jueves, 1 de noviembre de 2012

EL BIEN O LA BONDAD: ¿CUAL ES NUESTRO PROBLEMA?




Repetiré la cita para que no busquen en Google, en este blog entre algunos escritos del que firma, en los libros de referencia, etc. De modo que resulte fácil el recuerdo o el conocimiento. La cita dice así, aproximadamente: “El bien no existe,  existe la bondad”. El autor no es nada sospechoso de una caridad meliflua (hay otras caridades, que merecerían otro nombre). Fue un hombre de letras, periodista, escritor, político, comunista, ruso, judío y respondía al nombre de Vasili Grossman (“El libro negro”, “Por una causa justa”, “Todo fluye”, “Años de guerra”, “Un escritor en guerra” y de donde extraigo la cita, la enorme “Vida y destino”. También Jonathan Littell en “Les Benignes” (la tengo en versión catalana), reproduce casi íntegramente la cita.

En ambos casos, sus autores sitúan la frase en un entorno de pacifica conversación, entre dos comunistas el primero y entre un nazi y un comunista el segundo. El encuentro en ambos casos es desigual, uno ejerce de carcelero y el otro de prisionero y en los dos, la presunta víctima es la que expresa lo que, sin duda, pensaba el autor Grossman que en la persecución del bien, concepto abstracto inexistente en la vida concreta, se producían actos que no atendían a su esencia, el estalinismo, el nazismo en las dos obras, pero también otros ismos que se pueden añadir sin duda ninguna, como el simplismo o el neoliberalismo. En cambio, la bondad atendía a un acto humano, no a un concepto, y, por ello, era existente y tenía consecuencias en la vida del que daba o recibía ese acto de bondad.


Como ven, el autor es de fiar, no un alma angélica o un hombre abstraído de los graves problemas que se vive (y el mismo también) en su entorno. Es una persona comprometida que llega a ser sospechosa y perseguida. También el repetidor de la frase, Jonathan Littell (como autor contemporáneo de ahora mismo, un americano que escribe en francés en Barcelona, tiene su relevancia como recuperador de la idea (aparte de la autoría de una espléndida y tremebunda novela).Desde que las leí, casi consecutivas, me quedé aprehendido por lo dicho y en muchas ocasiones de palabra o de escrito lo he repetido.


Ustedes se preguntaran a qué viene este rollo, que no lo es. Y tendrán toda la razón del mundo. Mis motivos van en el sentido de hacerles presente que con la crisis y con las consecuencias dramáticas que se están produciendo (ya tenemos suicidados en casa), un repaso somero a las propuestas de políticas alternativas, obviamente casi todas desde la izquierda (sea la que fuera, unas más sinceras que otras), propiamente desde los partidos y los sindicatos hacen hincapié en la prosecución del bien. Cosa comprensible, deseable e imprescindible. El bien común, la recuperación de la justicia social, de los derechos laborales e incluso financieros son objetivos a perseguir.


Mi pregunta se sitúa en “¿y mientras tanto?”, puesto que la reforma política, económica, social, democrática que el país necesita no es cosa de cuatro días, ni fácilmente accesible a través de los medios que la democracia exige, votos y mayorías.


Ese mientras tanto tiene diversas caras. La del político, activista o militante que luchan por convertir sus ideas en democráticamente hegemónicas, pero también tiene la cara de las víctimas de la crisis. Con sus desahucios, su pérdida de trabajo, su hambre, su desespero frente a un futuro que parece o es inexistente. Es el dolor profundo, no de una enfermedad con la que puede lucharse, sino con un destino que no aporta más que mayor desazón cada día.


Para ese mal, ¿ponemos encima de la mesa bondades que palien con inmediatez sus efectos? Difícilmente ustedes encontraran en esas ofertas bien intencionadas, acertadas, imprescindibles, medidas que afronten la emergencia social. Pueden hallar, afortunadamente, entidades y personas que afrontan esos actos no en persecución del bien abstracto, sino de la bondad concreta. Comedores colectivos, reparto de comida y de enseres básicos, dinero para afrontar la luz o el agua, el bocadillo de los niños para la escuela y miles de otras necesidades perentorias y que nos mantienen humanos.


En un reciente debate de internauta, hice propuestas en este sentido a un grupo de amigos o compañeros o camaradas, lo que quieran señalar, con la idea que en el programa político aparecieran medidas concretas e inmediatas que permitieran la emergencia de esa bondad, sin afectar el objetivo básico del bien. Recibí una crítica afectuosa en términos de citar la caridad cristiana o musulmana, tanto da. Y algunos silencios.

¿Estoy en un error? Los problemas sociales concretos, que tienen nombres y apellidos y exigencias absolutamente básicas e inmediatas, ¿no merecen algún esfuerzo consecuente y enérgico?
¿Lo han de hacer, lo hemos también de hacer los partidos de izquierdas y los sindicatos? Yo pienso que sí. ¿No sé ustedes?


Para los que tienen un poco de veteranía, ¿recuerdan el “Aquí hi ha gana” de los años ochenta? Fui testimonio y participe de reuniones entre parlamentarios y ejecutivos de partido para conseguir un acuerdo intra instituciones que permitiera desplegar un programa de urgencia que paliara en lo posible los traumas que en aquel entonces eran menores que los de ahora, aunque muy graves también. No hubo posibilidad de acuerdo. La derecha lo impidió y la izquierda quedó coja.


Lluís Casas mirando las consecuencias de una caída ¿voluntaria? desde un balcón.