COPENHAGEN 2: HOY YA SABEMOS DONDE ESTAMOS
Les ruego olviden el escaso optimismo del artículo anterior: COPENHAGEN. Fue realizado en la esperanza de que era posible encontrar entre los intereses nacionales una línea de encuentro en beneficio de los intereses globales. No ha sido así. Dejaremos para otros la distribución de culpabilidades. Señalar, en este caso, no es pecado, pero no tiene demasiado sentido hacerlo sin haber asistido a todos los encuentros abiertos, cerrados, semiconocidos, totalmente desconocidos que se han producido y evaluar quién y por qué.
En definitiva, Copenhagen nos ha traído la seguridad de que no estamos seguros en manos de quienes tienen en este momento responsabilidades cruciales. El cambio climático y todo lo que le ronda son problemas de una trascendencia tal que merecían puñetazos en las mesas y advertencias más duras que en cualquier conflicto desde el final de la guerra fría.
Hoy sabemos que es muy difícil acceder a ese mínimo de gobierno mundial que necesita el planeta para afrontar los retos del cambio climático. Hemos conocido además que, ni con toda el áurea acumulada, el presidente Obama es, realmente, lo que quiere representar. Copenhagen no es su fracaso, faltaría más, pero es uno más en la lista de desencuentros con lo que prometía y que sus votantes americanos y una parte del resto de los humanos teníamos derecho a esperar. No decaerá el apoyo a reformas o reformas parciales, pero es ya innegable que el Presidente ha perdido muchas plumas en los combates iniciados sin conseguir ningún premio gordo. Llegó a Copenhagen con límite de tiempo y con propuestas propias más que insuficientes para cualquier cosa y que permitieran un frente amplio con la UE y otros países de modo que la exigencia a esas potencias en desarrollo que parecen ser las reticentes a medidas globales se sintieran llamadas o exigidas a acuerdos serios y aplicables. En fin, el esfuerzo, si vale, lo será para un futuro más o manos inmediato.
Si la estructura política ha fallado estrepitosamente, ONU incluida, no debemos olvidar que una parte importante de los movimientos ecologistas, ambientalistas, etc., asociados a otros entramados alternativos racionales y consecuentes también lo han hecho. No ha sido por falta de agitación y propaganda. En ese aspecto, tal como les relataba la semana pasada, el cambio climático ha pasado de ser una teoría de nosocomio a tener el carácter de política fundamental. Y eso se lo debemos principalmente a esos colectivos mundiales o nacionales. No, el fracaso está en algo que es elemental en política y que se explica en las facultades que le son propias: ha faltado articulación política, es decir, los movimientos ecologistas deben dar el salto a la política formal, tal como algunos han hecho en Alemania, parcialmente en Catalunya (en un proceso sorprendente). Deben crear esas influencias a nivel estatal, local, etc. que permitan operar como factor de poder real, puesto que como lobby ya lo son, pero sin la influencia que en otros casos da el poder económico, o religioso, o...
Creo que esa conclusión no está en la perspectiva inmediata de ese movimiento (en realidad una multitud de ellos) y que Copenhagen puede operar desgraciadamente como factor de alejamiento (a menos que contemos como real una revolución espontánea de las masas iluminadas por no se qué elemento, tal vez una crisis ecológica local tremenda) de lo que es la forma adecuada de actuar políticamente: organizándose e influyendo en todos los campos del combate político.
En fin, señores, si bien no podemos tener la fiesta en paz, al menos encaramos el 2011 sabiendo más.
Lluis Casas, desesperadamente esperando.
Radio Parapanda. En exclusiva: HABLA EL MAESTRO UMBERTO ROMAGNOLI
En definitiva, Copenhagen nos ha traído la seguridad de que no estamos seguros en manos de quienes tienen en este momento responsabilidades cruciales. El cambio climático y todo lo que le ronda son problemas de una trascendencia tal que merecían puñetazos en las mesas y advertencias más duras que en cualquier conflicto desde el final de la guerra fría.
Hoy sabemos que es muy difícil acceder a ese mínimo de gobierno mundial que necesita el planeta para afrontar los retos del cambio climático. Hemos conocido además que, ni con toda el áurea acumulada, el presidente Obama es, realmente, lo que quiere representar. Copenhagen no es su fracaso, faltaría más, pero es uno más en la lista de desencuentros con lo que prometía y que sus votantes americanos y una parte del resto de los humanos teníamos derecho a esperar. No decaerá el apoyo a reformas o reformas parciales, pero es ya innegable que el Presidente ha perdido muchas plumas en los combates iniciados sin conseguir ningún premio gordo. Llegó a Copenhagen con límite de tiempo y con propuestas propias más que insuficientes para cualquier cosa y que permitieran un frente amplio con la UE y otros países de modo que la exigencia a esas potencias en desarrollo que parecen ser las reticentes a medidas globales se sintieran llamadas o exigidas a acuerdos serios y aplicables. En fin, el esfuerzo, si vale, lo será para un futuro más o manos inmediato.
Si la estructura política ha fallado estrepitosamente, ONU incluida, no debemos olvidar que una parte importante de los movimientos ecologistas, ambientalistas, etc., asociados a otros entramados alternativos racionales y consecuentes también lo han hecho. No ha sido por falta de agitación y propaganda. En ese aspecto, tal como les relataba la semana pasada, el cambio climático ha pasado de ser una teoría de nosocomio a tener el carácter de política fundamental. Y eso se lo debemos principalmente a esos colectivos mundiales o nacionales. No, el fracaso está en algo que es elemental en política y que se explica en las facultades que le son propias: ha faltado articulación política, es decir, los movimientos ecologistas deben dar el salto a la política formal, tal como algunos han hecho en Alemania, parcialmente en Catalunya (en un proceso sorprendente). Deben crear esas influencias a nivel estatal, local, etc. que permitan operar como factor de poder real, puesto que como lobby ya lo son, pero sin la influencia que en otros casos da el poder económico, o religioso, o...
Creo que esa conclusión no está en la perspectiva inmediata de ese movimiento (en realidad una multitud de ellos) y que Copenhagen puede operar desgraciadamente como factor de alejamiento (a menos que contemos como real una revolución espontánea de las masas iluminadas por no se qué elemento, tal vez una crisis ecológica local tremenda) de lo que es la forma adecuada de actuar políticamente: organizándose e influyendo en todos los campos del combate político.
En fin, señores, si bien no podemos tener la fiesta en paz, al menos encaramos el 2011 sabiendo más.
Lluis Casas, desesperadamente esperando.
Radio Parapanda. En exclusiva: HABLA EL MAESTRO UMBERTO ROMAGNOLI