martes, 2 de diciembre de 2008

EL PLAN ANTICRISIS




Como sabrán ustedes por la prensa, el gobierno ha presentado su quincuagésimo plan contra la crisis. Los está presentando a razón de uno por semana, con ciertas características acumulativas. Es decir, a lo de la semana pasada se suma la nueva ocurrencia de hoy. Una forma de construcción comprensible y lógica en apariencia, si la realidad aceptara tal forma de actuar como positiva. Una forma de construcción esencialmente débil económicamente y absurda ideológicamente, que no genera confianza alguna entre el personal afectado. Algo consubstancial a un Plan anticrisis. Políticamente está enfocado con tan cortas miras que produce urticaria en el cerebelo. El gobierno ha ido tan lejos en su rechazo mental de la crisis que no intuye las enormes ventajas de un plan enérgico, bien elaborado, pactado adecuadamente y en coordinación con todas las administraciones públicas. Es decir centrado en que estamos en una crisis de tomo y lomo. Admitiendo la realidad palpable y aplicando toda la carne en el asador. Todo lo que hace, en cambio, se queda corto y deja a la acción gubernamental como si fuera una pantomima del gobierno. Es lo peor para una situación de crisis económica: nadie cree en lo que dice el gobierno y nadie cree que lo que hace el gobierno sea lo más adecuado.


No hay en el gobierno lectores schumpeterianos, ni, por descontado, keynesianos que traduzcan en acción efectiva lo que es exigible hoy día. De hecho, parece que los únicos con la bandera del liberalismo levantada estén precisamente en el gobierno. Han abandonado las velas y los remos en plena tormenta y mentan a los dioses como únicos salvadores.


Resumo: en marzo, elecciones generales. El gobierno en funciones negó con insistencia la mayor. Dijo por activa y por pasiva que no había crisis y que no la habría. El debate entre el tío Solbes y Pizarro, el líder económico de la oposición, formado en la principal escuela de negocios de los monopolios nacionales, ENDESA, dio como resultado una abultada derrota de la oposición. Parecía que el tío Solbes lo tenía todo controlado y bien controlado. La fecha nos remite a los momentos iniciales de la debacle financiera de Wall Street. Todo un síntoma.


Ganadas las elecciones, el equipo (¿) económico del gobierno demostró que creía en lo que decía y fue negando día a día, semana tras semana, todos los datos que auguraban una crisis de aupa. No piensen que esto ha salido gratis. La negativa en reconocer la realidad ha producido costes suplementarios en el país. Fueron tres meses de desvarío. Pero no acabó ahí la cosa.


Lógicamente lo que se le venía encima al gobierno era tan enorme y su velocidad tan alta, que, incluso los más incrédulos en el gobierno, hubieron de hacer tripas corazón y aceptar una realidad de una dureza impresionante. Pero lo hicieron con el pie cambiado, con una mentalidad negativa (¿como es posible que nos pase esto a nosotros?) y con un alarde de falta de pragmatismo económico que rozó el absurdo. Mientras el edificio del crecimiento de los últimos quince años se hundía, aplastando a empresas inmobiliarias, a constructoras, a la bolsa, al ahorro familiar, a los precios de la vivienda y el consumo iniciaba una retirada en toda regla. Mientras que el modelo especulativo quedaba en cueros vivos y las empresas excelsas del período iban cayendo de seis en seis, el gobierno ponía emplastes para la tos. Y lo hizo impulsado por algunos vecinos que si entendieron de qué iba la cosa. Sarkozy hizo mucho por la reacción del gobierno de España, al igual que la UE y que, finalmente, la campaña de Obama. Sin ello, estoy seguro, aún estaríamos alabando la excelente salud de la economía española y sus perspectivas de mejora. Finalmente fueron apareciendo medidas de soporte a la estructura financiera y bancaria (que se decía que era la mejor entre las mejores del mundo) y ciertas medidas de reactivación de suave calado.


