miércoles, 16 de mayo de 2012

RODRIGO RATO "EL BREVE"




Hubo un tiempo en que el negocio bancario exigía una seriedad absoluta en sus cuentas. De hecho, su actividad se basaba en un intangible: la confianza que generaba en los impositores y en los demandantes de crédito. No está muy lejano el día en que todavía un papel firmado y rubricado en Gandia era oro contante y sonante en Estambul. Y a la inversa. Tampoco era imprescindible pertenecer a la cofradía del éxodo para enfrentar con éxito el mundo financiero. Ni siquiera la religión o la distancia hacían temblar la estructura del negocio. Y ¡ay de quien no cumpliera!

Los reyes que inicuamente pedían y no devolvían se veían forzados a las marrullerías más ocurrentes para que su “buen” nombre no quedara marcado y fuera ya imposible embarcarse en expediciones e invasiones.

No es que no hubieran burbujas financieras o simples desfalcos, pero eran francamente mal vistas y de obligada renuncia al honor y a la vida, llegado el caso. En la cercana Inglaterra del Imperio era habitual que los caballeros que no cumpliesen con sus obligaciones de pago terminasen en la armada o en las colonias en compañía de los ladrones de gallinas o de los cazadores furtivos.

Eso son tiempos pasados que llegan hasta casi los años sesenta o setenta pasados, y son ya solo un vago recuerdo. La tecnología financiera, la súper tecnología digital y la globalización han transformado de tal modo el negocio financiero que no hay quien lo pueda contrastar con lo que fue. Se mueven por el mundo tales cantidades de dinero ficticio y a tal velocidad y rotación que resulta imposible asegurar si tal negocio está basado o no en alguna realidad tangible o es simplemente una pirámide descomunal.

Hoy hemos de partir de la constatación empírica de que los banqueros de ahora nunca dicen la verdad, sea cual sea la circunstancia y, por ende, resulta harto dificultoso hacer un análisis de lo que está sucediendo y de lo que debe o puede suceder con el sistema (?) bancario español (o en otros). La antes llamada confianza es ahora un papelito firmado por alguna de las tres o cuatro entidades mundiales de acreditación que ofrecen al mercado financiero una especie de clasificación liguera de empresas, bancos o países. Lo curioso del caso es que estas mismas entidades, que son privadas, carecen absolutamente de control externo y siendo así han sido pilladas, tarde, pero pilladas, en clara contradicción entre sus certificados y la realidad más cruda. Y no porque no entendieran las cuentas a certificar, sino porque en su negocio marginal está la especulación sobre esos certificados.

La crisis, de la que no hablaré (¿para qué?), ha generado un mundo financiero basado en la partida de póker entre tahúres, que esconden cartas o las multiplican según y como vaya el juego. Con una carga valorada en más de 300.000 millones de euros en inversiones inmobiliarias el sistema financiero español ha sido un enfermo casi terminal durante varios años y todavía hay dudas de que no siga siéndolo. A raíz de tamaña deuda, se ha operado un cambio fundamental en la estructura financiera, han desaparecido las cajas de ahorro, un elemento sin duda singular, pero, curiosamente, una especie de propiedad colectiva. Esa parte de las finanzas nacionales controlaba el 50% del negocio bancario y se había especializado en los mercados de proximidad, en las pequeñas empresas, en el cliente al por menor y en algunos casos en inversiones industriales o de servicios públicos. Todo ello se ha ido al espacio sideral, que, como saben es casi infinito y crece aceleradamente. Ha sido, utilizando palabras de cierta rotundidad, una operación a la rusa, haciendo referencia al despojo que unos directivos públicos hicieron al conjunto de ciudadanos ex soviéticos.

Por lo demás, el número de entidades financieras nacionales se ha reducido de tal manera que podemos afirmar que nos acercamos a una especie de oligopolio de cuatro o cinco monstruos y un pequeño número de entidades menores. Bien es cierto que el coste de intermediación en nuestra banca era excesivo. De hecho teníamos más sucursales bancarias que panaderías y casi tantas como bares y tabernas, con lo que supone en términos de comisiones, etc. Ahí, una institución creada para velar por el buen orden, el buen nombre y la seguridad de los impositores, el llamado Banco de España, ha jugado a fondo la operación de “laissez faire, laissez passer”, que ha terminado con la deuda anteriormente anunciada y la mayor destrucción bancaria que se haya tenido nunca. Una estrategia al servicio del núcleo duro de la banca privada.

