Siguiendo la senda marcada por mi momentánea liberación del comentario económico, me inmiscuyo, con todo el desparpajo del mundo, en la tribuna filosófica y política. Les aclaro, antes de que continúen, que el comentario semanal revisará la situación realmente peculiar de Catalunya con respecto a la deriva izquierdista que nos gobierna. Si no es de su interés no sigan, especialmente aquellos que tengan la sensibilidad a flor de piel.
Admito que con lo que está cayendo, la ruta económica hacia una crisis en profundidad, el reto de la financiación autonómica y las escasas luces del gobierno frente a todo ello, la tentación para volver a la economía es grande. Pero un compromiso debe mantenerse y más cuando al frente se alza un mes de agosto con todo lo que promete. Voy a lo anunciado inmediatamente.
Catalunya por sus características sociológicas y económicas (renta, estructura social, modelo económico, expectativas sociales, relación con su vecindad europea, etc.) debería tener un gobierno de centro o de centro derecha. No lo digo yo, así lo dicen las múltiples trayectorias gubernamentales de esa Europa ensimismada de nuestro entorno. Ahí, los gobiernos de izquierdas aparecen de vez en cuando y casi siempre de la mano de crisis sociales o económicas de una cierta importancia y aupadas por liderajes de gran intensidad (aunque hay excepciones, ya lo creo). Pero en general es más efímera su presencia que su alternativa de derechas o de centro. Cuenten tiempos de permanencia en Francia, Alemania, Italia, etc. Solamente la frontera norte rompería parcialmente el argumento, pero los años más recientes están rectificando la norma escandinava. Pues bien, en Catalunya ahora mismo, sin liderajes sustantivos (una vez defenestrado Maragall) y al margen de la crisis económica o social (si hacemos un alto ahora mismo con respecto a lo que nos viene) tiene el mundo administrativo y político en manos casi exclusivamente de las formaciones de izquierda. Dejo al margen del análisis la deriva catalanista, puesto que a lo que voy, pienso yo, no le afecta y en todo caso esa componente está presente en mayor o menor intensidad en casi todas las formaciones políticas. Ya se imaginan para quien va el casi.
El caso más sorprendente es la capital, Barcelona, en donde desde la inauguración de la democracia sólo hemos tenido gobiernos de coalición de izquierdas y sin apenas sombras de la derecha (excepto, tal vez, estos últimos tiempos). La ciudad tiene una composición social totalmente alejada del gobierno que la dirige. Podríamos compararla con los barrios centrales madrileños, ciudad esta de Madrid en donde incluso con los barrios periféricos incorporados al gran municipio (lo equivalente a la zona metropolitana barcelonesa) la derecha se ha hecho con el mando con autoridad. Pues bien en Barcelona, no. Lo mismo podríamos afirmar de Girona, con un substrato social más tradicional que el de la capital y con un gobierno permanente socialista. O la misma Lleida, de la que se puede comentar lo mismo.
Parece que somos una excepción casi mundial, nos parecemos en mentalidad a los holandeses, en sociología a los italianos del norte, a los franceses del centro o a los alemanes del sur. Todos ellos confiados burgueses, ciertamente tolerantes en los asuntos morales, pero votantes fieles ellos del centro o centro derecha. Los catalanes no.
¿Qué nos pasa?, ¿hay un virus desconocido en Catalunya que deforma la base societaria y la hace incomprensiblemente izquierdista? ¿Tenemos una falta de consistencia política en nuestra derecha? ¿Son los izquierdistas catalanes una raza de dioses que pueden con todo? ¿Será el glamour del radicalismo?
Podemos plantearnos muchos interrogantes, pero a mi me asalta una sospecha. ¿No será que nuestro centro es la izquierda?
Esa pregunta tan simple provoca escozores en las meninges y abre una forma distinta de entender lo que pasa en casa. Hereu sería el centro, con laterales a la izquierda. Como ahora Montilla. Como Maragall anteriormente a un lado y a otro de la plaza mayor.
Eso explicaría las componendas en el ámbito de los conciertos educativos o sanitarios, con lustrosos acuerdos que dejan más tranquilos al sector privado cuando la izquierda gobierna (ahí es nada el segundo Maragall con la ley de educación, que parece estar aceptada incluso porLa Vanguardia , pero no por ICV). También explicaría por qué los empresarios tienen más influencia real sobre los gobiernos de izquierda, puesto que se han cargado consellers de relieve sin salir en la foto y han manejado el articulado de muchas leyes desde las tribunas mediáticas o corporativas con cierta facilidad. Recuerden el caso del conseller Milà, defenestrado y con semáforo rojo del periódico citado antes, en mismo día del cese. No olviden tampoco la normativa sobre el ruido y la prostitución impulsada por el mismo medio, que dio en normativizar el uso de la calle. Cosa que tiene resultados de risa (totalmente previsibles afortunadamente). La vida callejera en Barcelona sigue por donde andaba. O la dulce convivencia entre promotores inmobiliarios en muchas localidades catalanas en manos de insignes representantes del proletariado.
Para aclarar lo que digo, insistiré en que la afirmación que hago es que la izquierda hace políticas de centro (al estilo centroeuropeo) en materia económica, con lo que no produce rechazo en un electorado que sociológicamente estaría más cómodo en el centro o centro derecha.
