domingo, 7 de mayo de 2017

Andreu, el hombre del carrito

RELATOS DE BADALONA (6)


Lluís Casas

Los carritos de los supermercados se han convertido en instrumentos de trabajo para muchas personas que ejercen actividades de recogida callejera. No me refiero solamente a los inmigrantes que vemos diariamente en busca de materiales de deshecho que puedan ser reciclados. También hay autóctonos que han encontrado un modo de sobrevivir mediante el ejercicio de la búsqueda a la intemperie.

Los hay que, con las habilidades aprendidas en oficios que ya no les permiten ejercer, se han programado su jornada, sus horarios específicos y sus días especiales. Disponen de una agenda en la que consta cuando, qué y donde actuar en función de distintas horas, territorio y días. Es como tener una jornada laboral perfectamente diseñada, con sus objetivos y su valoración de resultados.

Todo ello no es muy ajeno a lo que un empresario hace día a día. En realidad, algunos incluso lo fueron.

El carrito de supermercado se ha convertido en la imagen de la sobrevivencia, recuerden que Viggo Mortensen utiliza uno en su dramático recorrido en “La Carretera”, una película que no desmerece la tremenda novela de Cormac McCarthy. Ese carrito es la imagen de la crisis, un cataclismo en “La Carretera”, una crisis económica y social en Badalona.

Andreu es un usuario diario del carrito de supermercado. El carrito ha sido su personal salida de la crisis total en la que su familia cayó hace pocos años. Se evaporó su trabajo, invirtió en un pequeño comercio la indemnización obtenida y vio desaparecer las nuevas expectativas en un plazo muy corto: la economía del barrio no permitía ningún nuevo comercio. Cerró.

Andreu tenia, como la mayoría de víctimas de la crisis, una familia. Esposa, afectada de una dolencia cardíaca que necesitaba una medicación cara (a la que tuvo que renunciar) y dos hijos en distintas fases de desarrollo.

La historia profunda es siempre la misma en los Relatos de Badalona. Tan pronto los ingresos regulares desaparecen o se tornan insuficientes, la vivienda hipotecada es puesta en cuestión. A Andreu le sucedió lo que a la mayoría, dejó de pagar por imposibilidad manifiesta. Y siguió el recorrido habitual, ir al banco que le ofreció una carencia y aplazamiento a costa de altos intereses o la amenaza de “nos vemos en los tribunales”.

Andreu optó por una tercera vía, la PAH. Y allí siguió la aventura que ya conocen por los casos que les he narrado. No puedo explicarles ni la evolución del caso, ni su presunta finalización. Me temo que está todavía en algún substrato creclamatorio del banco.

Lo interesante es la reacción de la familia de Andreu ante el cambio de vida que supuso la quiebra de su propio sistema vital. Andreu y su esposa trataron, como es norma casi general, de reducir el conocimiento cabal de las circunstancias a sus dos hijos. Actitud comprensible pero inútil. Los hijos poco a poco advirtieron la gravedad de lo sucedido, pero sin apreciar las consecuencias a pequeña escala que suponía no tener ningún dinero al alcance de la mano.

Andreu se lanzó a la economía del carrito y lo hizo de modo organizado no a la buena de dios, de modo que por la mañana centraba su actividad en el sector del metal a reciclar y por las tardes, a la hora del cierre, al sector de los supermercados en busca del producto caducado.

La organización daba resultados, pues no solo ingresaba algo de efectivo, sino que se hacía con regularidad con la cena y el desayuno.

El hijo de Andreu, poco habituado al sistema del reciclaje, se negaba al principio a consumir productos caducados. La resistencia juvenil es dura pero corta. El hijo de Andreu terminó por acordar con su padre su ayuda personal para la recogida de cenas y desayunos al ver la posibilidad de elegir entre el flan o el yogurt. No sé si Andreu sigue con su actividad o la vida, en esas revueltas impredecibles, le ha recompensado con algún tesoro escondido, tal como un trabajo con ingresos decentes. No lo sé, pero se lo deseo.


Lluís Casas experto en caducidad alimentaria