martes, 8 de marzo de 2011

LOS CIEN ECONOMISTAS Y LOLA FLORES





De todo hay en la viña del señor, afirmación que hay que matizar hoy en día a causa de que al margen de si hay o no hay, los intermediarios entre el señor y los súbditos, es decir, los media, pueden hacer que no se vea lo que hay y que reluzca lo que falta.



Eso viene a propósito de esos magnánimos 100 economistas (vaya nombre absurdo) que andan metiendo la pata y probablemente la mano, desde que el neoliberalismo vio la oportunidad de ganar una guerra perdida (la crisis financiera e inmobiliaria) con el apoyo imprevisible de la desazucarada socialdemocracia y otros oportunistas al quite en este rincón planetario. Hablo de organizaciones y especialmente de los dirigentes, nada que ver con simpatizantes, sufragantes y poseedores de carné.


Recuerden las palabras provinentes de la derecha europea que afirmaban no hace más que unos meses que el capitalismo debía reformarse en profundidad y que el sistema financiero era una especie de gran algarabía de gángsteres –lo sabían por propia experiencia-- dispuestos a todo, siempre a cambio de cientos de millones.


Nuestro ilustre capataz de Parapanda acierta cabalmente en su último comentario sobre esa centuria:
ESA COFRADÍA PENDENCIERA DE LOS CIEN ECONOMISTAS. Si seguimos los curricula de la mayoría de esos 100 encontraremos abundantes ejemplos de servidores de su señor, tal vez no al estilo de Giddens o del ilustrísimo director de la London School Economics, porque todavía hay clases, pero por ahí va el tomate. Eso ocurre muy a menudo no solo con agrupaciones al mando de su centurión, sino con entidades que esconden discretamente vinculaciones con la banca o con la energía nuclear o con el petróleo y dan lecciones sobre lo razonable que es consumir átomos o pagar comisiones por pasar por caja.


Los media que reproducen fielmente comunicados y órdenes, no matizan los orígenes y los hipotéticos intereses que pueda haber detrás de las ideas que causan beneficios a unos y enormes costos a otros. Y, utilizando el sistema goebbeliano de la insistencia, convierten lo que, como mucho, podría ser una opinión en una verdad como un templo. La multitud de medidas, que al calor de esa estrategia de dominio mediático que ejerce la derecha, son más que abundantes y de enorme importancia muchas de ellas. No las citaré todas, simplemente no caben en los bits de mi ordenador, pero insistiré en una:


El problema español, como el portugués, el irlandés, el griego y otros varios no es el déficit público, nunca lo ha sido en los últimos años: es la deuda privada acumulada en los bancos y en las inmobiliarias (de hecho ahora ya es casi lo mismo). Deuda producto de un mal hacer profesional que no ha recibido la debida reprimenda judicial. Los países han asumido costes privados a un nivel enorme para salvar al sistema bancario y los están trasladando a precio de saldo a los ciudadanos contribuyentes y mayormente a los ciudadanos contribuyentes con dependencias sociales.


Visto así, el asunto y las opiniones toman otro cariz. Podríamos haber nacionalizado la banca, otros lo han hecho. De modo que el saneamiento no se lo embolse nadie indigno de ello y que las empresas que buscan financiación para sus proyectos encuentren quien les escuche y les apoye. Gran Bretaña hizo algo parecido, como Suecia en su día, como parcialmente otros, y les ha ido bien. Aquí no. Aquí para pagar las pérdidas de unos, con perdón, nos, joden la pensión a otros y los créditos a los demás. Y los 100 economistas glosan que eso no es suficiente y que hay que ir más allá. Tal vez hasta el circo romano y el trabajo esclavo.


Les propongo que reaparezcan los 1.000 economistas que piensan lo contrario y que además no pertenecen a nóminas que los obliguen discretamente a decir esto u aquello al albur de quien la firma. En todo caso, oído cocina: los mentados centuriones están que trinan –y como la Zarzamora, lloran y lloran por los rincones-- porque su evangelio no cuaja. Y, aunque apoyado por no pocos golillas de algunas covachuelas ministeriales, observan crispadamente que, de momento, sólo frecuentan –dicho gramscianamente-- una guerra de trincheras.



Lluis Casas parcialmente, como ven, recuperado.