Estos días tenemos en todas las portadas el ejemplo carismático de todo ello: Bankia. Una entidad producto de la fusión de diferentes cajas bajo el predominio de Caja de Madrid, transformada, como todas, en banco, controlada por la derecha recalcitrante y con el ex director del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, cuyo curriculum vitae contiene cargos del tamaño de ministro de Economía con Mr. Ánsar. Con estos elementos, un gobierno del mismo color del mencionado Rato, se ve en la obligación de intervenir la institución y echar al cargo tan querido (ya querríamos obtener una décima parte de lo que se llevará el hombre). El motivo es que Bankia sigue sin presentar las cuentas fehacientes de su situación y nadie sabe, hoy por hoy, el tamaño del estropicio. Y, recuerden, que han pasado ya cuatro años del petardazo inmobiliario. Bankia acumula pérdidas y por ende créditos que están por encima de los 30.000 millones de euros, todo ello en forma de impagados y propiedades inmobiliarias de valor más que dudoso.

El resultado es que a pesar de las ayudas recibidas, Bankia está cayendo en el peor precipicio que una banca pueda caer: la incapacidad de hacer frente a sus pagos o a los requerimientos de los impositores.

Ustedes se preguntaran que como es posible que el anterior gobierno y este presente hayan dejado hacer mirando a otra parte durante tanto tiempo. Yo también me lo pregunto. Y solo puedo responder que ha sido por una parte la política, por otra el miedo a la realidad y en tercer lugar en la estúpida esperanza de que dios exista y los ángeles también. Es decir, existen para ese negocio del dinero, dejemos a parte las almas y su masa.

En el mundo normal, el que no responde a la capacidad de poder e influencia de la banca, una empresa cuando quiebra, quiebra y a dios muy buenas. Actúa el juzgado, la policía si es el caso, hacienda, los abogados laboralistas y los notarios. Casi nunca aparece un funcionario con unas cajas rellenas de millones para salvar lo insalvable. Y esto nos parece normal y adecuado en tanto el sistema se basa en arriesgar racionalmente y recoger el resultado, fuere el que fuere.

En el caso de la banca, el poder público actúa de forma distinta. Ya hemos citado la influencia y el poder, también hay que resaltar que la banca es como el sistema circulatorio, si este falla es la muerte rápida y, por lo tanto, los gobiernos tienden a mantener el flujo aunque sea a mínimos para no desfallecer al instante. Otra cosa es si esa intervención de emergencia se hace a costa del ciudadano contribuyente o a costa del inversor bancario y sus huestes ejecutivas.

Todo parece indicar que de un modo u otro en España está pagando el contribuyente casi todo. En forma de ayudas crediticias, que se obtienen vía deuda pública y de alternativas de gasto (recortes), en forma de ayudas de los fondos previstos para contingencias, ya agotados y por ende sin posibilidad de hacer frente a los derechos de los impositores que pudieran verse afectados y en forma de ayudas tal cual. Como parece que podría ser en el caso de Bankia.

Después de tanto rollo me dirán ustedes que podría hacerse, si es que hubiera alternativas a lo ya hecho. Me atrevo a mencionar unas cuantas cosas que no agotan el posible repertorio, pero que me parecen del más puro, y limpio en este caso,

En primer lugar, toda entidad financiera con problemas que exigieran la intervención pública debería pasar a control público, al manos mientras durasen las circunstancias. Este control puede desplegarse de distintas formas en función de la dimensión del problema y de las garantías procesales que la dirección y los accionistas de la entidad aporten. La intervención da lugar inicialmente al conocimiento absoluto de las cuentas y a los procedimientos para rehacer los balances. El riesgo corre a cargo de la propiedad y el sector público apuntala a los impositores para que estos no sean víctimas del mal hacer directivo.

En segundo lugar, si son necesarias aportaciones de fondos públicos, de la forma que sea, esto dará lugar a que el estado se siente en el consejo de administración, en la dirección y en todos los organismos de gobierno y que participe con capacidad de veto en la gestión. Obviamente si la ayuda es de tal dimensión que suponga de facto una especia de nacionalización, el estado queda como único propietario.

Tercero, los beneficios obtenidos a partir de la intervención sufragarán en primer lugar (después de las exigencias de los impositores) las aportaciones públicas, sin repartir dividendo alguno.

Cuarto, la reconversión de la banca, reducción de oficinas, personal, etc. se hará manteniendo una dinámica de competencia en el mercado financiero, sin dejar que se creen los oligopolios antes citados. Y, en todo caso, las afectaciones al personal se harán en escrupulosa ley y con la negociación sindical.

Quinto, el Banco de España se reconvertirá en una verdadera institución que vele por la buena marcha de cada uno de los bancos y del conjunto del sistema, siendo competente para conocer hasta el más mínimo detalle de la marcha del negocio. El propio Banco de España se comprometerá a calificar los productos financieros y todo el negocio bancario para hacer lo más transparente posible el mercado.

Sexto, las responsabilidades en que incurran los directivos bancarios en su gestión serán tratadas con extrema dureza y se prohibirá toda remuneración excesiva, no justificada o devengada por operaciones de corto plazo.

Séptimo, el gobierno y el Banco de España velarán para evitar burbujas financieras basadas en el crédito excesivo y en la especulación de bienes.

Lluis Casas, quedándose tan ancho.