martes, 1 de junio de 2010

RATING PÚBLICO Y UN ELOGIO A BORRELL





Me llega a través de la globoesfera una orden del mandamás de Parapanda, UNA PROPUESTA SOBRE EL RATING, que conteste a la siguiente pregunta: ¿pueden existir una o diversas entidades de rating públicas?


Como ustedes sabrán esas entidades miden el riesgo financiero de los países, de entidades públicas diversas y de empresas para orientar a los inversores sobre su situación. Objetivan, por decirlo así, los datos económicos respecto a la deuda que puedan contraer con los inversores.


Eso es la teoría. La práctica tiene múltiples variaciones, como todo en la vida. Las entidades que elaboran esos índices (eso es el rating en castellano) al ser privadas y depender de su propio negocio no siempre actúan como ejemplares instituciones sin interés. A menudo esos índices se contradicen con otras informaciones o con los de otra entidad dedicada a lo mismo. Algunas muy significativas han sido pilladas mintiendo para facilitar negocios en los que tenían grandes intereses propios. Su concepción del riesgo financiero, puesto eso es lo que miden, tiene muchas incrustaciones ideológicas muy mal resueltas. El riesgo financiero no está solo, hay también el éxito económico que acompaña multitud de inversiones que a menudo resulta incomprendido frente a la simple deuda. En definitiva que lo que miden no es absolutamente objetivo. Hay errores y desviaciones importantes. Recuerdo lo que se halla más cercano: ¿qué rating poseían los bancos de alto riesgo que endiñaban a los mercados productos de baja estofa? O empresas como Palmalat, días antes de entrar en el cementerio. Buenos, muy buenos.


Bien, si eso es así, ¿por qué existen? Simplemente porque son la única referencia real frente a la nada y por que el mercado financiero se ha habituado a premiar o castigar al deudor según el índice que luzca. Y eso es muchísimo dinero. Tanto como para justificar pegar a los funcionarios y a los pensionistas un derechazo al mentón.


El hecho que sean públicas o privadas no debiera enturbiar el asunto, pero, como en realidad sí lo hace, lo propio sería que las instituciones de rating fueran públicas, sin ningún otro interés o ansia de beneficio complementario que afectara a su actividad. Lógicamente con supervisión suficiente y transparente tanto de la propia entidad, como de sus ejecutivos y técnicos (estos también pueden tener intereses poco recomendables).


Como ustedes sabrán, hay varias instituciones internacionales públicas que se hallan en una situación parecida, el FMI, el Banco Mundial, por ejemplo. Todas son públicas y aparte de los debates políticos sobre su deriva ideológica no tienen negocios directos. Otra cosa son sus ejecutivos, a los que hay que vigilar muy de cerca, pero me temo que con poco éxito.


Por ello no creo que exista más impedimento que un acuerdo internacional para trasladar esa actividad necesaria al ámbito público a través de las diversas organizaciones económicas mundiales. Por lo tanto es un acuerdo político internacional que estropearía a Wall Street y a otras calles en otras ciudades su actividad de santo oficio financiero. Y eso, amigos, no es moco de pavo.


En otro orden de cosas, no crean que siendo públicas cerraremos por ello los debates sobre el significado de los índices aplicados a empresas y sobre todo países en desarrollo que cuentan con la incomprensión absoluta de las gerifaltes económicos internacionales. Eso es simplemente otro capítulo, que ahora me abstengo de desarrollar.


Lluis Casas informador de clase



Postdata.
Me permitirán una recomendación: lean al gran Josep Borrell en El País en Los Gobiernos han jugado al póquer con los mercados y han perdido

Con su habitual pedagogía explicativa da un sentido al malestar por la crisis y por las medidas gubernamentales. Un buen amigo y preclaro economista me dice “sembla que baixi de l’hort” (parece de baje del huerto), expresión que en catalán significa que ha descubierto América hoy mismo.

Algo de razón tiene mi amigo, puesto que efectivamente a Borrell lo han tenido en el malogrado huerto europeo, no sea que ensombrezca a algunos. Pero, en fin, como lo que dice suena a pura lógica socialdemócrata y no al liberalismo socialista que está en el gobierno y lo hace con modos y formas entendibles para la mayoría, resulta bueno leerlo y tenerlo en cuenta. No todo el monte es orégano.

Borrell, para los que no lo recuerden, fue hábil y honesto continuador del primer Fernández Ordóñez, muñidor de la reforma fiscal española en los primeros tiempos de la UCD. Reforma de marcado carácter socialdemócrata que fue desfigurada paulatinamente por los ocupantes del gobierno federal en los últimos veinte años. Borrell también pudo ser presidente federal si dos de sus amigos, hoy pendientes de sentencia por corrupción, hubieran sido efectivamente amigos. Sin ninguna duda hoy tendríamos un presente muy distinto. La corrupción, su honestidad en dimitir cuando no tenía responsabilidad personal ninguna y los efectos vengadores de su propio partido, hicieron imposible otra realidad.

En otro orden de cosas quisiera explicarles que hemos vivido engañados en las cifras de la crisis y que seguimos estándolo. El asunto afecta al gobierno federal, ocultista máximo en esta materia, pero también al gobierno más cercado en Barcelona. Según parece, ese esfuerzo complementario que propone el conseller Castells, yendo mucho más lejos que su homónima de Madrid, es simplemente aprovechar la ocasión para tapar mentiras. El déficit catalán es mayor de lo difundido, déficit oculto a los socios de gobierno y hasta al mismísimo President, que por lo visto, no estaba cabalmente al caso.

Castells, con un carácter un tanto peculiar, ha estado ocultando al mundo la verdadera situación económica del gobierno y del sector público catalán. Hoy aprovechando la circunstancia quiere ponerse al día de forma trampera. Dicen los expertos politólogos que en tales circunstancias se debe proceder al harakiri público, bien explicando la verdad y el por que de su ocultación, bien tomando un descanso en algún cálido centro termal, fuera ya del gobierno.

Castells es también un conseller intercambiable ideológicamente con las huestes de CIU, de ahí su insistencia sutil en los componentes liberales sobre el mercado, las finanzas, etcétera. Es por ello un conseller, ocho años en el cargo, alineado con la crisis, que no intentó apaciguar el furor especulador inmobiliario, ni la fiesta de algunas cajas autóctonas y un largo etcétera. Castells basa su carisma en la teoría federal aplicada a la financiación pública. Pero es extraño al resto de la economía.

Como podemos comprobar ahora mismo: se hizo un lío con la contabilidad del Govern.


Lluis Casas, destapando mentiras y cintas de video.