Les escribo inquieto por mi futuro en este medio, a causa de los comentarios que el insigne editor de este blog me ha hecho, en carta privada, con respecto a mis vacaciones improvisadas e incomunicadas a raíz de una confusión en torno al viaje de su eminencia (y su larga entrevista con don Benedicto Dieciséis para leerle las cuarenta, todo hay que decirlo) en Roma. Pese a lo cual, reemprendo debidamente confeso mi habitual artículo y lo hago rogando que el inestimable público lector acepte las oportunas excusas por ese vacío tremendo que ha provocado mi escapada.
Así las cosas, se me ocurre que ya es hora de comentar lo que el ambiente político traspúa: el gobierno catalán vive desde hace unas semanas un espíritu de elecciones anticipadas que rompe con el pacto a muerte sobre la longitud de la legislatura con que se selló su inicial andadura (y acuerdo sobre sus muertos sobre como resolver los problemas internos en el despacho presidencial).
¿Por qué unas elecciones anticipadas se preguntaran ustedes? Se lo explico, argumentando primero que de lo que se trata es de constatar que el gobierno vive en un ambiente de elecciones anticipadas, aunque posiblemente éstas se produzcan en su momento previsto, en noviembre del 2010. Para mi, reconociendo la diferencia entre una y otra cosa, los efectos negativos de esa situación sobre la psicología social gubernamental me parece que son evidentes. No es lo mismo (según Teresa de Ávila) vivir sin vivir en mí, el caso de elecciones anticipadas sin fecha, que una larguísima campaña electoral, en donde se puede encontrar pozos y agua en casi cada esquina. Lo de las elecciones anticipadas es una situación de provisionalidad sin objetivos claros, a la espera del penúltimo disgusto y con la expectativa de alguna mejoría fugaz. El peor de todos los escenarios. Y no crean que eso sea producto de la presión de la oposición. No señores. De hecho y de forma efectiva oposición, lo que se dice oposición, no la hay. Puesto que de hacer balance de propuestas y de alternativas quedaría el asunto muy chungo, francamente.
Una de las razones, probablemente la de mayor impacto, es sin ninguna duda el fallo del tribunal constitucional respecto al Estatut y lo es con fallo o sin él. La monstruosa espera y la infinidad de maniobras que a la sombra del conspicuo tribunal se producen, generan un enorme desgaste en el gobierno catalán. Y ese factor imperturbable es más evidente cuanto menor es el tiempo para cualquier posible reacción. Me abstengo de mayores comentarios en la certeza que el lector sabe tanto, sino más, que yo.
La segunda en orden ordinal es, también sin dudas por mi parte, la crisis económica, especialmente por lo que hace al paro y a la indefinición del futuro económico más o menos inmediato. Es obvio que el ejecutivo de la Plaça de Sant Jaume no provocó la crisis, por lo que la culpabilidad no puede atribuírsele, pero las inconsistencias propias, así como las derivadas provinentes de Madrid, han marcado responsabilidades de cierto nivel. Si en España la gestión de la crisis (e incluso antes de la crisis) ha sido más bien poco lucida, con un inicio más propio de los negacionistas que de pensadores racionales, en Catalunya no ha llegado tan lejos, pero es indudable que las familias victimas del terror del paro no han sentido el más mínimo apoyo real, ni los efluvios de un futuro con alguna garantía más allá de la supervivencia pura y dura. Catalunya no ha sabido reaccionar a la crisis inmobiliaria, ni a la falta de vivienda pública, ni a un probable nuevo modelo industrial, ni, ya puestos, a los recientes espectáculos de corrupción. Ha salido airosa, en cambio, con la crisis bancaria local, es decir la concentración de cajas dentro del territorio del principado. En ese aspecto hay más que un aplauso, aunque también alguna frustración al no poder crear una caixa pública fetén.
En tercer lugar, apunto un problema ya conocido, pero que en las actuales circunstancias ha dado en crecer exponencialmente. Se trata de la falta de habilidad presidencial en expresar lo que sus compatriotas y ciudadanos requieren en circunstancias tan anormales. Es evidente que entre las habilidades personales del President no está la capacidad comunicativa, la simpatía y todo aquello que facilita a un líder el camino del entendimiento con los ciudadanos. Eso ya se sabía. Pero también existía una cierta esperanza en que el cargo facilitara el cambio, cosa que no ha ocurrido ni con Polonia actuando a favor. El President parece no tener gran cosa que decir ni incluso cuando se transforma en discípulo de Companys frente a la agresión judicial y españolista. Es duro aceptar, sobre todo después de la facilidad de contacto de Maragall, un Montilla ensimismado en administrar un negociado. Y además viendo como el negociado marcha paulatinamente por los cerros de Úbeda sin mayor control real que el que tuvo don Pasqual, mártir a todos los efectos de la escasez de pilotaje. Debo decir que, de todas maneras, desde el primer día en el mando, consideré que Montilla seria el encargado de reproducir la escena del balcón, proclamando la República Catalana. Y estoy seguro de que no le temblará el pulso.
A continuación situó los nervios nada templados de alguna de las formaciones políticas del govern. Esos nervios y esas convulsiones nada bueno anticipan para nadie. Al margen de la presión tentadora de CIU, al margen del envite de Carretero, al margen de la deriva de un mensaje profundamente falto de realidad, el alejamiento de la seriedad institucional y del cumplimiento de los compromisos es malo. Para todos. En una línea parecida, el socio mayor ha dado muestras de un excesivo compadreo con CIU, aplicando una parte de los costes sobre sus socios, sobretodo sobre el pequeño, que ha visto desaparecer su cartera en varias ocasiones. De ellas dos más que significativas, la ley de educación y la actual rebaja fiscal a los ricos muertos. Todo el mundo sabe que el coste de un hipotético acuerdo socio convergente (dios nos coja a todos confesados y a ciertos elementos ya en la cárcel) es la presidencia y ese es un preció altísimo que no tiene solución en el Parlamento y en su sillón más prominente. El socio menor también se la juega puesto que ha visto desaparecer parte de un argumento muy sólido: el tripartito es una garantía para las políticas de izquierda. Eso no se está cumpliendo al nivel deseable y por ese agujero se marcha una parte de la credibilidad del defensor de los valores sociales y públicos del govern. En fin, nervios en un escenario muy cambiado con nuevos líderes en dos de las formaciones del pacto de govern.
Dejo para el final (podría haber escrito un decálogo, pero he desistido por el momento) los vientos del noroeste, tan malos ellos cuando soplan y tan maléficos cuando no soplan. La medida de las cosas está en su punto medio, y esos vientos soplan a su aire sin promediar desde hace varios años, arrastrando cuanto encuentra a su paso, sea amigo o enemigo. Uno ya voló, Maragall, ¿qué nos depara el futuro?
Todo ello apunta a una inestabilidad que será creciente y acelerada. Lo dicho aires de elecciones anticipadas, aunque se celebren el 20 de noviembre.
Lluis Casas, en plan pitoniso pito