Empiezo la segunda parte de mis comentarios sobre la economía catalana con una sed pavorosa. Del grifo no salen más que expresiones tontas, malabarismos sin diccionario y guerra de guerrillas sin objetivo útil. Todo ello también forma parte de la economía catalana. ¿Qué le vamos a hacer? En todo caso la guía turística sobre el agua publicada recientemente les facilitará la digestión.
En la parte anteriormente publicada les hice participe de mis angustias económicas mediante lo que anotaba como fallos o problemas básicos de la economía catalana. El listado no fue precisamente ortodoxo por voluntad expresa del que firma. Pienso que demasiado a menudo se habla de cosas evidentes, pero no de las que, con mayor importancia, quedan en zonas sin iluminación. Hoy, tal como me comprometí, voy a circular por carreteras más vistosas: los hipotéticos puntos fuertes que dispone “nuestra” economía. No crean que son gran cosa uno a uno. La fuerza está en su amalgama, que les ha dado una cierta permanencia histórica y a todos un cierto buen vivir. Incluso, ¿cómo no decirlo?, ha dado fondos complementarios de solidaridad, mal que pese a los no pensantes.
Tal vez les sorprendan los puntos que señalo, no verán grandes empresas mundiales, ni centros estratosféricos de alta tecnología, ni siquiera una referencia mundial a ningún producto. No les extrañe, efectivamente la economía catalana luce productos y empresas, e incluso medallas tecnológicas, pero a mi parecer su fuerza proviene más de la historia social y económica que de la propia estructura económica. Entender eso da claves para el futuro que ahora no están del todo exploradas. Reitero antes de pasar a la exposición que los puntos fuertes de la economía catalana se hallan en una zona de influencias y relaciones ciertamente compleja y enmarañada. Probablemente si nos trasladáramos a Holanda diríamos cosas parecidas, no nos debe extrañar.
El primer punto a favor es indiscutiblemente, pienso yo, lo que podríamos denominar la moral del trabajo en Catalunya o el sentido del trabajo como valor de socialización y de éxito (término que aborrezco, pero que utilizo por su brutal sentido descriptivo). El término moral lo aplico en un sentido técnico, me refiero con ello a la relación de la sociedad con el desarrollo personal basado en el trabajo, en la iniciativa empresarial, en lo que ahora se llamaría éxito personal. Esa base decimonónica aún se aguanta. Y es compartida tanto por lo que llamaríamos clásicamente patronos, como con los que antaño se denominaban obreros. El dinero fácil, especulativo no es bien visto, aunque nadie lo rechace y muchos lo busquen, pero no hay que exhibirlo. Se valora y se premia socialmente el esfuerzo que implica creación de trabajo, de empresas, la dedicación y el sentimiento al buen trabajo. No se lo tomen a broma. Catalunya es en buena parte muy parecida a las sociedades de base protestante, con las que coincide en otros muchos detalles, vean sino la política por ejemplo: Catalunya dispone del único partido explícitamente democratacristiano peninsular.
Este análisis, debo reconocerlo es schumpeteriano hasta la médula; y, además, pienso que es aproximadamente cierto. La significación profunda de lo que apunto me hace situarlo en primer y destacado lugar. Harían bien en cuidar ese detalle de carácter social tanto la administración, como las propias empresas. El invento del contrato basura es un misil directo a la línea de flotación de ese carácter, así como todo aquello que aleja a los trabajadores de la identificación con un trabajo bien hecho y bien considerado.
Punto dos, el éxito catalán en los últimos cien años descansa en esa moral y en un entramado productivo muy diversificado, tanto sectorialmente, como por la dimensión empresarial. Tradicionalmente Catalunya ha sido capaz de fabricar de todo a partir de su propia red productiva. Esto le ha ahorrado una parte del sufrimiento que otras zonas industriales europeas han padecido con la recolocación mundial de empresas y sectores, a causa de los monocultivos industriales.
Esta intrincada madeja empresarial tiene una enorme capacidad reproductiva, el éxito de una empresa lleva a que sus empleados se independicen y busquen sus propias oportunidades. Incluso entre las empresas familiares, tan catalanas, es habitual la dispersión familiar. La tasa de creación empresarial siempre, hasta ahora, ha sido la más alta peninsular y probablemente europea. Relacionado con ello también podemos observar una intensa relación inter empresarial, por encima de la competencia que el mercado impone, lo que no puedo hacer yo hoy, lo haces tú. Mañana será a la inversa. A menudo hay sectores que funcionan como grupos empresariales, simplemente vinculados por inciertas afinidades de intereses.
Punto tres, lo anterior se refuerza (o es el motivo original) por la escasa disposición de materias primeras disponible en el territorio catalán. Me explico. Como es evidente, no disponemos ni de agua. El esfuerzo que un país sin recursos naturales de valor (hago excepción del paisaje y de la cocina, el turismo no es más que la explotación, a veces excesivamente brutal e ignorante, de un recurso natural) ha hecho para su desarrollo se ha traducido en un peso fundamental de servicios comerciales, de la intermediación y de la producción industrial que no necesita las fuentes de recursos en su entorno inmediato. Inventiva y servicio. Era eso o morir. Ello define el carácter y la adaptabilidad, factores de sobrevivencia económica solventes donde los haya. Si no lo tiene, se lo busco y si cabe, se lo produzco. Servicio completo.
