Deberían ustedes reconocer conmigo que la cosa está tan liada como para irse a algún desierto a verlas venir. Incluso subido a una columna, cual Simón en el desierto, y en espera del paso de algún hombre justo que aliente el retorno.
Digo lo del desierto, porque tal como está el asunto, es en el norte de África en donde existen los pocos lugares en los que hay grandes probabilidades de encontrar eso tan raro como son los hombres y las mujeres justos. Agua no habrá en abundancia, pero honestidad, honradez y ciudadanía a raudales. Y eso, visto desde aquí, en manos del príncipe Mas y del jefe de negociado Zapatero, es no sólo evidencia empírica, sino satisfacción a raudales.
Tal vez ustedes me dirán que claro, ahí en Egipto no había elecciones, cosa que aquí si tenemos en abundancia (con unos como ese trajeado Camps a la cabeza). Que en Túnez el trabajo brillaba por su ausencia (entre nosotros, si las cifras son ciertas el paro es mucho menor ahí que aquí), que la corrupción yemení es de armas tomar y la verdad la de aquí a la vista de los informes de los inspectores fiscales y de la economía sumergida no me perece precisamente menor. En fin, argumentos en uno u otro sentido muchos y muy diversos. Pero lo que sucede es lo que sucede y eso, al menos en este momento, nadie puede discutirlo. Incluso en momentos de debilidad personal como los actuales, ver a los dictadores de Egipto y Túnez (por el momento) tomar las de villa Diego sin fallecer por causas naturales en un hospital de su capital es algo que, por la edad, me produce una cierta vergüenza práctica.
A propósito de ello, les comento lo que sigue. Hoy mismo he terminado de leer el libro de un periodista ya fallecido en los años 40, poco antes del final de la segunda guerra mundial. Les habló de Manuel Chaves Nogales y de su “la agonía de Francia” (por cierto tiene una biografía reportaje sobre Belmonte). Chaves Nogales emigró de España en plena guerra civil y poco después se vio obligado a hacer lo mismo de la Francia ya semiocupada en dirección a Inglaterra. En La agonía de Francia analiza multitud de cuestiones que en su pensamiento estaban en la base de la inmensa derrota de Francia frente al hitlerismo. En síntesis fue el abandono de la esencia democrática a la francesa lo que destruyó la Francia que debería oponerse al fascismo.
Chaves Nogales fue un demócrata acérrimo, liberal en los términos al uso en la época, seguidor del azañismo y probablemente un reformador distante. Yo, personalmente, disiento en muchas de las cosas que en el libro apunta como motivos básicos del hundimiento francés, pero no es eso lo que quiero comentarles y no es, ni tan siquiera, demasiado importante hacerlo. El libro es periodístico y hecho sobre la marcha: la marcha desde España a Francia y desde Francia a Inglaterra. Es decir huyendo. Hay ahí un enorme respeto por el que escribe en esas condiciones.
Todo eso lo digo como reflexión cansada a las miles de páginas de periódico y cientos de minutos de radio y televisión en las que nada es verdad o al menos nada está cerca de la verdad. Y en donde la democracia real, que es opinión contrastada y referencias ciertas sobre lo que realmente ocurre, no solo brillan por su ausencia, sino que terminan en caer en el sistema goobeliano: machaca una mentira hasta que se convierta en el imaginario del público en verdad exclusiva. El periodismo actual ha conseguido estar tan despistado (o tan acobardado) como para hacer desaparecer la esencia de la verdadera democracia: al acceso al público de toda opinión fundada, la certificación de lo que se dice, la duda respetable respecto al poder económico y la investigación honrada y la presencia más escasa posible de esa turbia novela rosa pútrida de cada día.
Hoy oímos que la reducción del gasto público es una verdad aceptada, sin oposición alguna, ni matiz o tamiz posible. Ya hoy se nos advierte que eso de la jubilación será para los cadáveres, puesto que los límites previstos se acercan a los 69. En cambio, frente a las espeluznantes noticias respecto a los delitos fiscales, a la huída de capitales, a los delitos al estilo Ruiz Mateos y tutti quanti, las noticias pasan y se abandonan. En sede Convergente los insignes y honrados implicados en las fraudulentas operaciones de intereses inmobiliarios asisten impertérritos a las declaraciones del príncipe Mas aludiendo a un país hundido y sin recursos. Sin querer añadir más leña al fuego, yo estoy esperando explicaciones sobre ciertos negocios familiares del príncipe o familia, que pienso no llegaran nunca.
Las reformas que se nos imponen no son reformas consecuentes con la situación. Son reformas que van a favor de unos y en contra de la mayoría, y por eso mismo, envilecen la democracia que exige un reparto equitativo de sacrificios cuando estos aparecen. Alguien ha propuesto la desaparición de las SICAV (al margen de las buenas gentes de ICV o de IU), o de redescubrir la justicia fiscal sobre el patrimonio o sobre la especulación urbanística, o sobre la especulación ignominiosa sobre los alimentos o sobre las monedas en mal trance. La mejor democracia es la que siente el ciudadano cuando sabe la verdad y entiende que es tratado con justicia y sin distinción.
