El enunciado, lo reconozco, es complicado, por lo que requiere una pequeña explicación inicial. Por descontado es un fallo solemne en la estrategia de un comunicador. Qué le vamos a hacer si uno no es García Márquez.
La mezcla a la que me refiero consiste en la coincidencia temporal del caso Mollet-Palau de la Música Catalana, el partido nacionalista Convergència i Unió y el salto mortal socialista hacia los berenjenales neoliberales formados por el conjunto de medidas ya tomadas y por las que han de venir. En los dos casos el afán de ganar dinero y distribuirlo como agua de Mayo entre los allegados al poder es la base del conflicto. Uno en el reino de la corrupción penal, el otro en el reino de la corrupción venal. Si todo ello es una mezcla explosiva o de dilución social ya se verá, pero en ambos casos sus consecuencias van a ser históricas. Se lo explico:
En primer lugar el caso Millet (en realidad el nombre del provocador no tiene la más mínima importancia y el asunto está mucho mejor definido por el nombre del caso Palau de la Mùsica y ahora con las evidentes implicaciones de CIU también lo será por su acreditada relación con las comisiones sobre las obras públicas), decía que el caso aporta la constatación empírica del grado de hipocresía a que ha llegado una parte de la (llamada alta) sociedad catalana. La aparición en los juzgados y en sede parlamentaria de un buen número de personas y entidades públicas o privadas afectadas por el asunto tiene esa componente representativa de la propia sociedad “bien” (de clase) catalana y especialmente barcelonesa. Esas apariciones y lo que se ha escuchado en esos foros judiciales y parlamentarios exponen a la luz pública el estado moral de un importante sector de lo que llamaríamos “la clase dirigente” o algo parecido a ese concepto. Pienso que el caso Palau pasará a la historia tal que el estraperlo en su día. Será un caso histórico con consonancias políticas y sociales de largo recorrido.
En la larguísima lista de implicados, y aquí esta palabra no tiene sentido peyorativo ninguno, figuran tantos (y tantas, el Palau es un caso con un grado de feminización muy elevado) y tan insignes que produce dolor del alma. Tenemos empresas y empresarios, tenemos ejecutivos y ejecutivas, tenemos políticos, tenemos administraciones, tenemos interventores o allegados. Existen amantes implicados. Esposas que alegan desconocimiento de lo que firman, no de lo que gastan. Hay cultura y literatura a manta. Pero sobre todo hay la impresión que en Catalunya (insisto sobre todo en el entorno barcelonés del asunto) existe una sociedad paralela a la que no se le aplican las normas y que puede hacer y deshacer en los despachos más reservados a su gusto y complacencia. Esa sociedad se ha quedado desnuda y a la vista de todo el mundo, pero su reacción ha sido la reclamación de indemnización por despido improcedente, como si el robo, hurto, estafa o el dejar hacer a cambio de salarios astronómicos no implicará responsabilidad alguna. Eso es lo más importante, esa sociedad con ramales en la cultura, en los negocios y en la política no se siente responsable de nada. Para ella, el país es una propiedad en estado de disposición permanente.
Los largos años de CIU en el gobierno, que ahora es probable que vuelvan, impulsaron la forma de hacer ancestral para convertirla en el modo de administrar la política y el país. Los amigos que lucraron al partido son multitud, muchos de ellos han pasado por el juzgado o por los medios. No olviden la larguísima serie de Unió Democrática, pergeñada en obtener por vías conflictivas lo que no le daba la ley. Tienen incluso un suicidado en Filipinas y conexiones andorranas. Convergencia, con más finura, tal vez por el hecho de haber participado en el hundimiento de un banco patriótico, es el verdadero partido del corretaje (o porcentaje, si quieren) en las obras públicas. Muchos promotores y constructores han ido con el cuento a las autoridades, pero sin querer aportar pruebas o diligenciarse directamente al juzgado. El comentario es terrorífico. Tengo que estar a buenas con ellos, pero si ustedes me eliminan el corretaje, yo lo celebraré.
No crean que sea como la chapuza nacional del PP, el caso Gürtel, por poner un caso parecido. Si en Valencia y Madrid se impone la desfachatez a la cara, en Catalunya es prominente el disimulo y el manejo bajo la mesa.
Ello en fin, da para una sentencia social sobre el “sistema”, el alejamiento de la política pensando que todo el huerto es…Por eso digo que el caso Palau va a marcar a la sociedad catalana por lustros. Los que duren las vidas de los protagonistas.
