Sigo con la saga del debate de la descomposición o
recomposición de las relaciones entre Catalunya y España. Hasta ahora en
el blog se ha escrito casi
de todo, con cierta tendencia hacia la recomposición, dentro de un ambiente de
reconocimiento de las diferencias sociales, históricas y, no lo olviden, de
sentimiento entre unos y otros. Cosa que forma parte de lo humano y que pronto
sabremos sobre qué genes y con qué química funciona esa vertiente de
comportamiento hacia lo sentimental. Aviso para navegantes, con independencia
de lo que piensen sobre los nacionalismos (hay muchos y variados y muy
distintos unos de otros): No hay gobierno que se precie que no se base en el
nacionalismo. Sea el cual sea su intensidad, su beligerancia y cualquier otra
circunstancia que ustedes puedan añadir.
Lo que les pongo hoy lo hago anteponiéndolo a lo que sigo
pensando escribir sobre los medios y su influencia en el asunto. Este asunto y
otros muchos. Y dado que durante estos días de puente barcelonés se han ido
destapando muchas cartas y asomando discretamente por la manga de algunos un
montón de faroles, me permito aportar lo que de tahúr hay en este juego en
principio de principios.
De entrada estamos en Catalunya con un gobierno en minoría
obligado a pactar los asuntos importantes con el PartidoPopular. Se incluye en
el paquete el gran entusiasmo del recorte con que ha hecho gala el mencionado
gobierno. Tal vez con la mirada puesta en la mayoría absoluta, primero probable
y después certificada, con que el PP se sienta en la Moncloa. Alguien
debió pensar que la deriva neoliberal y el cumplimiento avanzado del recetario
merkeliano podría aportar estabilidad y algún dinerillo a las cuentas del
gobierno de los mejores. Erró.
Como sea que es, las cuentas no han salido como podía
preverse. El PP apoya dando patadas a la espinilla de CIU, amenaza, se siente
incluso en algunos momentos social demócrata al llegar a criticar los recortes
en sanidad, por ejemplo. Ese maltrato lo recibe CIU con enorme disgusto, su
doble desgaste, por los recortes y por su más que evidente pacto con el PPC en
momentos delicados para el sentimiento y el Estatut catalanes le hacen
sospechar que no podrá aguantar la legislatura y que se juega con un fuego
descontrolado.
De ahí el salto vertiginoso hacia las posiciones siempre
preparadas del independentismo, diremos de boquilla, para entendernos.
Es una forma de presión sobre el gobierno central que
medio ahogado por el manejo de la crisis podría sentirse más cómodo pactando y
cumpliendo. Dos cosas que casi nunca han ido juntas en esa zona ex imperial de
las altas instituciones del estado central.
Esa jugada se hace sobre un terreno abonado. Tan abonado
que nadie se apercibe que las flores del independentismo, de la secesión (nunca
se había utilizado el término) estaban por florecer con intensidad inusitada.
El momento elegido lo es también, según mi parecer, por una circunstancia
temporal de urgencia. Noviembre no es el mes de las flores, pero si del
presupuesto y CIU no tiene suficientes agarraderas para aprobarlo. Ello
conlleva una crisis y la dimisión del ejecutivo con elecciones anticipadas por
incapacidad de gobernar. Un panorama de desastre político que, a pesar del
despiste del PSC, no auguraba nada bueno para la coalición nacionalista.
CIU pensó que tapando esa circunstancia mediante la
apuesta del pacto fiscal, que ya tapó la falta de programa de CIU en las
elecciones y en los primeros meses de gobierno (excepto la deriva neoliberal
privatizadora y recortadora de servicios públicos y prestaciones sociales),
permitiría generar tiempo, tal vez aliados y quien sabe que otras sorpresas que
da la vida. Si hay que ir a las elecciones mejor bajo la bandera del “ens han
enganyat” tan tradicional, que el “no podem/sabem gobernar”.
El pacto fiscal, un asunto a negociar en tiempos de
bonanza, resulta rechazado de mala manera por don Mariano, incluso después de
la masiva manifestación independentista. En Madrid parece que no entienden y
que optan por hacer que Mas se consuma en su propio fuego.
A la pretendida opción definitiva de irse con el viento
fresco, CIU se está manejando con terapias de frío y calor, al socaire de los
grandes empresarios, de La
Vanguardia y de otros núcleos de poder que piensan en su
bolsillo caiga quien caiga. Hasta ahora han acompañado la presión del pacto
fiscal, pero en cuanto han aparecido las decisiones definitivas están echando
los frenos y apalabrando alguna salida airosa.
En fin, mi tesis hoy es que si en Madrid hay una mínima
inteligencia, surgirá el método para apalabrar márgenes de autonomía y de
capacidad fiscal para más adelante. Tal vez cuando la crisis se torne
crecimiento y haya algo que repartir. La sorpresa será como va a presentar CIU
la componenda y como va a responder la calle independentista al giro
copernicano.
De todos modos, si no hubiera acuerdo, la disolución del
Parlament está cantada si no se consigue una mayoría para aprobar el
presupuesto del 2013.
Lluís Casas, enredando que es gerundio.