Después de una noche electoral sin sorpresas, sin angustias, aunque con sustos, me he permitido un periodo de reflexión antes de poner negro sobre blanco mis primeras impresiones (y espero que no sean las últimas) sobre el significado del voto dominguero y lo que se nos viene ahora encima. De todos modos, tanto por la situación económica mundial como por las dificultades para una política nacional congruente con la globalización, todo es revisable y nada es consistente. Si leen atentamente lo escrito o dicho en los medios observarán que no tienen tampoco mucho que decir, al margen de las habituales menudeces de casquería.
Con gran valentía intelectual, el capataz del blog Metiendo bulla apunta (¿CUÁNTOS KILÓMETROS TIENE LA TRAVESÍA DEL DESIERTO?) una pregunta interesante, la distancia que tendrá que recorrer en una dura travesía por el desierto la izquierda española para reencontrar o una nueva mayoría o un peso suficiente para reequilibrar el mapa político. Mi interpretación es distinta, pienso más bien que se trata de medir jornadas más que distancia. Si es por eso, la distancia será infinita. Si se trata de pasar jornadas en el desierto para acceder al mapa que permita llegar al oasis puede ser otra cosa. La velocidad y la decisión importan. Es decir, debe haber cambio profundo y mucho acierto lo más pronto que se pueda para no convertir unas jornadas en el desierto en una permanencia a la deriva.
Personalmente pienso que el PSOE, y su versión catalana el PSC, no están preparados psicológica, ni organizativamente para hacer un corto recorrido en el desierto que les lleve a un nuevo objetivo. Pienso que más bien tenderán a la espera, junto a las dunas y la reserva de agua, con ciertas modificaciones de fachada o de estructura mediática en el campamento, y que buscarán su oportunidad en el estropicio que el PP puede hacer con el mando absoluto. Cosa perfectamente posible dadas las variables que conocemos: Merkel, el déficit y el propio PP o Rajoy. Con las políticas que vienen y que ya han estado el paro irá en aumento y la recesión es más que segura. Lo más grave que puede pasar no me atrevo a mentarlo. De ahí probablemente la espera, al estilo que el mismo PP ha impuesto estas dos últimas legislaturas.
No veo ahora mismo en esa izquierda, o, al menos, en sus estados mayores figuras capaces de recomponer lo destruido, ni capacidades colectivas que muestren solidez, confianza y capacidad política adecuadas a lo que está pasando. Perdonen mi pesimismo, pero los nombre que suenan en Madrid y en Barcelona mueven más a la sonrisa displicente que al entusiasmo. La simple ambición es un profundo error. Debe de ir acompañada por virtudes, habilidades y prestigio social. Por ello no veo quien, ni quienes.
Vistas las elecciones desde Catalunya, la cosa es ligeramente distinta que vistas desde Madrid, el centro del universo. Aquí en casa, quien ha desencadenado una política de recorte brutal, CIU, ha salido reconfortado y reforzado de las elecciones. Ello, me temo, será una premisa para el resto del estado. Los recortes son impopulares, pero el discurso mediático absoluto sobre su imperiosa necesidad ha dado en el clavo y el personal entre desencantado y cabreado ha terminado por aceptarlo. Al menos hasta el momento. Otra cosa será si el paro, otro sistema de recorte de rentas, sigue aumentando, como parece que será, y también se incrementa el número de familias totalmente al descubierto. Ahí hay una incógnita que hasta ahora en base a la economía sumergida, es decir a la explotación y auto explotación fuera del sistema, se ha mantenido relativamente apacible.
Lo dicho concuerda con lo que en varias ocasiones he afirmado aquí: el personal de base está dispuesto a sacrificarse si se lo piden bien, pero también si se les obliga sin pedirlo. Lo primero hubiera resultado en una política realmente nacional y unos costes relativamente redistributivos. Lo segundo es simplemente política de clase y de ahogo. Pero así estamos y, por lo visto en Catalunya, así seguiremos. No habrá revolcón callejero.
La visión desde Catalunya tiene otras posibilidades. Hemos visto, con alegría, que la izquierda de la izquierda ha subido de forma importante. De uno a tres no es mala cosa. El cambio en el discurso: más economía, más ocupación y menos ecología era imprescindible en estas circunstancias y el resultado a caballo de un buen jinete ha sido satisfactorio.
Ahora viene el aunque. Un 10% de voto en Barcelona y un 8% (o casi) en Catalunya es insuficiente para influir de verdad sobre el resto de la izquierda y sobre las decisiones en el Parlament. Incluso me atrevo a decir que también es poco para salir a la calle a impulsar a moverse a las masas contemplativas. Hace ya mucho que pienso que ese 10% barcelonés (provincia) es un techo para una opción como la que representa el conjunto de siglas de ICV-EUIA. No es que sea mala cifra, en absoluto, pero no es suficiente ni para presionar consistentemente en el sentido ambiental de los problemas, ni en el sentido, más habitual, social y económico. La cosa termina siendo como un Pepito Grillo con buena voz y altas razones. Un ejemplo para muchos, pero al margen para
Un comentarista muy próximo al socialismo catalán ha dicho certeramente que el PSC no cambiará si no tiene una verdadera alternativa a su izquierda, del mismo modo que ocurre en el resto del estado en el juego PSOE-IU. Uno baja, el otro sube y a
Como decía en el título, hoy por hoy no hay síntesis para las elecciones, el poder absoluto de las derechas, sea con las guirnaldas que sean, es una victoria cargada de dudas, pero que requiere movimiento serio y ofensivo para la izquierda, la que ha recibido una alegría más que merecida y la que ha visto su mundo explotar por los aires.
Lluis Casas, Alfayate colegiado (Parapanda)