No les
parecerá mal que cite, como tantas veces, algunas referencias cinematográficas
para resaltar o simplemente señalar sucesos, ideas o paranoias. Los lectores de
estos escritos, si los hubiera, ya estarán habituados a que el mundo
cinematográfico o libresco aparezca por estos pagos cual directivas de la UE.
Para los de
cierta edad o experiencia, el título del articulillo les recordará a buen
seguro un excelente film de Henry King, con Gregory Peck, Susan Hayward y Ava
Gardner (¡dios mío!), un film de 1952 (lo que ha llovido desde entonces, aunque
sigue la cacería de elefantes), basado en una novela de Ernest Hemingway. El
asunto, sin más importancia por lo demás, recuerda ciertamente algunos
problemillas que Hemingway tenia y que nunca solía resolver a conciencia. Como
es lógico la cosa pasaba en África en las faldas del volcán nevado de Tanzania
en donde la negritud posaba como siempre de simple decorado.
Hoy, Robert
Guèdiguian con Ariane Ascaride y Jean-Pierre Rarroussin, repiten título (2011),
pero nada tiene que ver con el primer asunto cinematográfico del mismo título.
Si recuerdan Marius y Janette, entre otros pocos films del autor vistos por
aquí, su memoria les devolverá a un director claramente francés (coral,
parlanchín y vivencial), que representa un hilo distinto a lo que nos tiene
acostumbrados la industria de la exhibición en casa.
El título
repetido responde a un recuerdo de los protagonistas, la canción de Pascal
Danel, contemporáneo de Adamo, que escuchaban en su juventud. Otra referencia
es, faltaría más siendo francés, Víctor Hugo, con su “Les pauvres gens”.
La historia
es la de un sindicalista honesto, un izquierdista perplejo con los cambios
económicos y sociales, un padre un tanto decepcionado y un “citoyen” bueno. Un
hombre que para lograr el bien sabe qué hay que tener bondad en los actos. O,
al revés, que no se edifica el bien mediante acciones de maldad. Aunque,
aparentemente, estuvieran justificadas.
La
coincidencia de la visión del film, que obviamente les recomiendo a sabiendas
de la necesidad del pañuelo para lágrimas, con el resultado electoral de las
presidenciales francesas es cuando menos oportuno y ejemplarizante: hay
esperanza todavía.
Y no solo
con ese resultado que abre posibilidades (ya veremos la realidad subsecuente),
sino que se le puede añadir una nueva derrota de la acérica Merkel en su
antiguo feudo de Schleswing-Holstein un land alemán, colindante con Dinamarca.
Así pues,
Monsieur Hollande no está solo. El de Parapanda lo ha puesto más que bien al
lado de Andalucía, pero igualmente se
puede añadir, aunque con prevenciones altísimas, a lo que los griegos han dicho
en las urnas.
Un fin de
semana de lo más atractivo para el que no tenía que votar directamente y pasarse
las horas mordiéndose las uñas. Otra guinda al pastel dominguero es la primera
parte contratante de Servia, en donde la opción europeízante nos recuerda el
enorme peso que aún tiene el valor de la paz y de la colaboración en el
proyecto un tanto “sedotto e abbandonatto” por los líderes actuales (por
llamarlos con excesivo respeto), que conserva aquello que empezó con el carbón
y el acero.
En fin, que
como comienzo de la semana y en honor a la mejor luna llena del año no está
nada mal. En cambio, nuestro lunes casero nos aporta noticias frescas y
distintas con respecto a la influencia de la banca y de los ejecutivos bien
vinculados con el actual poder depresivo.
El señor
Rato, un inmenso culpable como ministro económico, ha conseguido lo que nadie:
crédito abundante del estado para reflotar su portaaviones a la deriva y con el
nivel del agua superando las bombas de achique. ¿Cuántos empresarios,
directores de escuela, hospitales y guarderías querrían ese trato preferente y
amoroso y, en cambio, solo obtienen recorte tras recorte? También ofende que si
al portaaviones de Rato, Bankia, le ofrecen crédito por un tubo, al
portaaviones real, Príncipe de Asturias, nuestro elemento disuasorio (¿contra
quien?) por excelencia no le dan un duro ni para repasar el óxido del tapacoños,
nombre oficial, registrado do corresponde, de un utensilio marinero que el buen
lector sabrá reconocer.
Probablemente
ambas noticias estén relacionadas. Al gobierno le está creciendo tanto la nariz
por sus innumerables mentiras que necesita una cierta compensación de pasivos
en el momento que salva del infierno a su amigo del alma Rato. Y, ahí está, el
Príncipe de Asturias en versión portaaviones para que el personal sonría
satisfecho.
Como un
enorme periodista terminaba sus crónicas en La Vanguardia (en aquellos
momentos ya pasados se apellidaba Española), así es o así me lo parece.
Lluis
Casas, estrenando sonrisa.