martes, 8 de junio de 2010

EN DÍA DE HUELGA



Julio César siendo ya dictador de Roma allá por el año 46, antes de nuestra era, escuchó de Salustio estas recomendaciones:

“Dedica una particular atención a hacer renacer las buenas costumbres. El mayor bien que podrás aportar a tu país, a tus conciudadanos, a ti mismo y a tus descendientes, en suma, a la raza humana, es eliminar el amor por el dinero o al menos atenuar su poder, pues la avaricia es una bestia feroz, un monstruo que lo devora todo a su paso causando enormes destrozos. No respeta nada, ni lo divino, ni lo humano. No la detienen las murallas y lo sacrificamos todo en su altar....”

Salustio, todo hay que decirlo, pedía un imposible, como hemos comprobado después. Julio César fue un pragmático brillante y un general feroz y despiadado en la persecución del poder, por lo tanto conocía perfectamente esa avaricia, que el no tenía, pero que la utilizó como un instrumento más en su escalada real. Craso financió ilimitadamente y sin saberlo a quien edificaba su derrota.

Salustio nos advierte de la imbecilidad fatal del ansia desmesurada de dinero, con lo que enlaza cabalmente con lo que hoy ocurre en eso que entupidamente damos en llamar” mercados financieros”. Estos están dispuestos a hacer estallar el mundo en aras del beneficio inmediato y son capaces de hundir países y continentes sin pensar que la vida es muy larga para apostarla toda a una sola carta. Claro está que los máximos costes no los asumen ellos, van a cargo de los de siempre, como antaño en otros siglos, antes de Marx y Engels, era norma obligada.
Salustio no es el único en la historia que habla de ello, el más inmediato Adam Smith dice lo mismo y otros muchos que siempre se han alarmado de la maravilla y simpleza del dinero en pocas manos.

Los políticos, si es que en estos momentos existe tal raza, debieran cuidar el rebaño de esas bestias feroces que en aras del alimento de hoy lanzan a todo el rebaño barranco abajo. Pero lo que realmente estamos viendo es que no hay capacidad de rechazo a esa ansia malsana y catastrófica, que el político hoy se refugia en pequeñas parcelas de poder y se deja vencer en las batallas decisivas, sabiendo además que actúa bajo el mandato de la octava plaga. Plaga que la Biblia en su ensimismado relato no predijo con la claridad de otras. Hoy la tenemos aquí en la forma más dura, cruel, insensible e inútil que podamos imaginar. Van a hundir las economías europeas, van a destruir unos estados democráticos para cobrar unos intereses de unas inversiones perniciosas y sin valor. Y todos vamos a aceptar ese futuro tenebroso en que dos docenas de personas y unos esperpénticos mercados inexistentes van a hacer y deshacer a su gusto y conveniencia. No es moral lo que escribo, es economía y política, así de simple.

Sorprende en un primer momento el papel que los socialdemócratas están jugando, haciendo parte del trabajo sucio de esos mercados, reduciendo la economía social y la democracia (eso es la imposición de cargas desmesuradas sobre los trabajadores, eso es el desprecio al mundo sindical, eso es la renuncia a aplicar racionalmente las mediadas económicas). Pero claro, esa sorpresa no es tal así que nos hacemos con un libro de historia y volvemos a 1914 en la semana en la que todos los socialdemócratas europeos votaron a favor de los créditos de guerra y asumieron la debacle europea como si fuera de interés para los trabajadores. Eso ha vuelto, sin tanta sangre como antaño, pero con el mismo desprecio hacia los intereses humanos. El presidente federal se refugia en su debilidad psicológica, moral y racional en esa escapatoria hueca del interés del país. El presidente federal debiera tener suficiente cultura básica para entender que no existe tal interés de país, sino muchos intereses diversos, confrontados y que las medidas políticas, para ser eficaces, han de distribuir costes y beneficios adecuadamente y no hacer recaer los costes en unos y los beneficios en otros. ¡Hay, hoy, los socialdemócratas!



Lluis Casas, haciendo huelga a las ocho de la mañana