jueves, 17 de octubre de 2013

¿DICATABLANDA?

Antes de responder a la pregunta inicial quisiera expresar mis alabanzas hacia la publicación en el blog de tres artículos recientes que pienso son de alta calidad. Los cito sin orden, ni concierto: El de Verdi (que sorprendentemente no lo encuentro) como representación del sentimiento popular, refleja indudablemente tantas cosas sobre el siglo pasado y su enlace con el XIX que merece un premio.

El de Javier Terriente, que entre otras cosas describe la Catalunyasurgida de la pérdida de su burguesía “cualificada” (el término es mío), aparte de matices y divergencias, es extraordinariamente oportuno, puesto que sitúa “el problema” en un punto crucial: la renuncia de las élites económicas del país a mantener su impulso.

Y, finalmente, el de Manuel Gómez Acosta que se explaya en la determinación de la importancia económica de la industria como motor efectivo y sólido de toda economía de ciertas dimensiones y aspiraciones. Es, por descontado, una alarma de primera. A este le añadiría yo, según he escrito en varias ocasiones, que la industria está en la base de una mayor igualdad social y de la práctica democrática. Muy por encima del sector servicios, por ejemplo. Su estructura productiva se basa en la diversidad de oficios, categorías, etc. Lo que le proporciona un escalado profesional y salaria que no tiene ningún otro sector. En cuanto a los porcentajes del peso de la industria en el PIB que el artículo cita, hago una llamada de alerta, repetida también en otras ocasiones. Al externalizar la industria muchas actividades complementarias que en origen estaban integradas en el mismo concepto, el porcentaje del sector ha disminuido y ha aumentado especialmente el de los servicios: en síntesis, la industria pesa mucho más que lo que la cifra actual de aportación al PIB refleja y su paulatina reducción responde en parte a la externalización. Que ello no confunda la realidad. De hecho, lo que afirmo no hace más que reforzar lo ya escrito y alabado.

Dicho lo dicho, voy a por el inicio

Me permitirán ustedes unas ciertas libertades interpretativas en lo que sigue, pienso que en el articulismo se aceptan y a menudo convienen esas derivaciones que en materia histórica serian alarmantemente abusivas.

Como ustedes saben, la dictablanda se aplica al régimen surgido del golpe militar de Miguel Primo de Rivera en 1923, antecedente “blando” (por puro contraste) del que vendría después. Fue un periodo que mezcló, no sé si con habilidad o no, las medidas clásicas del golpe militar de derechas con el mantenimiento de ciertas formas de tolerancia discriminada. Incluso los socialistas, tanto en la versión política, como sindical picaron el anzuelo. Supongo que ese curioso mejunje fue producto de la personalidad un tanto atípica del dictador y fue también lo que posibilitó su desaparición más suave de lo que se podría haberse imaginado nadie.

Bien, ahí va mi tesis: pienso que estamos en una fase de nueva dictablanda basada no en el militarismo decimonónico en su vertiente derechista, sino en la imposición a rajatabla de lo que la mayoría parlamentaria quiere. Es la expulsión del pacto, del acuerdo, de la obtención de consensos en materias especialmente sensibles y que requieren no solo mayoría única, sino aceptación y legitimidad moral y práctica.

La reciente ley de educación es, tal vez, el ejemplo paradigmático. Pero no solo ella, en cualquier dirección que apuntemos se da la misma circunstancia, justicia, economía, recortes, seguridad, etc.

Incluso el error político, la promiscuidad con el gansterismo institucional, la torpeza expresiva, la inoportunidad aclamativa, la falta de conocimiento concreto y otras muchas ineficiencias políticas que merecerían la dimisión ipso facto son tomadas como libertades conquistadas por el voto abusivo. No importa la reclamación social, ni la articulada, ni la espontanea (masivas o no, continuas o discontinuas).

No importa que instituciones sociales, sindicales, culturales exijan matices, cambios o tiempo en la aplicación de las medidas gubernamentales. La calle no es suya como en otros tiempos, pero eso no importa. Lo que no vota en el congreso no cuenta para nada.

Como no importa que se hinche un problema con Catalunya de primera magnitud. Se añade leña al fuego utilizando la provocación o el desprecio como medios de descoyuntar al oponente y desmoralizar el apoyo social. ¿Es eso una salida? ¿de qué tipo?

¿Es acaso la política aplicada con la vivienda en su versión expulsatoria un ejemplo de política social compresiva: los embargos, etc.? ¿Es un método de construcción de una sociedad cohesionada? En absoluto, es la imposición de los intereses financieros y especuladores miopes saltándose a la torera las exigencias democráticas básicas que refleja la Constitución, pero que no se han regulado. Incluso se llega a torpedear lo obligado por la UE en beneficio de un hipotético nuevo ciclo especulativo del sector inmobiliario. Ahí está la venta masiva de activos a fondos de inversión con expectativas de especulación.

La política desarrollada con la salud responde al mismo tipo de acción: hágase lo que la  industria norteamericana de la sanidad exige: la privatización, independientemente de los costes, sean cuales fueran, económicos o personales.

Incluso se expulsa del territorio nacional la investigación de primera que el país ha construido en materia de salud en los hospitales públicos o en los centros universitarios. Los beneficios de la investigación irán a la cuenta de resultados de las SA americanas que están adquiriendo la red sanitaria y los profesionales cualificados que poco a poco va soltando o expulsando la administración.

No importa la oposición de los profesionales, de los ciudadanos usuarios de la sanidad, de los excelentes resultados conseguidos con un gasto per cápita más bien modesto en sanidad. Nada importa, sino el interés del beneficio privado, los “business friends” de los actuales dirigentes del país en Madrid o en Barcelona.

El escáldalo de las autopista madrileñas, con empresas que salvaron sus cuentas mediante la acción del líder de Unió Democrática, Duran Lleida, llegan ahora al paroxismo exigiendo la privatización de facto de las autovías públicas y su inmediato pase al estado de peaje.  La cosa es tan extrema que en cualquier otro momento parecería imposible. Pero puede serlo, como no hay vergüenza y si hay mayoría, la cosa puede fructificar.

La lista sería inacabable y es una lista que no empezó solamente el PP y CIU, el mismo PSOE cayó en esa tentación de creer que la mayoría electoral es como una dictadura a plazo.

En fin, les repito, día a día me siento más cercano al tiempo de la clandestinidad, aunque sin necesidad, de momento, de mantenerse en ella. Lo dicho, son tiempos de dictablanda.


Lluís Casas entre  1923 y 1930