miércoles, 8 de julio de 2009

ESOS EFECTOS COLATERALES




No solamente las acciones bélicas tienen eso que se ha venido en llamar efectos colaterales: una expresión ciertamente acertada desde el punto de vista de la ocultación de la realidad, muertes, destrucciones y vidas colectivas arrancadas de su entorno. Esa es una expresión contable enormemente expresiva y útil, que permite contabilizar, echar cuentas, sin tener que asumir responsabilidades. Permite presentar al público con cara de conformidad religiosa verdaderas chapuzas, sin ir al infierno.


Pues bien, esa técnica moderna puede aplicarse, como otras tantas tecnologías nacidas de las ocurrencias bélicas, al mundo civil y obviamente a la economía, la más civil (y vil) de las ciencias sociales. Solamente a título de pequeño inventario les diré que eso de los presupuestos por programas surgieron a raíz de la segunda guerra mundial como instrumento de gestión de la producción bélica que desarrollaban USA las industrias privadas. Hoy podemos tomar el concepto de “efectos colaterales” para evaluar, sin sentirnos mal con nosotros mismos, los estragos que la crisis financiera e inmobiliaria está produciendo en las familias a las que se ha cortado el cordón umbilical con el trabajo y con el salario, o a las que se les obliga a una cierta hambruna en beneficio del pago de la hipoteca. Cuando no son las dos cosas a la vez. O bien, a esa juventud llena de masters que lucha por un salario mileurista y contra unos costes de la vida que doblan en el mejor caso a la retribución recibida.


Los medios de comunicación, uno de los pocos instrumentos de la sociedad para evitar que los efectos colaterales pasen sin pena ni gloria, han hecho abandono absoluto a su reflejo mediático. Hoy vemos ya con normalidad las fotografías que esos dos colosos de la cámara hicieron de la guerra civil (y bien hecho está mostrarlas), en cambio no tenemos el más mínimo reflejo gráfico de las colas del hambre, de la angustia de la visita a la sucursal de La Caixa o de la triste espera en la oficina del paro. Sabemos que este verano el número de niños enviados a las colonias de verano ha disminuido tanto que el sector se ha lamentado de la perdida de negocio que conlleva esa reducción. Nada nos han dicho respecto a cómo se resuelve el asunto, penalizar ese disfrute de la naturaleza a los hijos, en esas familias al borde del desastre. La relación de efectos colaterales puede ser considerable a poco que, con lápiz y papel, hagamos una lista. El acceso a esos casos tampoco parece difícil, sobre todo si consideramos que disponemos de fotos de il Cavaliere en paños menores y declaraciones a cuatro páginas de trabajadoras las autónomas contratadas por ese mencionado caballero o del vejete checo con la verga en ristre, cual
fiel espada triunfadora.


Tampoco es que aparezcan esos efectos colaterales en el propio parlamento, sea el de aquí o el de allí. El parlamento es ese lugar de privilegio y de simple exigencia para que esas realidades sean públicas y notorias. Deberíamos notar en las crónicas parlamentarias que la gente, es decir el vecino o el familiar cercano, las está pasando canutas.


No creo haber visto testimonios del retorno a casa (¿qué casa?) de esos inmigrantes que ya sin trabajo, ya sin subsidio (si pudieron acceder a él), ya sin más recursos que los ahorros pensados para otros fines, buscan en el retorno el fin de la aventura. Con ellos marchan niños que nacieron aquí, que hablan catalán y castellano, que son del Barça y que es dudoso que crezcan con agradecimiento a esta tierra que les permitió nacer y los expulsó por la falta de humano agradecimiento o de simple consuelo.


No hace muchos días, en un periódico --de derechas, faltaría más-- un ilustre escritor tenía la indecencia de acusar de estupidez a esas familias que estaban comprometidas con una hipoteca. Alegaba que para qué querían esas familias proletarias un contrato de propiedad. Afirmaba que con un alquiler iban servidos (su ilustre intelectualidad carece de conocimientos sobre el mercado de la vivienda de alquiler). Y finalizaba induciendo a un castigo bíblico para aquellos que sin tener nada aspiraban a algo, ni que fuera material. Nadie tuvo la decencia de responderle. Ese hombre, tan orgulloso de su tartamudeo, no se daba cuenta de lo clasista y racista que era su cómodo argumento (o sí, y de eso se trataba). No es un ejemplo aislado, la intelectualidad de hoy día, con las pocas excepciones que haya, simplemente se ríe de la desgracia, acomodada en un bien vivir personal. Se aíslan de todo. Les explicaré que un ilustre poeta en ambas lenguas dispone de propiedades inmobiliarias, nada que decir, yo mismo poseo alguna. Ahora bien la gestión que él permite hacer de ese patrimonio consiste en la explotación más vil del alquiler del metro cuadrado, un salario entero por media pieza de suelo. Él vive tranquilamente, cobrando emolumentos y haciendo poemas e ignorando expresamente el método del que vive.


No debo dejar en el tintero, y los incluyo, en esta diatriba, a muchos líderes de la izquierda, tanto los de la poca izquierda, como los de la mucha izquierda, y añado a un buen cacho de los militantes de esos movimientos. Juntos esconden la cabeza. O escondemos la cabeza.


Afortunadamente, tenemos la expresión de los efectos colaterales. La crisis tiene efectos colaterales que nadie desea. Y aquí paz y después gloria.



Lluís Casas, revuelto por los antiinflamatorios.