Tanto por su peso en el PIB, como por los efectos psicológicos que produce, el mundo del automóvil afecta hoy en día a buena parte de nuestra vida. Lo hace desde dos aspectos principales, el primero como enorme fuerza económica productiva que lo invade todo, el Baix Llobregat y el Vallés, por no citar Valencia, Ferrol, Zaragoza, Valladolid y Sevilla. El segundo como elemento básico del ansia y la necesidad de transporte individual. Cito también la parapsicología del poder que produce conducir un automóvil, pero lo dejo de lado, por el momento.
Nuestro país está afectado por los dos aspectos del asunto; es un gran productor de automóviles, cosa un poco rara en este mundo puesto que la inmensa mayoría de países carecen de industria del automóvil que merezca ese nombre (quedan algunos en los que esa industria, aunque multinacional, tiene el arraigo del propietario en ellos) y, lógicamente, también es un consumidor desenfrenado y acérrimo de ellos.
Tenemos un buen saldo exportador como productores, a pesar de que no disponemos de marcas propias y que la importación del lujo y esplendor de los Audi, BMW y tutti quanti, pesan lo suyo en nuestra balanza comercial. España produce principalmente vehículos de gama baja y media. Como fabricantes generamos una gran ocupación en las fábricas de montaje y en las empresas de accesorios y otros elementos, que dada la dimensión de ese tipo de producción con miles de trabajadores, tienen una representación sindical potente y preparada.
Los efectos económicos del automóvil tienen también sus menos. A saber, todo el conjunto de consecuencias sobre el medio ambiente y la salud. Contaminación atmosférica, accidentabilidad, etc. También en otro orden de cosas, el malbaratamiento energético de un modelo de transporte poco colectivo. Obviamente, hay que incluir la inversión y el mantenimiento del conjunto de elementos infraestructurales como autopistas, carreteras, calles, etc. en aquella dimensión que el enorme parque actual exige. Como aclaración, si es el caso de un despiste, les comunico que hablamos de lo que popularmente se denomina coche y moto, no de los vehículos industriales, ni los de transporte colectivo. Esos objetos van a parte.
Nunca he alcanzado a contemplar un balance completo de todos esos flujos vinculados al automóvil, incluidos los no despreciables ingresos fiscales. De modo que creo que nadie está en disposición de argumentar balance positivo o negativo, aunque tiendo a pensar, dados los escasos datos circulantes, que seria probablemente menos positivo de lo que algunos imaginan, desean y preconizan. Pero de todos modos ahí está ese inmenso mundo del automóvil.
Con la crisis que galopa y corta el viento, las empresas automovilísticas han sufrido un serio parón en casi todas partes. Hay un exceso de capacidad de producción a escala mundial, que deriva en tensiones de todo tipo en los territorios con esa industria. Además, el consumidor está cambiando de hábitos, tanto por la reducción de sus posibles, como por elecciones más ambientales de las que hacía no hace mucho tiempo. Al mismo tiempo, las administraciones tienden rápidamente a exigir tecnologías más limpias y de menor consumo. El consumo de carburante, que hoy tiene un precio tendente a la moderación, ha estado por las nubes no hace mucho y hacia ellas regresará en cuanto se recupere algo el consumo o se pongan de acuerdo los extractores de carbono líquido, ese coste tiene una importante deriva en el tipo de tecnologia automovilistica.
