martes, 21 de junio de 2011

ODIO SOCIOLÓGICO, ODIO POLÍTICO




Me permitirán los lectores una cierta licencia, lamentablemente en este caso en absoluto poética, a propósito de este articulillo. La licencia es una interpretación del ambiente social a la luz de ciertos cambios sociológicos, políticos y económicos que lo están acercando lentamente a situaciones de tensión propias del antiguo régimen franquista o de proximidad inarticulada a las tensiones de los años treinta. La dureza de la crisis, la falsa salida planteada con el rotundo olvido de la ocupación son factores que enturbian el ambiente social y la capacidad de compresión de los ciudadanos.


Añado que lo escrito lo fue varios días anteriores a la crisis del Parlament de Catalunya.(en razón a las bien ganadas vacaciones del editor), en donde un grupo de radicales pretendieron evitar que los parlamentarios entraran al curro y los expusieron a todo tipo de gamberradas. Nada que ver este grupo exaltado respecto a los indignados que impulsaron el acto. Lo ocurrido, tanto lo que se ha visto, como lo que permanece a oscuras, no hace más que confirmar a la tesis que expongo.


Mi intención es señalar un cambio profundo en las relaciones políticas y mediáticas que hasta no hace mucho se han dado en Catalunya (aunque es extrapolable al resto del estado con ciertas variaciones de importancia). Parto de la hipótesis que en Catalunya, excepción hecha del PP, todos los demás partidos que arrancan de la transición (o antes en algunos) llevaban en su ADN una convivencia profunda entre ellos frente a la dictadura. Convivencia que se establecía tanto entre organizaciones, como entre las personas. Ello extendió un cierto fair play en la política catalana y evitó la deriva agresiva, casi inmediata, que se estableció en Madrid en la lucha democrática por el poder político. Hay que resaltar que la mayor oferta política catalana también ha contribuido a un clima más cómodo entre los ciudadanos, con saltos menos bruscos entre ideologías y prácticas políticas. Son cientos las veces que los parlamentarios catalanes desplazados a Madrid han expresado la dureza del congreso frente al poco exaltante ambiente del Parlament en la Ciutadella, menos dado a la coreografía del grito, el pataleo y otras practicas parlamentarias conocidas.


Incluso, algunos, yo entre ellos, hemos apuntado a una excesiva deriva a no tocar en profundidad ciertos temas y a no dejar aflorar la esencia clasista y la tensión parlamentaria que en algunas circunstancias merecerían los asuntos y los momentos tratados en la sede del Parlamento catalán. La buena educación, la cercanía personal entre diputados y el talante pactista que se le supone a lo catalán son, obviamente, buenos instrumentos en la colaboración entre oposición y gobierno. En Catalunya ha habido mucho de eso, y en general, en beneficio de todos. Pero, no hay que olvidar, que nunca la educación y el fair play deben servir para ocultar la posición real de cada uno, ni tampoco deben confundir al ciudadano sobre lo que realmente se discute habitualmente en el Parlament, los intereses de clase, de lobbys, de grupos de poder, el reparto de la hipotética riqueza, los derechos fundamentales y los menos fundamentales, etc. En ese sentido, tal vez el Parlament de Catalunya no ha dado en el clavo de la información y del interés ciudadano. La lectura de las actas del Congreso de los estados Unidos nos parecería que el debate parlamentario se acerca al lenguaje y a la expresión más dura de los años treinta. Cosa que aquí se consideraría de una falta de elegancia extrema.


Hay que añadir que la transición de la dictadura a la democracia exigió autolimitaciones, principalmente entre el ciudadano demócrata y de izquierdas. El desarrollo democrático fue menos profundo de lo exigible en razón a esa prudencia política. En Catalunya el efecto fue, si cabe, más intenso, puesto que la reaparición del gobierno histórico de la Generalitat aportó algo substancioso al desarrollo democrático y generó una tolerancia más amplia respecto al fondo de muchas cuestiones.


Como dije al principio, la mezcla con la crisis actual está resultando explosiva rápidamente. Los ciudadanos son capaces de aceptar esfuerzos y sacrificios enormes si ven en ellos una esperanza de futuro, un reparto equitativo de los costes y unas explicaciones creíbles y constatables. Cuando no es así, y así no lo es ahora, la distancia entre la conciencia ciudadana y la política democrática puede hacerse infinita. De ahí, al odio y la violencia solo hay un paso.


Pues bien, si esa es mi hipótesis, la tesis va en el sentido que todo eso se está rompiendo en mil pedazos y muy rápidamente.


En primer lugar, en el 2003 el acceso de la izquierda al gobierno de la Generalitat de Catalunya, generó entre los sectores de la derecha la nacionalista una sensación de que les habían quitado la cartera. Como piensan que Catalunya son ellos, el hecho de verse en la oposición les empujó paulatinamente hacia un tipo de oposición que nunca se había visto en las instalaciones contiguas al zoológico (el Parlament de Catalunya comparte vecinaje con los ilustres ejemplares de la fauna mundial). La marcha de Jordi Pujol de la política directa y del mando en CIU, tiene también mucho que ver con eso, así como la sensación por parte del nuevo líder de la derecha nacionalista, Artur Mas, que su tiempo era limitado y que ya había perdido todas las elecciones a las que se había presentado como numero uno, primero al Ayuntamiento de Barcelona y después a la Generalitat. Otro factor fue que quien impuso a la izquierda fuera la bestia negra del nacionalismo de derechas, el ex alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall.


Esa primera legislatura dio en terminar con un pacto contra natura entre Artur más y Rodríguez zapatero en contra de Pasqual Maragall y las posiciones de izquierda. El Estatut fue moneda de cambio para una operación palaciega que entregaba, de nuevo, a la derecha nacionalista el gobierno catalán. Con le reedición del acuerdo de gobierno de izquierdas, derrotado ahora, la tensión subió al máximo y la ruptura de los canales de comunicación históricos se hizo evidente.


El ambiente de enfrentamiento y de manipulación de la acción de gobierno (con una enorme incapacidad de comunicación del segundo pacto de izquierdas) se acentuó a partir de la presidencia de José Montilla.


La deriva de la derecha nacionalista desde posiciones cercanas a una moderadísima socialdemocracia (Jordi Pujol de los primeros tiempos) o de influjo cristiano demócrata al estilo alemán, hemos pasado al más puro ideologismo neoliberal, con ataques brutales sobre el inestable sistema de protección social, sobre los derechos de los trabajadores y sobre la estrategia del acuerdo con reparto de costes y beneficios.


Como la perspectiva para el ciudadano, a la vista de sueldos, beneficios y prebendas dedicadas a los ejecutivos (que buen nombre para la cosa), bancos y conglomerados de servicios públicos privatizados, es hoy mismo que las va a pasar canutas y durante mucho tiempo y que sus hijos pueden tener la vida definitivamente rota, su reacción será más bien la ira y el odio.


Detalles tenemos de ello, el crecimiento de la intolerancia hacia la inmigración, la aparición de un fascismo en catalán y una derechización del voto, rodeado por la burda explicación gubernamental sobre los recortes y lo que vendrá, son más que síntomas de una sociedad que va hacia la ruptura social e ideológica.


Reitero que lo del Parlament es un aviso muy serio, para unos (la eclosión de la nueva protesta), para otros (los políticos cercados) y para los de más allá (las fuerzas oscuras habituales). Ahí encontramos algunos huevos de serpiente, en homenaje a quien así describió los años de aliento del fascismo, o los más recientes que Italia vivió hace treinta años.



Lluís Casas, espero que no.