domingo, 10 de marzo de 2013

¿A QUÉ LLAMAMOS CRISIS ECONÓMICA?


Estarán ustedes conmigo en que salvo raras excepciones, los utilizadores del lenguaje, en la prensa, en la literatura, en la política e incluso en los diccionarios históricos de la Real Academia, por no añadir ese monstruo deformador del sentido de las palabras, de la adecuada gramática y de la ineludible y rígida ortografía que es el mundo inaprensible digital, han conseguido prostituir de tal modo el sentido y la esencia de los nombres de las cosas que estas son cada día más irreconocibles. De tal modo que llegará el momento en que al salir a la calle no sepamos como nombrar lo que vemos, ni, obviamente, interpretar lo que nos pasa, por la falta de lo más simple: un lenguaje realmente vinculado a los hechos y las cosas.

Conocen también los lectores mis manías con los medios, tanto propietarios oficiales, como propietarios de verdad, así como redactores y jefes, que en función de intereses asaz variados retuercen lo que vemos para que no lo reconozcamos. Como siempre hay que subscribir esas excepciones que en graves situaciones como las de ahora nos salvan del más absoluto desastre.

Por el contrario pienso que a los lectores parapandeses, esas reflexiones no les sorprenden, aunque si pueden despistarles dado el titular de cabecera.

El asunto viene a cuento por lo que esa revista superrealista,Mongolia, está haciendo en los últimos números: aflorar la parte oculta de determinados medios, explicar quiénes mandan y por qué en determinados títulos de prensa.

No es habitual en el interior de los gremios poner en primera plana determinadas cosas. A lo sumo algunas peleas barriobajeras (hoy mejor debería decirse barrio alteras) para ver quien la dice más gorda (expresión literal catalana) o quien se lleva el gato al agua en números editados o vendidos, en portadas espectaculares o en ingresos de publicidad. Del resto de la intrahistoria pasan lo más delicadamente posible.

No comentaré lo que pueden leer directamente en Mongolia, sino que al hilo de lo expuesto en ella les confesaré que ya no creo en la existencia de la crisis económica.

De hecho deberíamos renombrarla y hablar directamente de crisis societaria, estructural y democrática. La suma de las variables siguientes nos lo confirma: la hegemonía alemana en Europa con políticas de sumo interés propio y totalmente ajenas al del resto. El cambio profundo en la forma de hacer de la alabada democracia Norteamérica, en donde el segundo partido de los dos existentes camina con paso firme e inflexible hacia la fascinación del autoritarismo y sorprendentemente, dado que fue ese partido el que abolió la esclavitud en su país, el impulso a la degradación social y económica de grandes sectores de su población con políticas de entorpecimiento más dadas al nacionalsocialismo que a la tradición estadounidense. La hegemonía demoníaca del capital financiero, con sus submundos especulativos, sus territorios sin ley y su ansia insaciable de beneficios que a estas horas son más ficticios que efectivos. La desaparición lenta e inexorable de la prensa (en cualquiera de los medios que contemplemos) que mira y comenta la realidad con el máximo de rigor posible e informa caiga quien caiga. El papel trazado por la dominancia europea sobre las políticas de la Unión, que insisten cabezonamente en la reducción de los sistemas de bienestar y el equilibrio de las rentas para lanzarse a una fase definitivamente al servicio de la aristocracia del dinero.

En fin, si no ven lo que me parece observar a mi, les agradeceré me iluminen, mi estado psíquico se lo agradecerá. Y fíjense que no he añadido a la lista nada concerniente a la corrupción general (no solo la política), ni a la mierda añadida en determinados pasteles de origen empresarial sueco. Por si no se atreven a comprar la Revista Mongolia, ahí va una pequeña parte de lo que contiene: El País no es de El País, sino del banco de Santander y de La Caixa.

¿Entienden lo que quiero decir?

Lluís Casas que cada martes aconseja a los hipotecados que no pueden pagar como tirarse por la ventana. Para disminuir los costes, digamos, y que no hagan torpes ensayos.