Si mirásemos el mapa de la implantación automovilística observaríamos cómo muchos países avanzados carecen de esa industria, son importadores netos, o, si la poseen, es por que disponen de sus centros de poder. Así Francia, Alemania e Italia en Europa. Esa falta no parece perjudicar la economía de los que son simples consumidores, puesto que la fabricación automovilística está inmersa en un mercado extremadamente competitivo que exige esfuerzos que alcanzan la absurdidad más manifiesta. Los trabajadores aceptan coyunturalmente, y a menudo para siempre, condiciones laborales que otrora hubieran sido impensables. Las administraciones reparten ayudas y dividendos para mantener las instalaciones existentes u obtener alguna nueva. Todos esos esfuerzos se van oportunamente por el desagüe en cuanto a las empresas transnacionales les pasa por la ocurrencia. La competencia es tal, que se ha trasladado al interior de los grupos empresariales y se saldan las producciones propias entre las unidades productivas que pertenecen a un mismo grupo en una encarnizada lucha interior. Eso ocurre por que esta industria tiene una madurez tecnológica y productiva que permite su implantación a barullo, en función de delicados balances internos. En todo caso, el gran negocio, cuando lo hay, se cita en la matriz que vende, no a precios de saldo precisamente, patentes y procesos y expulsa lo más rucio, la producción en masa y el beneficio en caída. A todo ello, hay que agregar la llegada de grandes productores asiáticos que romperán el estatus quo actual. Solo como guinda al comentario, les recuerdo lo que está pasando a la GMC y la Chrysler, como elementos un tanto sorprendentes. GMC será una empresa pública en días, en donde, como muestro aguerrido editor nos anunció y comentó, los sindicatos van a cortar mucho bacalao. Quien lo diría en los USA y de la GMC, que era la que cuando estornudaba, provocaba resfriados estatales o que cuando interesa a GMC interesa a los USA.
Si eso es así, el mantenimiento de una industria productiva basada no en el diseño, ni en la propiedad intelectual, con producciones de baja gama me parece a mí un riesgo excesivo y me hacen pensar que sería oportuno ir cambiando de sector. No veo la manera de pugnar con la producción de un vehículo venido de China y ensamblado con los requerimientos técnicos europeos. Y eso está al llegar.
¿Tenemos que cerrar nuestras fábricas?, ¿Hemos de aprovechar la crisis y echarlas por la borda?
La tentación puede ser muy grande y realmente existente en los centros de decisión real de Peugeot-Citroën, Renault, Volkswagen, Ford y Opel. Ahí si que están pensando en estos términos. Nosotros podríamos ser algo más listos y aplicados y buscar en el sector la tecnología que va a verse dentro de unos años, electricidad con seguridad, digitalización también y un largo etcétera que incluye diseño, mucho diseño e ingeniería. No vendamos muchos coches, vendamos tecnología aplicada.
Con ello no estoy diciendo que no ayudemos hoy a mantener lo que tenemos, digo que hay que invertir para que el futuro no repita las circunstancias en que nos encontramos. La producción masiva ya no es nuestra ventaja relativa respecto a los demás, podemos mantener el tipo, apretándonos el cinturón, pero el asunto no dará mucho más de si.
Metidos ya en las zarandajas de la crisis, mi valoración de la acción de las administraciones, los sindicatos y los empresarios vinculados a este lío, no es precisamente exultante. No terminan de entender que estamos en una situación de reubicación técnica y de costes de una industria que, por madura, ya ha caído del árbol. Lo que hagamos por retenerla será a plazo fijo y por tiempo indeterminado, pero el largo plazo no es nuestro en tanto las características del sector sean las que son. Da la impresión que actuamos más por miedo al que dirán que por motivaciones más racionales.
El ejemplo final, de momento, son las ayudas a la compra, desgravaciones fiscales del estado y de las CCAA. Un análisis fino nos diría que como somos exportadores de vehículos de gama baja y media, son los mercados exteriores los que tiraran más del carro y eso ya está pasando. El esfuerzo financiero no hará mucho más por la industria, sobre todo si es incondicionado hacia el futuro. Tal vez deba reconocer que era inevitable, en tal caso me hubiera gustado pensar que hay un modelo alternativo industrial que está siendo impulsado.
Dejo para el final el añadido de la ocurrencia catalana, nosotros que somos tan dados a escatimar dineros, ahora los volcamos para que unos pudientes tengan una rebaja de 500 euros en vehículos de alto coste y alta contaminación. A esos consumidores les importa un bledo los 500 euros. Y por cierto, esos vehículos son de importación en su inmensa mayoría (excepto uno que yo se me y que es, tal vez, el responsable del desaguisado), por lo que nuestro esfuerzo fiscal sirve para incrementar el nivel de empleo de Alemania, por ejemplo.