Punto cuatro, el escaso peso del Estado y de la mentalidad burocrática (en sentido weberiano) que esto conlleva en España, han reforzado esta deriva psicológica catalana de comercial independiente. La confianza catalana en la acción gubernamental no es excesiva, como dato citaré la escasa ansia por acceder a ser abogado del estado que padecemos la mayoría de los catalanes. Esa característica es fenomenológicamente hispánica, en donde el estado difícilmente difunde entusiasmos innovadores y de lideraje, pero si burocráticos que casan poco con mentalidades comerciales. Las pocas veces que una clase catalana ha encabezado proyectos de estado, se ha dejado notar, simplemente por la distinta apreciación de lo que es el mundo económico. Al menos hasta hace unos lustros. Y no se confunda el alma empresarial catalana con la de la Caixa.
Punto cinco, la agricultura se manifiesta como factor positivo, no como ancla forzosa, en su vertiente transformadora: la industria de la alimentación. Ahí es donde el sector tiene peso, no como productor en bruto. Además desde hace más de un siglo la agricultura ha cedido el protagonismo a la industria y al comercio, sin transformarse en el refugio demográfico que ha sido en otras zonas. Catalunya se liberó, si me permiten la licencia, del anclaje agrícola a tiempo.
Sexto, la aparición de una especie de clase social dinámica y emprendedora de personas vinculadas a la administración que entienden que hay que buscarse la vida en zonas poco exploradas: surgen esplendidos proyectos en el área sanitaria, en la biotecnología por la peculiar evolución que la sanidad pública catalana ha tenido y en otros muchos campos. Existen otras zonas en donde se producen iniciativas parecidas aunque con menos relevancia mediática, pero lo brillante es que son producto de acuerdos que surgen del mundo público y enlazan con el privado. Tal vez los juegos olímpicos fueron la plasmación explicita de la existencia de esta clase de personas y de la dinámica económica nueva que suponen. Ninguna coincidencia –dicho descriptivamente y sin ninguna intención retrancosa-- con la Expo de Sevilla.
Séptimo, tal vez no sea una cualidad intrínseca, porque cabe pensar que es una consecuencia de lo dicho hasta ahora, un buen nivel de equilibrio social. Las diferencias de renta, de calidad de vida han sido y continuaran siéndolo si sabemos manejarlo un enorme activo social y en consecuencia económico.
En este escaso listado, consecuente con lo dicho al inicio, no despliego planetas, ni freixenets, ni siquiera aparece el acelerador de partículas. Insisto en que nuestro país tiene las oportunidades que su historia ha forjado en forma de carácter comercial, de aprovechar conocimientos y oportunidades y de hacerlo bien. Si no perdemos eso y lo sumamos al inglés y a una mayor formación educativa, técnica y científica seguiremos por el buen camino.
Cambio de tercio de manera intempestiva:
“Rodríguez Ibarra escribe: balanzas fiscales, cristales rotos: la gracia de la política consiste en eso, en intentar que el que más tiene pague para equilibrar al que no tiene. Eso es lo que defiende un socialista.” La frase anterior define, no lo que defiende un socialista, sino lo que defiende alguien interesadamente, ocultando realidades que no quiere explicar.
En primer lugar, nadie discute en Catalunya la redistribución de la renta en base a un sistema fiscal progresivo. Esa es la base de una sociedad democrática. Significa que el que más tiene, viva donde viva, paga fiscalmente más. Y esos fondos se distribuyen para que todos puedan disfrutar de servicios públicos equivalentes. Por lo tanto un catalán o un extremeño de renta alta aportaran al fondo común para que un catalán y un extremeño de menos recursos tengan los mismos servicios públicos.
De ello se deduce que las aportaciones las hacen las personas, no los territorios, no hay ningún impuesto sobre la riqueza territorial, ni en España, ni en el mundo. Hay impuestos sobre la riqueza personal o empresarial y sobre el movimiento económico.
Lo que hay es flujos de recursos hacia los territorios desde la caja fiscal común. Lo que se discute en Catalunya es eso. Catalunya quiere un nivel de aportaciones adecuados a sus necesidades, de la misma manera que Extremadura. Catalunya quiere poder ofrecer a sus habitantes servicios parecidos a los que puede obtener un extremeño. ¿Qué hay de malo en ello? Tal vez que hasta ahora el sistema de redistribución ha estado pervertido y ha confundido redistribución de la renta con impuesto territorial. Y eso ha afectado intensamente la distribución de servicios públicos en términos de igualdad. ¿O es que alguien piensa que en un territorio una persona debe disponer de menos servicios que en otro?
Lluis Casas (Parapanda School of Econmics)