Van a permitirme unos comentarios sobre algunas de las propuestas que los gobiernos están barajando y aplicando para esta nuestra última crisis económica. Probablemente algunos les suenen a ya sabidos, está dentro de la lógica pues no hay nada nuevo bajo el sol. Mi humilde objetivo es simplemente señalar las medias verdades con que cubren sus vergüenzas los adalides del mercado, estén donde estén, en las corporaciones empresariales, en la banca y, ¡ojo!, en algunos gobiernos de presunta izquierda socialdemócrata.
Ante todo hay que calificar la crisis de anunciada y más que sabida. Todo se veía venir y muchas voces, a derecha e izquierda, lo explicaban. Me refiero tanto a la expansión inmobiliaria internacional, como a la propia. También me refiero a la ceguera (¿) frente a una nula acción por parte de los reguladores públicos (bancos nacionales y entidades internacionales de supervisión financiera) sobre los enormes riesgos de algunos subproductos con que se negociaban los prestamos a la vivienda. De todo ello les he ido escribiendo puntualmente.
Pues bien si el asunto era sabido, la primera pregunta es ¿por qué no se ha actuado con prudencia? De hecho, parece ser que en España a causa de la específica y, en este caso, agradecida prudencia bancaria, la situación de los bancos puede ser más llevadera. Si es así, la pregunta es más dura todavía, pues si un sistema bancario gana mucho dinero trabajando con cierta prudencia, a qué lleva permitir altos riesgos. En todo caso, el comentario está todavía sub iudice a falta de ver la realidad contable (doble o triple) de las pérdidas acumuladas por la experta banca española.
El asunto no es menor. El crecimiento económico en muchos países y especialmente en España se ha basado durante largos años en una subidas enormes de los valores inmobiliarios y en las expectativas de beneficio a corto plazo para los inversores (o los especuladores como término no exactamente igual, pero parecido). Las consecuencias afectan no solamente a quien invertía, como en bolsa, sino a los que entraban en el mercadeo por pura necesidad, iban a por un piso para vivir y se dejaban (no se por qué lo pongo en pasado) el sueldo familiar de décadas. La dinámica se auto alimentaba y las grúas de la construcción se multiplicaban.
El efecto multiplicador y extensivo del sector inmobiliario es muy fuerte, ocupación fácil, negocios sencillos y demanda creciente y diversificada en todos los sectores proveedores de la construcción, materiales, muebles, electrodomésticos, etc. Una enorme corriente económica desatada y vinculada a un concepto etéreo del desarrollo: funciona mientras nadie dude de poder cobrar más mañana de lo que ha pagado ayer. En cuanto la duda aparece, la dinámica se rompe en pedazos difíciles de reconstruir.
Así ha sido: en los USA alguien no pagó su deuda (parecida a la hipoteca nuestra) al banco que le dio crédito, este nada pudo hacer para pagar a quien le compró la deuda inicial y que estaba en un fondo de alto riego asiático. Este se puso nervioso y habló en demasía y fue corriendo la voz: nuestras deudas son de familias que no pueden hacer frente a los pagos. No piensen que les cuento un cuento, más o menos así se cuecen las crisis financieras.
Pues bien, ¿cómo es posible que se tolerara? La respuesta precisa no la conoce nadie, creo yo, pero las cosas serían como sigue. Primero, nadie quiere ser el primero en recortar un negocio en auge (la base de la ambición descontrolada). Segundo, todos los arriesgados piensan que nada malo puede acontecerles, pues los dioses están con ellos (puro humano no racional). Tercero, si algo pasa el gobierno actuará y no será grave: ahí está el principio básico de la economía liberal. Cuarto, todo va muy bien, no vamos a cortar algo que funciona (detrás está la teoría económica ortodoxa), no tenemos alternativas (tenemos ahí la falta de políticas económicas sectoriales). Quinto, el asunto es internacional, por lo que los gobiernos mundiales velaran por los intereses financieros (otra creencia falsa, no hay gobierno mundial). Y finalmente, sexto, los expertos no fallan (de nuevo la mítica creencia en que la economía es una ciencia perfectamente previsible con matemáticas y pagando a los oráculos, que tienden a confirmar los deseos de los que preguntan). Como todos los mandamientos se resumen en menos: no hay freno a la ambición por el dinero, a menos que la sociedad se dote de pensamiento y mecanismos limitadores. O sea, el negocio no es lo primero, los intereses sociales son parcialmente distintos de los intereses particulares y prioritarios. Cuanto más desarrollo y menos crecimiento desbocado haya mejor.
¿Qué está pasando?, lean los periódicos. Los banqueros liberales, los constructores que no permiten las injerencias públicas (algunos no aceptan ni la planificación urbanística) y tutti quanti, lloran desconsoladamente al sector público para que les ayude. Son las horas bajas, solicitando aquel principio de que los beneficios han de ser privados y los costes públicos cuando les haga falta. Los métodos, ningún invento nuevo, ayudas financieras públicas al sistema financiero (no hay sistema propiamente dicho). Gran Bretaña en el colmo del liberalismo cambia cromos hipotecarios dudosos por cromos de deuda pública fetén, con ciertos ajustes en el precio. Más o menos como todos.
Estos mecanismos no evalúan a quien se ayuda, no pone condiciones, no respeta lo que es colectivo (como la deuda y el superávit público). Con desfachatez desvían recursos públicos al mundo privado, siguiendo la creencia en que una mano divina surgida de la iniciativa privada dirige el buen hacer humano.
Los gobiernos están para actuar, claro está. En tiempos de crisis y en tiempos de no crisis, eso hay que aclararlo. Y ahora conviene actuar bien. No seré yo quien lo niegue y tampoco negaré la necesidad de limitar los costes financieros, o la destrucción de empresas con el paro que acarrea. Nada de eso está en discusión. Se trata simplemente de no transferir, sin formas de recuperación, bienes públicos al mundo privado (que es el mundo privado rico, no lo olviden). A mi se me acuden muchas formas de hacerlo y seguramente a otros también. Si se trata de una crisis de intermediación (financiera) entre una demanda real (vivienda) y una oferta (inmobiliarias) que no puede asumir el coste, el método es adquirir los bienes por el precio razonable y transferirlos al sector público para que la demanda pueda acceder a ellos en las condiciones que la realidad de sueldos y salarios permita. De este modo se ayuda a las empresas sin pérdidas públicas y se activa el mercado y se satisface la demanda de vivienda. Probablemente los propios constructores van por esas vías cuando empiezan a anunciar ventas a precio de coste (vayan a saber lo que eso significa). Pero la iniciativa demuestra que la acción pública no puede limitarse a dar pasta, sino a actuar en el sector debido.
O, al menos, eso pienso yo.
Lluis Casas, filósofo social (Parapanda School of Economics)
Premià de Marx, Abril de 2008