Lluis Casas, en luna llena
La mezcla a la que me refiero consiste en la coincidencia temporal del caso Mollet-Palau de la Música Catalana, el partido nacionalista Convergència i Unió y el salto mortal socialista hacia los berenjenales neoliberales formados por el conjunto de medidas ya tomadas y por las que han de venir. En los dos casos el afán de ganar dinero y distribuirlo como agua de Mayo entre los allegados al poder es la base del conflicto. Uno en el reino de la corrupción penal, el otro en el reino de la corrupción venal. Si todo ello es una mezcla explosiva o de dilución social ya se verá, pero en ambos casos sus consecuencias van a ser históricas. Se lo explico:
En primer lugar el caso Millet (en realidad el nombre del provocador no tiene la más mínima importancia y el asunto está mucho mejor definido por el nombre del caso Palau de la Mùsica y ahora con las evidentes implicaciones de CIU también lo será por su acreditada relación con las comisiones sobre las obras públicas), decía que el caso aporta la constatación empírica del grado de hipocresía a que ha llegado una parte de la (llamada alta) sociedad catalana. La aparición en los juzgados y en sede parlamentaria de un buen número de personas y entidades públicas o privadas afectadas por el asunto tiene esa componente representativa de la propia sociedad “bien” (de clase) catalana y especialmente barcelonesa. Esas apariciones y lo que se ha escuchado en esos foros judiciales y parlamentarios exponen a la luz pública el estado moral de un importante sector de lo que llamaríamos “la clase dirigente” o algo parecido a ese concepto. Pienso que el caso Palau pasará a la historia tal que el estraperlo en su día. Será un caso histórico con consonancias políticas y sociales de largo recorrido.
En la larguísima lista de implicados, y aquí esta palabra no tiene sentido peyorativo ninguno, figuran tantos (y tantas, el Palau es un caso con un grado de feminización muy elevado) y tan insignes que produce dolor del alma. Tenemos empresas y empresarios, tenemos ejecutivos y ejecutivas, tenemos políticos, tenemos administraciones, tenemos interventores o allegados. Existen amantes implicados. Esposas que alegan desconocimiento de lo que firman, no de lo que gastan. Hay cultura y literatura a manta. Pero sobre todo hay la impresión que en Catalunya (insisto sobre todo en el entorno barcelonés del asunto) existe una sociedad paralela a la que no se le aplican las normas y que puede hacer y deshacer en los despachos más reservados a su gusto y complacencia. Esa sociedad se ha quedado desnuda y a la vista de todo el mundo, pero su reacción ha sido la reclamación de indemnización por despido improcedente, como si el robo, hurto, estafa o el dejar hacer a cambio de salarios astronómicos no implicará responsabilidad alguna. Eso es lo más importante, esa sociedad con ramales en la cultura, en los negocios y en la política no se siente responsable de nada. Para ella, el país es una propiedad en estado de disposición permanente.
Los largos años de CIU en el gobierno, que ahora es probable que vuelvan, impulsaron la forma de hacer ancestral para convertirla en el modo de administrar la política y el país. Los amigos que lucraron al partido son multitud, muchos de ellos han pasado por el juzgado o por los medios. No olviden la larguísima serie de Unió Democrática, pergeñada en obtener por vías conflictivas lo que no le daba la ley. Tienen incluso un suicidado en Filipinas y conexiones andorranas. Convergencia, con más finura, tal vez por el hecho de haber participado en el hundimiento de un banco patriótico, es el verdadero partido del corretaje (o porcentaje, si quieren) en las obras públicas. Muchos promotores y constructores han ido con el cuento a las autoridades, pero sin querer aportar pruebas o diligenciarse directamente al juzgado. El comentario es terrorífico. Tengo que estar a buenas con ellos, pero si ustedes me eliminan el corretaje, yo lo celebraré.
No crean que sea como la chapuza nacional del PP, el caso Gürtel, por poner un caso parecido. Si en Valencia y Madrid se impone la desfachatez a la cara, en Catalunya es prominente el disimulo y el manejo bajo la mesa.
Ello en fin, da para una sentencia social sobre el “sistema”, el alejamiento de la política pensando que todo el huerto es…Por eso digo que el caso Palau va a marcar a la sociedad catalana por lustros. Los que duren las vidas de los protagonistas.
Lluis Casas, en luna llena