Les supongo enterados de la enorme diferencia conceptual entre los dos términos que encabezan estas notillas. Una sola letra es un mundo. Ambos son términos que casualmente tienen connotaciones mercantiles, muy de actualidad hoy en día. Uno, los mercenarios, conocidos por ofrecer servicios a cambio de dinero, sin contemplaciones concurrentes y con la venta del alma incluida, corresponde a un más que viejo oficio no sólo ligado al viejo ejercicio de las armas, sino a otros campos relacionados con el poder, es decir con el dinero. Sus recursos son inconmensurables, no tienen, que se conozca, limitaciones psicológicas o morales. Su garantía es el pago constante, independientemente de los resultados.
Los otros, los mercedarios, son conocidos por ofrecerse a sí mismos en prenda, en espera del rescate de otro, es decir en espera del dinero o parné. Fueron partícipes privilegiados de guerras marítimas en el Mediterráneo, en donde el hombre o la mujer eran piezas que se contabilizaban en oro, siempre que lo tuvieran. Los mercedarios tampoco tenían condiciones concurrentes, aguantaban lo que tocara; aunque, eso sí, se preservaba el alma. Han resultado siempre muy útiles para quien tenía esperanzas de intercambio. En caso contrario, las cosas eran más difíciles y complejas. Como intermediarios del dinero eran fiables y por ello reconocidos y respetados por las partes en cuestión: raptores y raptados. Duro oficio al que no correspondía el premio complaciente de la violación, el robo y otras actividades delictivas en la vida normal, pero ampliamente aceptadas como corolarios de la actividad mercenaria. Oficio que garantizaba una depredación mediterránea, puesto que ponía medios para su resolución caso a caso y con dinero… siempre que fuera contante y sonante.
Ambos conceptos son atribuibles hoy día a personas que ilustran la actualidad con sus acciones u omisiones en asuntos cargados de dinero. De dinero en sentido fuerte, intenso, de muchos ceros a la derecha del primero. Hemos visto mercenarios de la bolsa o de entidades financieras (¿merecen tal nombre, me pregunto?) que han estado estafando durante años al colectivo mundial mediante el llano proceso de vender por bueno verdadera porquería. Les concreto: se empaquetan en un documento jurídico compromisos de pago por cosas diversas, principalmente relacionadas con la compra de vivienda o de algo que parece que se le parece, se estructuran al modo del saco de patatas, las mejores arriba, en donde puedan ser vistas fácilmente y hacia el interior las desechadas por ruines y podridas. Se pasa el control, previamente aleccionado (con dinero de por medio o no), por cierto otro mercenario, y este certifica que a la vista de las primeras patatas el conjunto es de excelente calidad. Posteriormente se exportan al mercado interior o exterior, en donde tienen vida propia y derivados comerciales varios. Nadie vuelve a abrir el saco, y si alguno lo hace, calla la verdad, vuelve a cerrarlo e intenta vender deprisa. Finalmente el saco acaba en manos de bancos o cosa parecida y vinculados a productos de ahorro o inversión. Véase planes de pensiones. La tortilla de patatas futura que los ahorradores esperaban hacer se queda sólo con el huevo.
Esos mercenarios, que no se juegan la vida por cierto, son retribuidos a niveles sin adjetivo, por un trabajo tan sucio como ningún otro. Son, además, mercenarios ideológicos, no solamente dinerarios, puesto que mientras construyen sus mentiras y ocultaciones, venden excelsos programas de saneamiento financiero a Etiopia y dificultan las ayudas internacionales a Haití, por poco ortodoxo financieramente. En ambos casos hay victimas en el pleno sentido de la palabra, con nombre, apellido y en general de corta edad. Esos mercenarios han llegado muy arriba, incluso en entidades como gobiernos estatales u organismos de programación y vigilancia financieras globalizados. El mundo los ha estado sufriendo, sin saberlo hasta hace dos días. Hoy, en franca retirada estratégica se preparan para gestionar justo lo contrario de lo que han estado imponiendo. Son parecidos en arte y parte a los que acordando planes, horarios, retribuciones y ayudas estatales, despiden en un tris tras a 1.500 trabajadores de NISSAN, sin que les tiemble el pulso. Cobran por ello mucho más que por vender vehículos o carne asada. Y, como buenos mercenarios, vuelven a casa tranquilos y satisfechos cada día, incluso cuando se toman prendas extra al curro diario, hundiendo en la miseria empresas proveedoras o pueblos enteros.
El conjunto del mercenariazgo, gremio antiguo en paradero desconocido, se trasmuta por periodos de tiempo aleatorios, tomando las formas que la sociedad y el poder del dinero les exige. Son por ello, muy variables en forma y fondo y se adaptan a cualquier circunstancia histórica o ideológica. Como ven son muy peligrosos y difíciles de reconocer antes de sufrir su mordedura.
Otro caso son los mercedarios, hoy apátridas de nombre, pero existentes en abundancia. Se ocupan de facilitar y garantizar el tránsito de la crisis económica o ideológica a un nuevo estado de relax, sin cuentas pendientes, simplemente aplicando la partida doble: los mercenarios se embolsan el canje y son recolocados. Habitualmente ocupan cargos públicos y han tenido grandes amistades con mercenarios conocidos, incluso algunos han formado parte de la primera cofradía en algún momento de su vida. Ofrecen al conjunto de la población un punto de agarre, una posibilidad de flotamiento, una esperanza. Y son recompensados por ello con medallas, renombres ilustres y reconocimiento perenne.
Si abren hoy cualquier periódico de Parapanda verán los nombres de los mercedarios en primera página, si rebuscan en el armario los números atrasados de la prensa de hace un mes, verán los nombres de los mercenarios.
Esa publicidad, antes no pasaba. Eran otros tiempos, tal vez más recatados y humildes.
Lluis Casas, antropólogo