Podrían tener una cierta influencia las políticas de tolerancia y de aceptación de la gran variedad familiar o sexual humana, como expresión de que una cosa es la moral (se puede ser muy reformista) y otra la economía y el poder real (hay que hacer de centro). Esa combinación la resuelve muy bien la amalgama de gobiernos de izquierda. Mucho mejor que la derecha, anclada en imágenes sociales caducas. La gente es sociológicamente de centro, probablemente, pero muy a la “izquierda” en los asuntos que requieren tolerancia, diversidad y apertura de miras. Ustedes ya me entienden.
¿Les hace esa peregrina idea?
Pues ahí la dejo, mientras preparo maletas y billetes. Espero encontrarles a la vuelta, en el mismo sitio y bajo la misma batuta. Con o sin jubilación de por medio.
Admito que con lo que está cayendo, la ruta económica hacia una crisis en profundidad, el reto de la financiación autonómica y las escasas luces del gobierno frente a todo ello, la tentación para volver a la economía es grande. Pero un compromiso debe mantenerse y más cuando al frente se alza un mes de agosto con todo lo que promete. Voy a lo anunciado inmediatamente.
Catalunya por sus características sociológicas y económicas (renta, estructura social, modelo económico, expectativas sociales, relación con su vecindad europea, etc.) debería tener un gobierno de centro o de centro derecha. No lo digo yo, así lo dicen las múltiples trayectorias gubernamentales de esa Europa ensimismada de nuestro entorno. Ahí, los gobiernos de izquierdas aparecen de vez en cuando y casi siempre de la mano de crisis sociales o económicas de una cierta importancia y aupadas por liderajes de gran intensidad (aunque hay excepciones, ya lo creo). Pero en general es más efímera su presencia que su alternativa de derechas o de centro. Cuenten tiempos de permanencia en Francia, Alemania, Italia, etc. Solamente la frontera norte rompería parcialmente el argumento, pero los años más recientes están rectificando la norma escandinava. Pues bien, en Catalunya ahora mismo, sin liderajes sustantivos (una vez defenestrado Maragall) y al margen de la crisis económica o social (si hacemos un alto ahora mismo con respecto a lo que nos viene) tiene el mundo administrativo y político en manos casi exclusivamente de las formaciones de izquierda. Dejo al margen del análisis la deriva catalanista, puesto que a lo que voy, pienso yo, no le afecta y en todo caso esa componente está presente en mayor o menor intensidad en casi todas las formaciones políticas. Ya se imaginan para quien va el casi.
El caso más sorprendente es la capital, Barcelona, en donde desde la inauguración de la democracia sólo hemos tenido gobiernos de coalición de izquierdas y sin apenas sombras de la derecha (excepto, tal vez, estos últimos tiempos). La ciudad tiene una composición social totalmente alejada del gobierno que la dirige. Podríamos compararla con los barrios centrales madrileños, ciudad esta de Madrid en donde incluso con los barrios periféricos incorporados al gran municipio (lo equivalente a la zona metropolitana barcelonesa) la derecha se ha hecho con el mando con autoridad. Pues bien en Barcelona, no. Lo mismo podríamos afirmar de Girona, con un substrato social más tradicional que el de la capital y con un gobierno permanente socialista. O la misma Lleida, de la que se puede comentar lo mismo.
Parece que somos una excepción casi mundial, nos parecemos en mentalidad a los holandeses, en sociología a los italianos del norte, a los franceses del centro o a los alemanes del sur. Todos ellos confiados burgueses, ciertamente tolerantes en los asuntos morales, pero votantes fieles ellos del centro o centro derecha. Los catalanes no.
¿Qué nos pasa?, ¿hay un virus desconocido en Catalunya que deforma la base societaria y la hace incomprensiblemente izquierdista? ¿Tenemos una falta de consistencia política en nuestra derecha? ¿Son los izquierdistas catalanes una raza de dioses que pueden con todo? ¿Será el glamour del radicalismo?
Podemos plantearnos muchos interrogantes, pero a mi me asalta una sospecha. ¿No será que nuestro centro es la izquierda?
Esa pregunta tan simple provoca escozores en las meninges y abre una forma distinta de entender lo que pasa en casa. Hereu sería el centro, con laterales a la izquierda. Como ahora Montilla. Como Maragall anteriormente a un lado y a otro de la plaza mayor.
Eso explicaría las componendas en el ámbito de los conciertos educativos o sanitarios, con lustrosos acuerdos que dejan más tranquilos al sector privado cuando la izquierda gobierna (ahí es nada el segundo Maragall con la ley de educación, que parece estar aceptada incluso por
Para aclarar lo que digo, insistiré en que la afirmación que hago es que la izquierda hace políticas de centro (al estilo centroeuropeo) en materia económica, con lo que no produce rechazo en un electorado que sociológicamente estaría más cómodo en el centro o centro derecha.
Podrían tener una cierta influencia las políticas de tolerancia y de aceptación de la gran variedad familiar o sexual humana, como expresión de que una cosa es la moral (se puede ser muy reformista) y otra la economía y el poder real (hay que hacer de centro). Esa combinación la resuelve muy bien la amalgama de gobiernos de izquierda. Mucho mejor que la derecha, anclada en imágenes sociales caducas. La gente es sociológicamente de centro, probablemente, pero muy a la “izquierda” en los asuntos que requieren tolerancia, diversidad y apertura de miras. Ustedes ya me entienden.
¿Les hace esa peregrina idea?
Pues ahí la dejo, mientras preparo maletas y billetes. Espero encontrarles a la vuelta, en el mismo sitio y bajo la misma batuta. Con o sin jubilación de por medio.