Si Chaves Nogales existiera, hoy nos hablaría en esos términos sobre la agonía de Europa y especialmente de la agonía de España.
Lluis Casas desde una casa de reposo.
Digo lo del desierto, porque tal como está el asunto, es en el norte de África en donde existen los pocos lugares en los que hay grandes probabilidades de encontrar eso tan raro como son los hombres y las mujeres justos. Agua no habrá en abundancia, pero honestidad, honradez y ciudadanía a raudales. Y eso, visto desde aquí, en manos del príncipe Mas y del jefe de negociado Zapatero, es no sólo evidencia empírica, sino satisfacción a raudales.
Tal vez ustedes me dirán que claro, ahí en Egipto no había elecciones, cosa que aquí si tenemos en abundancia (con unos como ese trajeado Camps a la cabeza). Que en Túnez el trabajo brillaba por su ausencia (entre nosotros, si las cifras son ciertas el paro es mucho menor ahí que aquí), que la corrupción yemení es de armas tomar y la verdad la de aquí a la vista de los informes de los inspectores fiscales y de la economía sumergida no me perece precisamente menor. En fin, argumentos en uno u otro sentido muchos y muy diversos. Pero lo que sucede es lo que sucede y eso, al menos en este momento, nadie puede discutirlo. Incluso en momentos de debilidad personal como los actuales, ver a los dictadores de Egipto y Túnez (por el momento) tomar las de villa Diego sin fallecer por causas naturales en un hospital de su capital es algo que, por la edad, me produce una cierta vergüenza práctica.
A propósito de ello, les comento lo que sigue. Hoy mismo he terminado de leer el libro de un periodista ya fallecido en los años 40, poco antes del final de la segunda guerra mundial. Les habló de Manuel Chaves Nogales y de su “la agonía de Francia” (por cierto tiene una biografía reportaje sobre Belmonte). Chaves Nogales emigró de España en plena guerra civil y poco después se vio obligado a hacer lo mismo de la Francia ya semiocupada en dirección a Inglaterra. En La agonía de Francia analiza multitud de cuestiones que en su pensamiento estaban en la base de la inmensa derrota de Francia frente al hitlerismo. En síntesis fue el abandono de la esencia democrática a la francesa lo que destruyó la Francia que debería oponerse al fascismo.
Chaves Nogales fue un demócrata acérrimo, liberal en los términos al uso en la época, seguidor del azañismo y probablemente un reformador distante. Yo, personalmente, disiento en muchas de las cosas que en el libro apunta como motivos básicos del hundimiento francés, pero no es eso lo que quiero comentarles y no es, ni tan siquiera, demasiado importante hacerlo. El libro es periodístico y hecho sobre la marcha: la marcha desde España a Francia y desde Francia a Inglaterra. Es decir huyendo. Hay ahí un enorme respeto por el que escribe en esas condiciones.
Todo eso lo digo como reflexión cansada a las miles de páginas de periódico y cientos de minutos de radio y televisión en las que nada es verdad o al menos nada está cerca de la verdad. Y en donde la democracia real, que es opinión contrastada y referencias ciertas sobre lo que realmente ocurre, no solo brillan por su ausencia, sino que terminan en caer en el sistema goobeliano: machaca una mentira hasta que se convierta en el imaginario del público en verdad exclusiva. El periodismo actual ha conseguido estar tan despistado (o tan acobardado) como para hacer desaparecer la esencia de la verdadera democracia: al acceso al público de toda opinión fundada, la certificación de lo que se dice, la duda respetable respecto al poder económico y la investigación honrada y la presencia más escasa posible de esa turbia novela rosa pútrida de cada día.
Hoy oímos que la reducción del gasto público es una verdad aceptada, sin oposición alguna, ni matiz o tamiz posible. Ya hoy se nos advierte que eso de la jubilación será para los cadáveres, puesto que los límites previstos se acercan a los 69. En cambio, frente a las espeluznantes noticias respecto a los delitos fiscales, a la huída de capitales, a los delitos al estilo Ruiz Mateos y tutti quanti, las noticias pasan y se abandonan. En sede Convergente los insignes y honrados implicados en las fraudulentas operaciones de intereses inmobiliarios asisten impertérritos a las declaraciones del príncipe Mas aludiendo a un país hundido y sin recursos. Sin querer añadir más leña al fuego, yo estoy esperando explicaciones sobre ciertos negocios familiares del príncipe o familia, que pienso no llegaran nunca.
Las reformas que se nos imponen no son reformas consecuentes con la situación. Son reformas que van a favor de unos y en contra de la mayoría, y por eso mismo, envilecen la democracia que exige un reparto equitativo de sacrificios cuando estos aparecen. Alguien ha propuesto la desaparición de las SICAV (al margen de las buenas gentes de ICV o de IU), o de redescubrir la justicia fiscal sobre el patrimonio o sobre la especulación urbanística, o sobre la especulación ignominiosa sobre los alimentos o sobre las monedas en mal trance. La mejor democracia es la que siente el ciudadano cuando sabe la verdad y entiende que es tratado con justicia y sin distinción.
Si Chaves Nogales existiera, hoy nos hablaría en esos términos sobre la agonía de Europa y especialmente de la agonía de España.
Lluis Casas desde una casa de reposo.