa lo que, sin duda, pensaba el autor Grossman que en la persecución del
bien, concepto abstracto inexistente en la vida concreta, se producían actos
que no atendían a su esencia, el estalinismo, el nazismo en las dos obras, pero
también otros ismos que se pueden añadir sin duda ninguna, como el simplismo o
el neoliberalismo. En cambio, la bondad atendía a un acto humano, no a un
concepto, y, por ello, era existente y tenía consecuencias en la vida del que
daba o recibía ese acto de bondad.
Como ven, el autor es de fiar, no un alma angélica o un hombre
abstraído de los graves problemas que se vive (y el mismo también) en su
entorno. Es una persona comprometida que llega a ser sospechosa y perseguida.
También el repetidor de la frase, Jonathan Littell (como autor contemporáneo de
ahora mismo, un americano que escribe en francés en Barcelona, tiene su
relevancia como recuperador de la idea (aparte de la autoría de una espléndida
y tremebunda novela).Desde que las leí, casi consecutivas, me quedé aprehendido
por lo dicho y en muchas ocasiones de palabra o de escrito lo he repetido.
Ustedes se preguntaran a qué viene este rollo, que no lo es. Y
tendrán toda la razón del mundo. Mis motivos van en el sentido de hacerles
presente que con la crisis y con las consecuencias dramáticas que se están
produciendo (ya tenemos suicidados en casa), un repaso somero a las propuestas
de políticas alternativas, obviamente casi todas desde la izquierda (sea la que
fuera, unas más sinceras que otras), propiamente desde los partidos y los
sindicatos hacen hincapié en la prosecución del bien. Cosa comprensible,
deseable e imprescindible. El bien común, la recuperación de la justicia
social, de los derechos laborales e incluso financieros son objetivos a
perseguir.
Mi pregunta se sitúa en “¿y mientras tanto?”, puesto que la
reforma política, económica, social, democrática que el país necesita no es
cosa de cuatro días, ni fácilmente accesible a través de los medios que la
democracia exige, votos y mayorías.
Ese mientras tanto tiene diversas caras. La del político,
activista o militante que luchan por convertir sus ideas en democráticamente
hegemónicas, pero también tiene la cara de las víctimas de la crisis. Con sus
desahucios, su pérdida de trabajo, su hambre, su desespero frente a un futuro
que parece o es inexistente. Es el dolor profundo, no de una enfermedad con la
que puede lucharse, sino con un destino que no aporta más que mayor desazón cada
día.
Para ese mal, ¿ponemos encima de la mesa bondades que palien con
inmediatez sus efectos? Difícilmente ustedes encontraran en esas ofertas bien
intencionadas, acertadas, imprescindibles, medidas que afronten la emergencia
social. Pueden hallar, afortunadamente, entidades y personas que afrontan esos
actos no en persecución del bien abstracto, sino de la bondad concreta.
Comedores colectivos, reparto de comida y de enseres básicos, dinero para
afrontar la luz o el agua, el bocadillo de los niños para la escuela y miles de
otras necesidades perentorias y que nos mantienen humanos.
En un reciente debate de internauta, hice propuestas en este
sentido a un grupo de amigos o compañeros o camaradas, lo que quieran señalar,
con la idea que en el programa político aparecieran medidas concretas e
inmediatas que permitieran la emergencia de esa bondad, sin afectar el objetivo
básico del bien. Recibí una crítica afectuosa en términos de citar la caridad
cristiana o musulmana, tanto da. Y algunos silencios.
¿Estoy en un error? Los problemas sociales concretos, que tienen
nombres y apellidos y exigencias absolutamente básicas e inmediatas, ¿no
merecen algún esfuerzo consecuente y enérgico?
¿Lo han de hacer, lo hemos también de hacer los partidos de
izquierdas y los sindicatos? Yo pienso que sí. ¿No sé ustedes?
Para los que tienen un poco de veteranía, ¿recuerdan el “Aquí hi
ha gana” de los años ochenta? Fui testimonio y participe de reuniones entre
parlamentarios y ejecutivos de partido para conseguir un acuerdo intra
instituciones que permitiera desplegar un programa de urgencia que paliara en
lo posible los traumas que en aquel entonces eran menores que los de ahora,
aunque muy graves también. No hubo posibilidad de acuerdo. La derecha lo
impidió y la izquierda quedó coja.
Lluís Casas mirando las consecuencias de una caída ¿voluntaria?
desde un balcón.