viernes, 11 de febrero de 2011

AUSWITCH-BIRKENAY SIGUE AHÍ, PRESENTE




En primer lugar les presento mis excusas por faltar, sin anuncio por medio, a mi cita de la semana pasada. Ello se debe a una peculiar situación histórica un tanto extendida entre algunos servidores públicos catalanes (un número no especialmente bajo, no crean), entre los que me hallo y que tienen el horizonte borroso y las coordenadas confusas. En síntesis, que alguien se ha empeñado en que no demos ni golpe por oscuras razones paranoicas.
Otros, en estas curiosas circunstancias, se habrían lanzado a la poesía o a las quinielas. Yo, lamentándolo mucho por mi mismo, he ido al médico.

Bien, así las cosas en lo que a la circunstancia profesional se refiere y un tanto hecho ya a lo que pueda venir, he salido de casa arrastrado por familiares y amigos a ver algo que no es precisamente conveniente para los ánimos un tanto alicaídos del que les escribe. Me llevaron a rastras a ver la exposición en el Centro de Cultura Contemporánea sobre las fotos de los desaparecidos de Gervasio Sánchez.

Lo que yo presumía como un nuevo placaje sobre el terreno al más puro estilo del campeonato de las cinco naciones, se transformó en todo lo contrario, en un insuflo de mala leche y de ganas de dar unos cuantos guantazos reales o morales. Mi agradecimiento infinito a los que me arrastraron a ello.

La exposición, que recomiendo encarecidamente, es espléndida y terrible. No puedo resistir volver a aquel eslogan de hace unas pocas semanas del descenso a los infiernos, a raíz de la novela de Vargas Llosa. Gervasio Sánchez nos lleva ahí de nuevo con una sensibilidad y una capacidad técnica maravillosa. Nos fotografía al monstruo sin que este aparezca lo más mínimo, simplemente con los retratos de quienes quieren saber donde están sus allegados y la certificación forense de fosas y almacenes refrigerados.
Gervasio Sánchez es tan cuidadoso con lo que nos dice y como lo hace que obvia, en honor del espectador, a culpables directos e indirectos. No salen los generales argentinos, ni siquiera el secretario de estado de turno, mi los descerebrados camboyanos. Tampoco están todos los que debieran, puesto que no existe Marruecos, por poner un ejemplo cercano, ni tampoco la Palestina de ahora mismo. Pero la efectividad es la misma, incluso mejora esa falta de exhaustividad en el testimonio sintético y representativo. No habría espacio en el Nou Camp si el fotógrafo hubiera cubierto toda la injusticia existente. Con una parte de ella y la capacidad sensible del espectador es más que suficiente.
No encontraran tampoco al nazismo, ni al peor estalinismo, Gervasio Sánchez va a lo más reciente, a la dulce cintura de América (Honduras, Guatemala, Colombia), al cono sur argentino y chileno, al cercano oriente iraquí y al lejano oriente camboyano.

Para no sentirnos al margen, el fotógrafo nos apunta nuestros propios desaparecidos de la guerra civil y de la posguerra, en unas pocas imágenes que dan testimonio de lo débil que es nuestra democracia y la enorme flojera ideológica y corajuda de muchos mandamases en nuestro país.
Sin ir muy lejos, el nuevo gobierno catalán ha dicho reiteradamente que el Memorial, la institución que después de 40 años, hemos conseguido implantar para recordar todo lo que debe ser recordado ha de ser, además de humillada, reducida a un grupúsculo de activistas sin dinero. Eso lo dice un gobierno salido de elecciones y un partido que tuvo en su máximo dirigente a una victima de la represión y lo hace, por simple ignorancia profunda, en el momento que Gervasio Sánchez nos muestra como en otros lugares, con peligro real y memoria más reciente, los hombres y las mujeres demócratas sacan a sus victimas del olvido y de las cunetas.

Así son, como ellos mismos demuestran nuestros demócrata cristianos.

No son ni lo uno, ni, por descontado, tampoco lo otro. Si fuera por ellos, Cristo no hubiera podido salir de la cueva en la que fue ocultado.

Lluis Casas, en casa del terapeuta.