No podía faltar, como otro elemento fundamental para salir de la crisis al más puro estilo neoliberal, un palo solemne a las cajas de ahorro, o al menos a una buena parte de ellas. Y en ello estamos. Sólo hace falta llegar a la primera o segunda página de los periódicos --ahí en donde periodistas emboscados al más puro estilo denunciado por Stieg Larsson, esto es, como escribas sentados-- dejan ir sus puyas teledirigidas. Se recurre para la crítica a una presunta mala administración de las cajas, susceptibles de ser políticamente influenciables dada la participación de los representantes de las administraciones locales y regionales en sus consejos.
Piensan los liberales que la política, la administración y la representación del voto político es mala cosa para los asuntos del dinero. Aunque, no les he oído decir nada parecido cuando la crisis monstruo de Enron, hace pocos años. Entonces deberían haberse referido, como tocaba, a que no se deben dejar las empresas en manos de los empresarios, empresarios que son susceptibles de cobrar mucho y de crear agujeros inconmensurables. Lo mismo digo en referencia a los doscientos mil bancos en crisis rescatados de sus dirigentes empresariales por el sector público este último año. Por no citar esas agencias de acreditación tan solventes que permitieron que unos chorizos (the cantimpalo conection) hundieran al mundo, simplemente quitándose las gafas de ver bien balances y cuentas de riesgo.
No hace ni dos días el dirigente de una caja mediana catalana, en fase de retiro a sus cuarteles de invierno (sus propios negocios familiares), repetía la cantinela. Un hombre de empresa que ha dirigido durante muchos años una caja, de cuyos aciertos o errores habrá tenido mucho que ver directamente y ello ha sido posible porque los representantes públicos así lo han querido. ¿De qué se quejaba, pues, él, un ejemplo de lo contrario de lo que acusa?
Hay que ir, antes de volver al comentario de actualidad, al meollo de la cuestión. Este es, sin ninguna duda, el hecho que las cajas, un ejemplo atípico de propiedad social, se están llevando una tajada solemne del negocio financiero al margen de los grandes bancos y cofradías privadas. Estamos hablando de más del 50% de los pasivos bancarios y de un margen de negocio que da vida a la estructura de sucursales. Lo dicho es un negocio de tomo y lomo, bocatto di cardinale para los tiburones financieros que siempre lo han deseado y siempre lo han considerado como suyo.
El gran regulador, la institución hacia la que miran unos y otros, el Banco de España, influenciado por esos sectores de interés, siempre ha considerado que eso de las cajas más valía que pasaran a ser lo que, según su opinión más que tradicional, deberían ser, empresas privadas o como máximo entidades de caridad pública. Nunca se han atrevido al embate final, han realizado múltiples maniobras de diversión y desgaste. Tal vez hoy estemos a lo más cercano posible a ese punto de inflexión que siempre ha deseado la banca privada.
En los últimos años, las cajas han superado en muchos indicadores a los bancos tradicionales, y la pugna se ha hecho más cruenta, si cabe. Los piratas del Caribe, con sus botines habituales, piensan que sólo a ellos les corresponde el negocio y que unas entidades, que dependen del voto popular, lo único que hacen es incordiar. Durante años se han ido introduciendo por la puerta de atrás medidas tendentes a transformar las cajas tradicionales en organismos financieros más estándar, como las cuotas participativas, como su extensión territorial y otras.
Se rompió ya hace años ese trinomio de caja, territorio y población. Cajas adictas al negocio local o regional y íntimamente relacionadas con el Sr. Manuel o la Sra. Rosita y sus pensiones, hipotecas y créditos para el coche. Esa fue, en realidad, una trampa que las cajas ambiciosas aceptaron: piensen en los dos o tres monstruos cajeros y lo entenderán. Propietarios de grupos empresariales enormes, de entidades financieras paralelas y de una influencia y poder apabullantes. Fue el presidente Jordi Pujol quien entendió el tipo de monstruo creado y no quiso aceptarlo nunca. Otros se tuercen más fácilmente a sus influencias y halagos.
Volvamos al argumento de moda. ¿Son fiables las cajas? ¿Su sistema de representación política es un error? La respuesta la haré en dos partes.
La primera, como buen economista político, en base a la historia. Las crisis financieras en este país han estado protagonizadas casi en exclusiva por la banca privada y esto hasta ayer mismo. Banesto, la abejita, el Condal, etc… Llenaría una enciclopedia el relato de las crisis bancarias, la pormenorización de los motivos de mala gestión, los engaños al por mayor, la explotación de la coyuntura política en base a una mezcla explosiva de ambición económica y acuerdos con el inframundo de la política de la derecha. Nada de eso es nuevo en el mundo. Así ha sido desde que los fenicios implantaron el crédito mediterráneo.
La segunda: las cajas se han mantenido prudentemente al margen, solo algunos casos de poca monta, recuerdo. Y las soluciones salieron del mismo sector, uniones o absorciones.
Si la historia dice eso, a qué viene tanto ruido. Simplemente porque hoy tenemos un caso grave, Caja Madrid, que dirime sus más y sus menos sin ninguna elegancia. Aunque en este caso el asunto está más en una guerra de guerrillas en la derecha política que en asuntos financieros de importancia. En otra hora Aguirre hubiera pagado a una envenenadora; o al revés, el alcalde Gallardón hubiera financiado a algún alegre muchacho de la marginalidad. Otros casos que se manejan, la última de La Mancha, simplemente irregularidades por incompetencia. Y ciertas rebajas en la valorización de las entidades que han invertido en exceso en el mundo inmobiliario. Efectivamente. Nada de ello proviene de una representación política, sino de la más simple miopía o de un exceso de ambición financiara, poca prudencia en un negocio que la demanda en abundancia. Y de errores más que de bulto del Banco de España que ha dejado las riendas financieras de esa jaca jerezana demasiado sueltas y no ha ejercido lo que la Constitución y la ley le permiten. No por ello pediremos la desaparición del Banco de España, aunque si un cambio en la forma de dirigirlo.
Nada de todo ello parece motivo para una crisis que afecte a la esencia del negocio financiero español o que exija el cambio inmediato del sistema de representación de las cajas (alto ahí, como reformista que soy, siempre estaré de acuerdo con ajustes en las tolerancias y de la mejora permanente).
Estamos pura y simplemente en plena guerra de intereses, la banca, privilegio social por excelencia, contra las cajas, que a pesar de los pesares, son de todos. Como en el mejor de los socialismos.
Lluís Casas, con la pata quebrada y en casa.