Pero quedaron cortas a la semana siguiente. Nissan elevó a la decimoquinta potencia el estado de la crisis; no se trataba ya de una crisis financiera, de una crisis inmobiliaria. No, afectaba a todo el aparato productivo, desde el automóvil al detergente. La caída de la construcción produjo un terremoto en la ocupación y en los sectores de la inmigración reciente. La máquina de la expansión estaba rota y expulsaba trabajadores a miles. Inmediatamente los bienes de consumo duradero, vivienda, automóviles, electrodomésticos, etc. se contagiaron. Las familias establecieron con inusitada rapidez sus propios planes anticrisis: reducción del consumo al mínimo, generando ahorro para lo que pueda venir. Todo ocurrió en semanas, las ventas de vehículos, las inversiones empresariales, todo quedó roto en mil pedazos en un plis plas.


Frente a ello, el gobierno no estaba armado adecuadamente. La política económica de los últimos mil años se ha basado en el laissez faire, en la confianza en la actividad privada y en arrinconar en el baúl de los recuerdos la acción pública, tanto la directa (empresas propias), como indirecta, la incentivación de sectores a desarrollar, la regulación, etc. Esto constituye una enorme ancla en la psicología gubernamental. No hay keynesianos a la vista y con autoridad. Todo depende de un mercado mítico y de unos empresarios inexistentes. Vean ustedes REPSOL.


Hoy finalmente, el Parlamento nos anuncia la existencia de un enorme plan anticrisis. Las medidas anunciadas son de una enorme disparidad, desde los 400 euros del ala, que eran argumento electoral y están gastados y descontados a las subastas de crédito para la excelsa banca española. La eliminación del impuesto de patrimonio, decidida hace años y aletargada en aras de las elecciones, es hoy, ¡oh milagro!, una medida anticrisis que beneficia a las rentas más altas y extrae recursos para la acción real de la administración. Les recuerdo que Obama ha anunciado lo contrario: más impuestos para las altas rentas. Conviven medidas de activación del mercado hipotecario, es decir de la vivienda, como el alargamiento de los plazos de ahorro vivienda y otras variadas muestras de lo bien que se vive comprando vivienda.


Insisto un momento sobre el asunto. El gobierno piensa que puede reactivar la vivienda, que el millón que está por vender puede realizarse. No se ha dado cuenta todavía que por esa vía ya no circula nadie, al menos durante los próximos años. La vivienda tiene salida como alquiler y a precios razonables, ahí hay una acción gubernamental de calado que mejoraría la salud de las empresas inmobiliarias y las constructoras con cuentas razonables: pasar el millón (o buena parte de el) al sector público y ofrecer vivienda asequible a los dos millones que lo necesitan. Al fin y al cabo, esos recursos económicos los acabará pagando, a la banca por ejemplo.


En fin, para no alargarme, les cuento los de las administraciones locales. Se les ponen encima de la mesa un montón de millones, previamente substraídos de la financiación regular, para inversiones rápidas. En abril todos a la obra. La medida ha dado en el clavo de la ocupación y en el de la rapidez. Las Adm. Locales pueden generar un gran volumen de obra pública ligera, por tanto fácil de proyectar y ejecutar, que tendrá buena incidencia en la escasa alegría constructiva actual. Ahora bien, ¿es ello un plan?. No le falta alguna referencia al tipo de obra requerido. Me imagino que el abastecimiento de agua, el alcantarillado, la red de transporte local, la urbanización básica, serían objetivos excelentes para ello. El plan nada dice. Por lo que tendremos abundancia de obras improvisadas e inútiles por si mismas, no por la ocupación que generan.


Y voy al final: ¿Cuánto aguantará el mentado plan como el plan? Hay ofertas diversas. La mía que no irá más allá de la presentación del plan Obama en Enero (si no es antes), en el cual se especificará el tipo de plan para esta crisis y las medidas fiscales y de gasto público adecuadas. Entonces el gobierno volverá a enmendarse y a presentar la versión B del plan actual.


Lo veremos, seguro.


Lluis Casas teleobservador