Un lunes metido entre festivos no es un buen momento para
hacer grandes equilibrios con la letra, pero a riesgo de ello y a instancias
superiores, no en número, sino en escalafón, me atrevo a ello en medio de
ensoñaciones forzadas por un pastillamen preventivo de una gripe estival y
aparentes obligaciones profesionales.
Como no podía ser menos, un diez de septiembre es
inevitable referirse al día siguiente, a la manifestación convocada y a sus
argumentos. Ya la semana anterior intenté dejar claro que mi independentismo
catalanista está repleto del concepto de una sociedad justa, equilibrada,
sostenible y, si me dejan decirlo, más amable y tranquila.
Este relleno lo llevo conmigo desde el día en que mis
padres me insinuaron que por la calle era mejor no hablar en castellano y que
lo que oía en casa entre los familiares era forzoso que en casa se quedara. Por
ello es para mí tan o más importante que la reivindicación soberanista en si
misma.
Me importaría un pimiento tener en Catalunya un estado
propio para que el sistema fiscal siguiera las líneas del actual, para que los
sindicatos fueran ninguneados como ahora, para que el ciudadano solo pudiera
acceder a medios de comunicación unívocos y aplastantes. Para que BankCaixa
siguiera ejerciendo, con mayor intensidad, esa especie de dictablanda
informativa y de control de la política económica. Y un largo etcétera que les
ahorro en beneficio de su inteligencia y habilidad en adivinar lo que no he
puesto.
Con ello a cuestas, mañana estaré en la mani. No pienso
dejar la reivindicación nacional exclusivamente en manos de esa “seva” antigua
y ahora aparentemente recién pintada para aparecer como cosa nueva. Estaré, a
poder ser, detrás de una pancarta que especifique, sin duda ninguna, que deseo
un estado social y ecológico y que la política neoliberal es en el fondo anti
nacional (nacional en el buen sentido del término, no se me confundan).
Si el estado español hubiera tenido éxito en su
modernización y en su camino federal, otro gallo nos cantara. Pero, por lo
vivido en los últimos años, el nacionalismo rancio de siempre, los intereses
aristocráticos de siempre, las prebendas de siempre, la derechona de siempre y
la falta de valentía y de modelo alternativo de la izquierda nos llevan a pensar
que tan vez hasta aquí hemos llegado.
De todas las maneras y a pesar de mi presencia mañana en
el Paseo de Gracia, en donde pienso resistir de pie y sin moverme por la fuerza
de la multitud, será soberanamente crítica a la primaria idea que con la
independencia “està tot fet”. El día siguiente es tan importante como el 11 y
me hubiera gustado leer, oír y ver los proyectos para ese objetivo. Un modo a
la manera de Joan Fuster, cuando decía: "abans si un parlava en català,
deia, anem a sentir-ho. Ara, si un parla en català, dic, a veure que diu”.
Hay muchas, demasiadas preguntas sin respuesta en esa
cadena de expresiones sin concretar sobre la formación de un estadio propio.
Las hay tanto en el presunto periodo transitorio, como en el modelo de
sociedad. De hecho casi podríamos afirmar que no hay nada dicho, con lo cual la
cosa pinta demasiado frágil.
¿Qué pasa con el sistema de pensiones? Y con la moneda.
¿Qué hacemos con la UE ?
Qué organización territorial va a desplegarse. ¿Qué sistema electoral tendremos
(hasta ahora Catalunya ha sido incapaz de dotarse de uno)? Y así miles de
preguntas que no están ni en la mente del fervor independentista, ni en las
estrategias de unos y otros.
No apunto, porque me da vergüenza hacerlo, una pregunta
fundamental: en paz o no. Cosa que no depende de una de las partes, sino de las
dos y a veces, ni eso.
Hay que saber, antes de entrar en un juego a que se juega
y con quienes.
Lluís Casas rehabilitándose de la acumulación de años en
el hombro izquierdo.